Esta fue mi predicación de hoy, 26 de octubre de
2008,
Domingo XXX del Tiempo Ordinario del
Ciclo Litúrgico A,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. MUCHAS VECES NOS
PARECE QUE TENEMOS MÁS
CARGA QUE LA QUE PODEMOS SOPORTAR... Nos pasa a los grandes y a los
chicos. Los chicos quieren jugar todos los juegos que conocen, quieren
que les vaya bien en todos los deportes, quieren ver todos los
programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en todas
las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas como con
razón le piden los padres, y son tantas las cosas que tienen por
delante, que no saben por dónde empezar...
Los adolescentes también quieren jugar a todo, pasarse todo
el
tiempo con todos los amigos, hacer bien las tareas del colegio y los
estudios de la Universidad, no perderse ninguna fiesta, y encima
resulta que en casa tienen que hacer también un montón de cosas, que
los padres se empeñan en mostrarles como impostergables. La
consecuencia es inevitable: no saben por donde empezar...
Pero es igual para los
adultos: uno quiere cumplir con todo,
quiere hacer bien su trabajo, quiere cumplir con Dios y con la Iglesia,
quiere atender como es debido a los hijos, quiere asumir su
responsabilidad ciudadana, quiere verse con los amigos, y parece que el
tiempo nunca alcanza: no se sabe por dónde empezar...
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más remedio
que distinguir lo que aparece como urgente de lo que es realmente
importante, y hay que optar. Por eso los fariseos, que estaban llenos
de normas, 365 prohibiciones y 248 mandatos de cosas que debían hacer,
preguntan a Jesús cuál es el más importante de todos esos mandamientos,
porque por ahí siempre hay que empezar. La respuesta de Jesús es clara
y contundente. Lo primero, lo más importante, lo impostergable es
amar...
2. EL AMOR AL QUE DIOS
NOS
LLAMA ES EL QUE UNIFICA TODA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos
muchas cosas que hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y
todo lo demás se desprende de allí. Todos nosotros somos fruto del
amor de Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para
el amor. Es nuestra capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra
felicidad, corresponder con amor al amor con que Dios nos trata...
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de
hacerlo que con todo el corazón, con toda el alma y con todo
el
espíritu. Si así lo hacemos cuando vamos a alentar un equipo de fútbol
en la cancha, ¿cómo no vamos a hacerlo de esa manera cuando se trata de
responder al amor de Dios, del cual proviene nuestra vida? Se trata del
Amor entendido con mayúsculas, es decir,
el compromiso perseverante de hacernos cargo del bien que debemos a los
demás. De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque
en todo estaremos dispuestos a responder con amor...
El amor así entendido
se convierte en algo realmente serio, y
se encuentra necesariamente con la Cruz, ya que ocuparse del bien de
los demás siempre requerirá de nosotros un esfuerzo perseverante. En el
amor al que Jesús nos invita siempre ocupará Dios el primer lugar,
pero inmediatamente de la mano de este amor a Dios irá el amor a
nuestros hermanos. Cuando queremos en serio a alguien, entran también
en nuestro afecto todos los que son queridos por él. De la misma
manera, amando a Dios, inmediatamente nuestro amor abarca también
necesariamente a todos los que Él quiere, es decir, absolutamente a
todos, porque nadie queda excluido del amor de Dios...
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer a
alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Esto puede suceder de una
manera especial hoy, cuando se está haciendo una convocatoria a los
vecinos de San Isidro para reunirse esta tarde ante la Sede de la
Municipalidad para reclamar seguridad, a causa de los últimos
acontecimientos de violencia que han acarreado muertes injustificadas y
absurdas. Sin embargo, siempre
tenemos al menos una razón, y mucho más poderosa que las otras, para
querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es simplemente que
Dios los quiere...
3. EL AMOR A DIOS SE
HACE VISIBLE A TRAVÉS DE
NUESTRO AMOR FRATERNO... El amor a Dios siempre va primero, porque
nadie está por encima de Dios. Hoy concluyó la XII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos, presidida por Benedicto XVI. En
esa reunión de Obispos provenientes de todo el mundo, dedicada a la
Palabra de Dios,
los Obispos participantes nos han entregado un
Mensaje
en el
que nos recuerdan que la Palabra eterna y divina entró en el espacio y
en el tiempo y asumió con Jesús un rostro y una identidad humana, esa
Palabra divina se expresa con lenguas humanas, a semejanza del Verbo
del Padre Eterno, que tomó la carne de la debilidad humana y se hizo
semejante a los hombres. La Iglesia, fundada sobre Pedro y los
apóstoles hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de
Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de esta Palabra.
Con el anuncio, la catequesis y la homilía lee y comprende, explica e
interpreta, implicando la mente y el corazón, esa Palabra, llevando así
a la escucha auténtica de la Palabra de Dios, que reclama obedecer y
actuar, hacer florecer en la vida la justicia y el amor: «No todo el
que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21)...
Pero el amor a Dios no
está completo si sólo queda encerrado en nuestro
corazón.
Porque el mandamiento del amor a Dios se completa con su semejante, el
amor a nuestros hermanos. Cuando nuestro amor se vuelca en nuestro
prójimo, es decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene
derecho a esperar algo de nosotros, se hace verdaderamente visible..
El amor fraterno es
algo así como la segunda cara de una misma moneda, y parte integrante
del único mandamiento del amor, el más importante de toda nuestra fe.
Querer a los demás como a nosotros mismos no es más que el modo visible
que toma nuestro amor a Dios...
Por eso, cuando nos veamos sobrepasados por las cosas que pesan sobre
nuestros hombros y las tareas que nos esperan, bastará que pensemos qué
es lo que el amor dicta en nuestros corazones, e inmediatamente
sabremos que es por allí por donde deberemos empezar. También ante el
drama de la falta de seguridad nuestra respuesta tiene que ser el amor,
y para eso nos puede servir una
Carta
Pastoral de mayo de 1999 de Mons. Casaretto, Obispo de San
Isidro.
Puede ser que no
podamos hacer todo lo que tenemos por delante, pero si empezamos por lo
que el amor nos exige, habremos tomado el
buen camino. Nos quedarán muchas cosas sin hacer, incompletas o
pendientes. Pero habremos hecho lo más importante y, parafraseando a
Jesús cuando nos habla del Reino, podemos confiar en que todo lo demás
vendrá por añadidura...