Pasión de nuestro Señor Jesucristo según
san Mateo (26, 3-5. 14 - 27, 66)
¿Cuánto me darán si lo
entrego?
- Unos días antes de la fiesta de Pascua, los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el
palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo
para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían:
- «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se
produzca un tumulto en el pueblo».
- Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a
ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
- «¿Cuánto me darán si se lo entrego?».
- Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
¿Dónde quieres que te
preparemos la comida pascual?
- El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a
preguntar a Jesús:
- «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?».
- El respondió:
- «Vayan
a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro
dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa
con mis discípulos».
- Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon
la Pascua.
- Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras
comían, Jesús les dijo:
- «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».
- Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno
por uno:
- «¿Seré yo, Señor?».
- El respondió:
- «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo,
ese me
va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero
¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más
le
valdría no haber nacido!».
- Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
- «¿Seré yo, Maestro?».
- «Tú lo has dicho»,
- le respondió Jesús.
Esto es mi
cuerpo. ésta es mi sangre
- Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
- «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».
- Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó,
diciendo:
- «Beban todos
de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se
derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les
aseguro
que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta
el
día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre».
- Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monto de
los Olivos.
Heriré al pastor, y se
dispersarán las ovejas del rebaño
- Entonces Jesús les dijo:
- «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar
a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y
se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo
resucite, iré antes que ustedes a Galilea».
- Pedro, tomando la palabra, le dijo:
- «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no
me escandalizaré jamás».
- Jesús le respondió:
- «Te aseguro que esta misma noche, antes que
cante el gallo, me habrás negado tres veces».
- Pedro le dijo:
- «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
- Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Comenzó a entristecerse
y a angustiarse
- Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad
llamada Getsemaní, les dijo:
- «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar».
- Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les
dijo:
- «Mi alma siente una tristeza de muerte.
Quédense aquí, velando conmigo».
- Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra,
orando así:
- «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
- Después volvió junto a sus discípulos y los encontró
durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
- «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos
conmigo, ni siquiera
una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».
- Se alejó por segunda vez y suplicó:
- «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que
yo lo beba, que se haga tu voluntad».
- Al
regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos
se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por
tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió
junto a sus discípulos y les dijo:
- «Ahora pueden dormir y descansar:
ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca
el
que me va a entregar».
Se abalanzaron sobre él
y lo detuvieron
- Jesús
estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los
Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada
por
los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les
había dado la señal:
- «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo».
- Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
- «Salud, Maestro»,
- y lo besó. Jesús le dijo:
- «Amigo, ¡cumple tu cometido!».
- Entonces se abalanzaron sobre
él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e
hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús
le dijo:
- «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a
hierro muere.
¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría
inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de
ángeles.
Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las
cuales debe suceder así?».
- Y en ese momento dijo Jesús a la multitud:
- «¿Soy acaso un ladrón, para que
salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba
a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron».
- Todo
esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron
los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y
huyeron.
Verán al Hijo del hombre
sentarse a la derecha del Todopoderoso
- Los
que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del
Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y
los
ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote;
entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba
todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso
testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero
no lo
encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos
falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
- «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de
Dios y reconstruirlo en tres días"».
- El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a
Jesús:
- «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran
contra ti?».
- Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
- «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios».
- Jesús le respondió:
- «Tú
lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante
verán
al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso
y venir
sobre las nubes del cielo».
- Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
- «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de
testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les
parece?».
- Ellos respondieron:
- «Merece la muerte».
- Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo
golpeaban, diciéndole:
- «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó».
Antes que
cante el gallo, me negarás tres veces
- Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio.
Una sirvienta se acercó y le dijo:
- «Tú también estabas con Jesús, el Galileo».
- Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
- «No sé lo que quieres decir».
- Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo
a los que estaban allí:
- «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno».
- Y nuevamente Pedro negó con juramento:
- «Yo no conozco a ese hombre».
- Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a
Pedro y le dijeron:
- «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento
te traiciona».
- Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía
a ese hombre.
En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había
dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y
saliendo, lloró amargamente.
Entregaron a Jesús a
Pilato, el gobernador
- Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del
pueblo deliberaron
sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo
llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.
No está permitido
ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre
- Judas,
el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado,
lleno de
remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
- «He pecado, entregando sangre inocente».
- Ellos respondieron:
- «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo».
- Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se
ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
- «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es
precio de sangre».
- Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado
«del alfarero», para
sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de
hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el profeta
Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata,
cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los
israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el
Señor me lo había ordenado.
¿Tú eres el rey de los
judíos?
- Jesús compareció ante el gobernador, y este le
preguntó:
- «¿Tú eres el rey de los judíos?».
- El respondió:
- «Tú lo dices».
- Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no
respondió nada. Pilato le dijo:
- «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?».
- Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó
muy admirado al
gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en
libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno
famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba
reunido:
- «¿A quién quieren que ponga en libertad, a
Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?».
- El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras
estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
- «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque
hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho».
- Mientras
tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a
la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de
Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les
preguntó:
- «¿A cuál de los dos quieren que ponga en
libertad?».
- Ellos respondieron:
- «A Barrabás».
- Pilato continuó:
- «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?».
- Todos respondieron:
- «¡Que sea crucificado!».
- El insistió:
- «¿Qué mal ha hecho?».
- Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
- «¡Que sea crucificado!».
- Al
ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto,
Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la
multitud,
diciendo:
- «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de
ustedes».
- Y todo el pueblo respondió:
- «Que su sangre caiga sobre nosotros y
sobre nuestros hijos».
- Entonces,
Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después
de haberlo
hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Salud, rey de los judíos
- Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y
reunieron a toda
la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un
mano rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su
cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la
rodilla delante de él, se burlaban, diciendo:
- «Salud, rey de los judíos».
- Y
escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron
de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Fueron crucificados con
Él dos bandidos
- Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado
Simón, y lo obligaron
a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que
significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con
hiel. El
lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados
sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose
allí,
se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción
con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los
judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno
a su derecha y el otro a su izquierda.
Si eres Hijo de Dios,
baja de la cruz
- Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,
decían:
- «Tú,
que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!».
- De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los
escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
- «¡Ha
salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de
Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha
confiado
en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo
soy
Hijo de Dios».
- También lo insultaban los ladrones crucificados con él.
Elí, Elí, ¿lemá
sabactani?
- Desde
el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas
cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús
exclamó en alta voz:
- «Elí, Elí, lemá sabactani»,
- que significa:
- «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
- Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
- «Está llamando a Elías».
- En
seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó
en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de
beber.
Pero los otros le decían:
- «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo».
- Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó
su espíritu.
(Aquí todos se arrodillan y se hace un breve silencio de adoración)
- Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de
arriba abajo, la tierra
tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos
de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las
tumbas
después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se
aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron
de
miedo y dijeron:
- «¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!».
- Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las
mismas que habían
seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María
Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre
de
los hijos de Zebedeo.
José depositó el cuerpo
de Jesús en un sepulcro nuevo
- Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado
José, que también
se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces
José
tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un
sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después
hizo
rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María
Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
Ahí tienen la guardia,
vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente
- A
la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación,
los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se
presentaron
ante Pilato, diciéndole:
- «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese
impostor, cuando aún vivía, dijo: «A los tres días
resucitaré».
Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea
que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo:
¡Ha
resucitado!». Este último engaño sería peor que el primero».
- Pilato les respondió:
- «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren
la vigilancia como lo crean conveniente».
- Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro,
sellando la piedra y dejando allí la guardia.
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V
olver a la predicación del
Domingo de Ramos: 16/03/2008, 17/04/2011
Predicaciones
del P. Alejandro W.
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