Carta Pastoral: SEGURIDAD, ¿para todos?
Mayo 1999
Este
es el título de uno de los capítulos de “Contenidos básicos de la
Doctrina Social de la Iglesia” que ha publicado nuestra Vicaría de
Pastoral Social. Expresa el deseo de la Iglesia de que algo tan básico
como la seguridad sea patrimonio de todos los habitantes de nuestra
sociedad, sin excluir a nadie. Todos necesitamos seguridad y, una vez
más, quienes viven más inseguros son los más pobres.
Las
reflexiones siguientes las hemos elaborado con los miembros de esta
Vicaría de Pastoral Social y con el Consejo Presbiteral y son un aporte
más a este angustioso problema. Estoy seguro que en la Diócesis podrán
ser enriquecidas por todos ustedes.
Este es un tema que en los
últimos tiempos ha cobrado mucha actualidad porque se han multiplicado
hechos de violencia que atentan contra la vida de los ciudadanos.
Frente a esta problemática aparecen distintas posturas.
La
más simplista es pretender responder a esta cuestión, nada más que
desde la dimensión represiva. El problema es tan grave que en muchos
casos se está configurando un nuevo modo de inserción geográfica de los
habitantes de la sociedad: barrios cerrados con fuerte custodia, que se
encuentran muchas veces al lado de villas de emergencia o barrios muy
pobres, lo cual hace aun más visible la fuerte polarización social que
vivimos.
Hay quienes justifican que las familias se armen y hay
quienes ante esta problemática tan seria están decididos a hacer
justicia por mano propia.
Cabe que como cristianos nos
planteemos el tema, se trata de un caso de discernimiento evangélico:
¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Cómo debemos actuar desde el evangelio
en esta situación? ¿Qué es lo que el Señor nos está pidiendo
personalmente y como comunidad?
El problema de la inseguridad y
de la violencia en la que vivimos, (como tantos otros dilemas que nos
presenta la vida) es un desafío que nos da la posibilidad de
convertirnos, de crecer en la caridad y de encontrar en comunidad
caminos que mejoren la situación, y que cada uno por su lado jamás
podría encontrar ni recorrer.
Vale la pena que como cristianos
intentemos bucear en esta problemática desde todos los ángulos
posibles. Tomemos por ejemplo el perfil de quien comete actos de
violencia. Generalmente se trata de menores o muchachos muy jóvenes que
cometen robos cada vez más violentos y que a veces matan aunque hayan
conseguido lo que pretendían, muchas veces están entrenados para saber
cómo actuar si son descubiertos. Estos jóvenes están bien armados y a
menudo actúan bajo los efectos de la droga. Si no están drogados en el
momento de actuar, muchas veces lo harán después para festejar.
Este perfil ya nos está mostrando que al menos hay tres dimensiones sociales que influyen en estos jóvenes:
- La primera es que están armados. Esto sería imposible si no hubiera tráfico de armas.
- La segunda es que están drogados. Esto sería imposible si no hubiera tráfico de drogas.
- La
tercera es que son jóvenes desocupados, que han abandonado la educación
elemental y no han encontrado modos de emplear bien su tiempo. Esto
sería imposible sin una fuerte crisis en los aspectos educacional y
laboral.
Este panorama está delineado por un compuesto de altas dosis de corrupción y del fenómeno social llamado exclusión.
Pretender
solucionar un problema donde intervienen tantas variables nada más que
desde la dimensión represiva es actuar solamente sobre las
consecuencias y no sobre las causas. No podemos negar que la sociedad
produce formas de marginación y discriminación que encierran, acorralan
y frenan los esfuerzos de integración que muchas personas y comunidades
con sensibilidad y preocupación social pueden estar intentando.
La
brecha creciente entre ricos y pobres, la ostentación escandalosa de
los frívolos, y la facilidad con que los corruptos acceden a grandes
masas de riqueza, crean un clima violento que últimamente muestra
quizás su cara más cruel, en los robos y asesinatos que la sociedad
padece.
Los sacerdotes que trabajan con estos jóvenes me dicen
que el mensaje que permanentemente recibe un excluido es: “no servís,
no valés, sobrás, sos una carga para la sociedad, no rendís, no sabés,
tu vida no vale, sos ineficaz”. En una palabra: tu vida no tiene ningún
valor.
La falta de oportunidades, la desocupación, la
marginación, generan condiciones de vida que no estimulan la virtud de
la laboriosidad. Un joven en estas condiciones se va convenciendo que
si su vida tiene poco valor, puede arriesgarla. Y si su vida vale poco,
también considera que vale poco la vida de los demás.
