Esta fue mi predicación de hoy, 16 de marzo de
2008,
Domingo
de Ramos del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín:
1.
NECESITAMOS LA FIESTA Y LA
ALEGRÍA, PERO HAY QUE VIVIRLA CON LOS PIES EN LA TIERRA... Necesitamos
la fiesta, porque es parte de la vida, y por eso la celebramos, cada
vez que es posible, con la mayor alegría. Ayer lo hacíamos aquí en el
Hogar, de manera solemne, celebrando a San José, que es Patrono de esta
casa como de todas las demás casas de las Hermanitas. Y a lo largo del
año, vamos buscando las ocasiones que nos permiten hacer fiesta,
celebrando siempre de algún modo este don que los incluye todos y que
recibimos de Dios, que es el don de la vida...
Sin
embargo, aunque nos haga
falta y nos haga bien celebrar y hacer fiesta con cada motivo que se
nos presenta a lo largo de la vida, también es necesario tener en
cuenta que no todo es fiesta, ya que no tenemos garantizada, ni nos
puede durar para siempre, por nuestra propia decisión y con nuestras
solas fuerzas, ese gran regalo de Dios que es la vida. Por eso es
necesario hacer fiesta, pero con los pies en la tierra, teniendo en
cuenta nuestras limitaciones y la necesidad que tenemos de la
salvación, es decir, de ser rescatados por Dios, el único que puede
darnos una Vida que no se termina...
La celebración de hoy es una fiesta celebrada con los pies en la
tierra. Recibimos festivamente a Jesús con los ramos y lo saludamos
cantando ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor!, pero no cerramos los ojos ante el camino que le
espera, que es el de la Cruz. Comenzamos la Semana Santa, una Semana
grande en la que el
motivo de la fiesta es el acontecimiento más fuerte de nuestra
salvación, el misterio de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de
Jesús, y a la alegría expresada durante la entrada solemne al Templo le
sigue la lectura de la
Pasión, que si nos toma desprevenidos puede caernos como un balde de
agua fría...
2.
CELEBRAMOS A JESÚS CON LOS RAMOS, SIN
OLVIDAR QUE SU CAMINO ES LA PASIÓN... Comenzamos la fiesta con un clima
triunfal. Imitamos a la multitud que recibió a Jesús cuando entraba en
Jerusalén para vivir la Semana de la Pasión. Una vez bendecidos los
Ramos, los agitamos acompañando la entrada del sacerdote en el templo,
como lo hacían ante la entrada de Jesús en la Ciudad Santa, para
recibirlo como a un Mesías, del que esperaban la salvación esperada por
siglos enteros (hay que tener en cuenta que Jerusalén estaba rodeada
por una zona desértica, en que los Ramos eran algo valioso, con lo que
se expresaba verdaderamente algo singular; si Jesús hubiera entrado en
ese momento en un estadio de fútbol, seguramente la multitud hubiera
elegido celebrarlo agitando los banderines que se venden en sus
cercanías)...
Pero no
nos quedamos en la
fiesta de los Ramos. Continuamos con la lectura de la Pasión, en la que
se nos hace evidente que Jesús, sin perder la calma pero sin escapar
al camino que nos lleva a la salvación, aún a costa del propio dolor y
la propia Vida, afronta con entereza la incomprensión de los hombres,
que lo llevará a la Cruz. Nunca podemos olvidar que éste fue el camino
de Jesús que nos llevó a la salvación, y que siempre será el camino de
la Iglesia, por la que la salvación nos llega cada día. Hoy, cuando la
Iglesia en la Argentina tiene que sufrir la incomprensión de un
gobierno que parece arrogarse la facultad de exigir al Papa Obispos que
respondan a sus propios gustos, nos ayuda especialmente tener presente
que a la fiesta de los Ramos sigue el camino de la Pasión...
Podríamos
centrar nuestra
mirada en la Pasión de Jesús encontrando en nuestras culpas personales
y en las de todos los hombres de todos los tiempos el motivo de tanto
sufrimiento. Pero todas las culpas que pongamos en la lista no
alcanzarían para que pudiéramos comprender esta Pasión. También
podríamos mirar la Pasión como el paradigma del sufrimiento, como un
resumen de todos los sufrimientos de la humanidad, que sólo puede
asumir sobre sus espaldas alguien que sea más que hombre, alguien que
sea Dios, como Jesús, dispuesto a sufrir sin medida para alcanzar
nuestra salvación. Pero tampoco este modo de mirar la Pasión de Jesús
nos serviría para comprenderla del todo. Podríamos mirar la
Pasión como
el mayor acto de heroísmo que alguien puede hacer, el ejemplo supremo
de alguien que está dispuesto a todo para alcanzar un resultado, en
este caso nuestra salvación, por la que Jesús da su vida en la Cruz.
Pero tampoco esto alcanzaría para tener una visión adecuada de la
Pasión de Jesús. Porque la Pasión de Jesús es todo eso pero no es sólo
eso,
es mucho más. No alcanza detenerse en los pecados que la producen, o el
sufrimiento que implica, o el heroísmo del que la padece, para
comprender la Pasión. La Pasión de Jesús es el gran acto de amor de
Dios, que nos salva. Y hace falta contemplar el Amor de Dios para
comprender y recibir todo lo
que la Pasión nos puede dar. Se trata de un Amor sin límites, un Amor a
la medida de Dios, que viene al encuentro de nuestra condición
humana herida, para salvarnos. Se trata de un Amor que no necesita el
reproche
para quienes hemos causado la Pasión con nuestros pecados, porque
precisamente se acerca a nosotros para rescatarnos con su
misericordia...
Por eso comenzamos la Semana Santa con esta celebración del
Domingo de Ramos, en la que cabe todo el contenido de la misma: desde
la alegría de la multitud que recibe con palmas y con cantos a Jesús,
el Salvador, pasando por la dureza de la lectura de la Pasión,
hasta
llegar a la presencia consoladora de Jesús resucitado en la Eucaristía.
Ya la recorreremos por partes. El Jueves Santo nos hablará de la
presencia del Amor de Jesús, en la Eucaristía. El Viernes Santo nos
detendrá en el dolor. Y la Vigilia Pascual nos traerá la fuerza de la
Vida que surge de la Resurrección...
3. HAY
QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, QUE
TRIUNFA EN LA PASIÓN PARA DARNOS LA VIDA... Cada año celebramos la
Semana Santa para que la Vida de Dios, que surge de la Resurrección de
Jesús, y que ya hemos recibido en el Bautismo, pueda renovarse y crecer
en nosotros, para que nosotros mismos podamos llegar a la
Resurrección...
Se trata de una
Semana, entonces, en la que con más intensidad que en
otros días, tendremos la oportunidad de alimentarnos del Amor de Dios,
a través de los dos platos fuertes que Él nos ofrece como alimento
cotidiano: su Palabra y
la Eucaristía. Ese Amor de Dios, que se hace visible en la Pasión, es
con el que hay que alimentarse, para tener en nosotros la Vida que
Jesús nos ganó en la Resurrección. No lo perdamos de vista, ni siquiera
si la necesidad de un descanso nos lleva a destinar a eso estos días no
laborables en los que celebramos la Semana Santa a hacer algún viaje.
Tengamos presente el sentido profundo de esta fiesta, y no perdamos la
oportunidad de celebrar y recibir en estos días la Vida que surge del
Amor de Dios...