El gran
negocio del juego, de la venta de alcohol, drogas y armas que son
fuentes de enormes ganancias para muchos, está en la base de esta
problemática que lleva a estos jóvenes a arriesgarse porque, como
veíamos recién, la vida de ellos no tiene ni futuro ni esperanza.
Es
más: muchas veces se tiende a identificar a toda la gente que vive en
una villa de emergencia con la violencia, desconociendo que la raíz de
esa violencia no es la pobreza sino la exclusión social. En todos los
barrios, sean ricos o pobres hay personas que viven en el vicio y hay
personas que luchan por la virtud.
El año pasado escribí una
carta sobre la exclusión social en la que invitaba a todos a encontrar
un camino serio para enfrentar la problemática de la injusticia que es
la base de la violencia en la que nos encontramos inmersos.
Cuando
en una sociedad los males se agravan y se van convirtiendo en una
especie de epidemia, hay que convencerse que no se encontrarán
soluciones fáciles y rápidas. Cuando las situaciones se van
estructurando en el mal, las respuestas posibles son aquellas que
requieren grandes sacrificios, alta cuota de heroísmo y de paciencia
que las hagan perdurables en el tiempo. Sólo las soluciones que van a
la raíz son las que vencen eficazmente al mal.
Es verdad que la
situación en la que vivimos nos sumerge en el miedo: tenemos miedo de
andar por la calle, tenemos miedo al entrar y salir de nuestras casas,
tememos que al ir a trabajar o a estudiar sea robado o agredido algún
integrante de la familia.
El miedo es lógico, porque el peligro
es real. Pero debemos tener cuidado de que este miedo no nos lleve a
mirarnos los unos a los otros en un clima de desconfianza recíproca que
nos hace mal a todos.
Tenemos que defendernos de los peligros,
pero el evangelio nos invita a no mirarnos unos a otros como
potenciales agresores, sino como hermanos. Aquí es donde frente a esta
situación, debemos dejarnos iluminar por nuestra fe y nuestras
convicciones cristianas: todo hombre es digno, todo hombre es mi
hermano, todos somos hijos de Dios nuestro Padre.
Frente a las
noticias que escuchamos a diario, nos compadecemos con real solidaridad
de las víctimas de los robos y asesinatos. Es importante y muy bueno
que lo hagamos, para tratar de ayudar, si está a nuestro alcance.
Pienso
que el Evangelio nos invita a ampliar la mirada y a ponernos también en
el lugar de todos esos jóvenes (a veces casi niños) y adultos sin
posibilidades. ¿Qué hubiera sido de mí si hubiera nacido en la
indigencia, sin una familia estable, sin posibilidades de recibir
cariño ni educación, viviendo en la calle o en la promiscuidad y con la
posibilidad de “escapar” mediante la droga, el alcohol, o el poder que
da un arma? Sin duda que no quedan muchas posibilidades de descubrir la
propia dignidad, ni de respetar la vida de los demás.
Jesús se
identificó plenamente con los excluidos de su tiempo. Resuenan en
nuestro corazón y nos llaman aquellas palabras del Señor: “A mí me lo
hicieron” (Mt 25, 31-46). ¿En quiénes está Jesús padeciendo hoy y
pidiéndome que haga algo por Él?
Hay también otras actitudes de Jesús en el Evangelio que nos invitan a revisar las nuestras:
- La
misericordia que demostró frente a toda miseria humana, sin dejar de
señalar la necesidad de cambiar de vida frente al pecado (Mt 9, 10-13)
- La
confianza en la capacidad de cambio que tenemos las personas, expresada
en la parábola del Padre misericordioso (Lc 15, 11-32)
- La misericordia y la benevolencia que nos enseñó para no juzgar (Lc 6, 36-42)
- La necesidad de preocuparnos por los pobres en esta vida (Lc 16, 19-31)
- Lo más difícil de todo: el amor a los enemigos, en el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5, 38-48)
Como
ven, la cuestión es muy amplia y compleja. Me atrevo, sin embargo, a la
hora de plantear temas concretos, a enumerar algunas posibles acciones
que sin duda ustedes podrán enriquecer:
1. Así como muchos
vecinos se reúnen para estudiar los métodos de defensa de sus familias
(lo cual es totalmente lógico), será también importante utilizar esas u
otras reuniones para estudiar los modos de multiplicar acciones
solidarias a fin de atacar al mal de la exclusión en su raíz.
2.
Debemos priorizar el tema educativo, todo lo que hagamos en este
sentido será poco. Es una de las soluciones que apunta a la raíz de
estos males. Como Iglesia debemos disponernos cada vez más a seguir
trabajando en la educación de los pobres y a encontrar caminos comunes,
con personas y sectores que manifiesten una sincera preocupación por lo
social.
3. Es necesario insistir no sólo en la perseverancia de
los niños en la educación elemental, sino también en la capacitación
laboral de los jóvenes.
4. Luchar contra cualquier tipo de
discriminación generando desde nuestras comunidades una actitud de
acogida y de valoración de todos, aún de aquellos a los que la sociedad
juzga por sus delitos.
5. Sin duda se hace cada vez más
necesario la existencia de un sistema policial eficiente con leyes
aptas. Pero la persecución más fuerte se debe dirigir hacia el comercio
de la droga, de las armas, del alcohol y del juego.
6. Me
impresiona mucho que a veces se identifique el mal y el delito
solamente con las villas de emergencia, y se quiera actuar directamente
en ellas de una manera represiva y no nos escandalicemos primero por el
hecho mismo de la existencia de estas villas. En realidad deberíamos
todos estar preocupados por desarrollar planes de vivienda popular o al
menos humanizar las villas y los barrios. Se trata de abrir (calles y
espacios) y no de cerrar (encerrar, acorralar posibilidades de
encuentro).
7. Creo que hay que avanzar fuertemente en la
reforma policial, reforma en la administración de justicia, reforma del
sistema carcelario, donde el criterio fundamental no sea dar más
tranquilidad a algunos a costa de la humillación de otros, sino el
empeño firme por respetar y hacer crecer la dignidad de todos. Luchar
para que las cárceles sean verdaderos lugares de reforma de vida que
apunten a la reinserción social.
8. Luchar contra la corrupción
significa también no favorecerla en lo cotidiano: no ofrecer ni recibir
coimas (tampoco las que vienen en forma de regalos o “estímulos”),
cumplir con las obligaciones civiles, llegar a horario a nuestras
obligaciones, etc. Si nuestros chicos nos ven vivir de esta manera,
estaremos educando generaciones menos dispuestas a la corrupción y que
exigirán mayor transparencia de sus gobernantes.
9. Esta
invitación a mirar la realidad desde el punto de vista de los excluidos
no significa caer en un relativismo que nos lleve a justificar las
actitudes violentas o delictivas. La sociedad para conservar la paz,
debe funcionar con un sistema de premios y castigos. Los inocentes
deben ser defendidos y estimulados en sus buenas acciones y los
culpables deben ser castigados, en el marco de la ley.
Todo esto
será imposible si no generamos una corriente de generosidad y
solidaridad que nos ayude a encontrarnos, a unimos, a queremos y no a
polarizamos y a separarnos.
Que el Espíritu Santo que nos hace
llamar juntos a Dios “Padre”, ilumine nuestras mentes y corazones, y
nos enseñe a recorrerlos caminos para vivir la fraternidad y el
encuentro con todos los hermanos, especialmente con aquellos que más
nos necesitan.
Que María de Luján, Madre de los argentinos,
interceda por nosotros para que desde nuestro lugar, podamos como Ella,
traer la paz y la reconciliación a nuestro país,
Con mi saludo y Bendición para cada familia y comunidad,
En Pentecostés, 23 de mayo de 1999.
Mons. Jorge Casaretto
Obispo de San Isidro
Carta Pastoral, Guía de Trabajo:
Tal
como hicimos en otras cartas pastorales, nos vamos a ayudar con una
guía de trabajo en nuestra reflexión personal y comunitaria. Esta vez
será más corta que en otras oportunidades, pero es importante que nos
detengamos a reflexionar juntos sobre este tema.
Como sabemos la
“Guía de Trabajo” consiste en una serie de preguntas que nos ayudarán a
interiorizar los contenidos de la CARTA PASTORAL. No se trata de
encontrar la “respuesta correcta”, sino de preguntamos acerca de lo que
estamos reflexionando, para ver qué repercusión tienen estas realidades
en la vida de cada uno de nosotros. Sería bueno que escribamos las
respuestas, ya que el ejercicio de escribir nos ayuda a concentrarnos y
a ponernos en contacto con nuestro interior. Si queremos, después
podemos compartir lo que hemos reflexionado, con nuestra familia o
comunidad.
- ¿Cómo estamos viviendo (como familia en e1 barrio, en el trabajo, etc.) el tema de la inseguridad?
- ¿A quién responsabilizamos de los hechos de violencia que ocurren a diario? ¿Son justas nuestras afirmaciones?
- ¿Qué
es lo que el Señor me pide personalmente, y nos pide como comunidad,
frente a esta situación? Meditemos juntos Mt 25, 31-46. ¿En quiénes
está Jesús padeciendo hoy y pidiéndome que haga algo por Él?
- En
la tercera parte de la carta aparecen una serie de acciones que pueden
ayudar a mejorar la situación violenta en la que nos encontramos:
¿podría agregar alguna otra acción a la lista?
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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