Esta fue mi predicación de hoy, 3 de
junio de 2007,
Solemnidad
de la Santísima Trinidad del Ciclo Litúrgico C,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. CADA
UNO VIVE LA FAMILIA SEGÚN SU EDAD, PERO PARA TODOS ES UNA
NECESIDAD... Todos los seres humanos cuando somos chicos estamos tan
necesitados que prácticamente no podríamos
subsistir sin el
apoyo de una familia o de quienes hicieran sus veces. En la familia, o
de quienes ocupen su lugar, recibimos el alimento, la ropa, el calor
del hogar, el cuidado de la salud, las primeras atenciones, el primer
amor y todas sus expresiones. Y todo esto nos ayuda a crecer
sanamente...
Pero
todos, después de niños, hemos sido adolescentes
(salvo los que
todavía no han llegado a esa edad). En la adolescencia es
muy
posible que hayamos vivido la familia como un "campo de batalla" que
nos entrenó para la vida. Comenzamos a crecer, y aprendimos
a adquirir
nuestra independencia y a ejercer nuestra libertad un poco
gracias a la sana rebeldía, que nos ayudó a
desafiar los límites, y a
aprender las consecuencias que inevitablemente se sufren cuando no se
los respeta, sobretodo los más importantes y trascendentes...
Con el
paso del tiempo hemos ido madurando, y nos ha llegado el tiempo
de concretar nuestra propia vocación. Esta puede haber sido
compartida,
encontrando alguien con quien emprender juntos un camino para toda
la vida, formando una nueva familia. En este caso, la familia se ha
convertido en nuestra vocación principal, y nos ha ido
reclamando la
entrega de toda la vida. Otros hemos encontrado en el llamado de Dios a
una vida consagrada totalmente a Él, en el sacerdocio o en
la vida
religiosa, que nuestra vocación nos exigía un
entrega plena en el
servicio a la Iglesia, la gran familia de Dios...
Pero
llega un momento en el que, si no nos hemos muerto antes, el peso
de los años vuelve a hacernos dependientes como los
niños. Y así la
familia, la de la propia sangre o aquella que toma su lugar por el
afecto y la cercanía, es la que otra vez,
como cuando éramos niños,
tiene que hacerse cargo de todas nuestras necesidades.
¡Qué bueno si,
además de atender las más elementales y
materiales, son capaces de
darnos el amor que recrea y llena de sentido la vida!
(Así sucede en
los Hogares de las Hermanitas de los Pobres que, siguiendo la
inspiración de su Fundadora, la Beata Juana Jugan, cuidan en
estas
casas a los ancianos pobres, para que viviendo en un clima familiar
lleno de caridad los últimos años de su vida, se
preparen para la vida
eterna, con el amor fraterno que en todos despierta la vida en familia,
en la que cada uno colabora haciendo lo que puede, como sucede en una
buena familia)...
En resumen, de diferente manera, según la edad y el momento
de la vida,
para todos es una necesidad la familia. Y esto sucede porque Dios nos
ha hecho a su imagen. Y, como dijo Juan Pablo II en la
Homilía
de la Misa Misa inaugural de la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano en Puebla, México, el 28 de enero
de 1979, "Dios en
su misterio más
íntimo, no es una soledad, sino una familia"...
2. DIOS
EN SU MISTERIO MÁS ÍNTIMO NO ES UNA SOLEDAD, SINO
UNA
FAMILIA... Nada hubiéramos podido conocer de la intimidad de
Dios, si
Él no nos la hubiera revelado. Pero sí lo ha
hecho. Y Jesús nos hizo
conocer la intimidad de Dios, mostrándonos que no es una
soledad, sino
una familia. No varios dioses, sino uno solo. Pero con tal riqueza e
inmensidad, que no le podía faltar esta corriente interna de
amor que
se da entre Tres Personas, que es un solo Dios...
Dios es Padre, de todos nosotros, que somos sus hijos, y de todos los
hombres, ya que todos recibimos de Él la vida. A Dios, como
Padre, le
atribuimos también la creación entera, que
proviene de su voluntad y
decisión, con un acto creador del que todo
procede...
Dios
también es Hijo. Y el Hijo de Dios, que es su Palabra y su
Sabiduría (como nos dice hoy con lujo poético
lleno de detalles la
primera lectura, tomada del libro de los Proverbios), viendo nuestra
condición de rebeldía que nos había
apartado de Dios, tuvo compasión de
nosotros. De esta manera, enviado por el Padre, el Hijo de Dios vino a
nosotros naciendo pobre en
un Pesebre en Belén. Este Hijo de Dios murió en
la Cruz en Jerusalén, y
resucitando al tercer día nos elevó
nuevamente junto a Dios. Como Buen Pastor, dio su vida por todas sus
ovejas y sigue buscándolas a todas porque no quiere que
ninguna de
ellas se pierda...
Dios es también
Espíritu Santo. Y el Padre y el Hijo nos envían
el
Espíritu Santo, para que Él nos dé a
conocer, por su acción en nuestros
corazones y a través de la
predicación de la Iglesia, todo lo que Jesús nos
ha dicho. El Espíritu
Santo nos acerca a cada uno de nosotros la Paz que
Jesús conquistó para todos nosotros en la Cruz y
en la Resurrección...
El
Espíritu Santo hace que la Vida de Dios se expanda en
nuestros
corazones, y hace posible que Aquel que está por encima de
todo y de
todos, pueda estar también dentro de cada uno de nosotros.
El Espíritu
Santo recibe del Padre y del Hijo toda la Verdad que tiene para
decirnos, y la mantiene viva en la Iglesia, haciendo que esta Verdad
salvadora sea anunciada a todos hasta el fin de los tiempos...
3. DIOS
NOS HACE PARTICIPAR DE SU VIDA, PARA QUE VIVAMOS EN FAMILIA...
Haciendo su morada en nosotros, Dios nos ha hecho participar
de su
Vida.
De esta manera, nos ha llamado a vivir en comunión con
Él, con toda la
Trinidad, y así nos ha hecho parte de su familia...
Y esto lo ha hecho sin límites ni fronteras. Altos y bajos,
flacos y
gordos, niños, jóvenes y viejos, blancos, negros
y amarillos, todos de
la misma manera hemos sido llamados a vivir en comunión con
la
Trinidad, y ser parte en su familia...
Pero Dios
no sólo nos ha hecho participar de su Vida, sino que
además
ha hecho que su casa sea la nuestra, tanto en el Cielo como en la
tierra. El Cielo es uno solo (consiste simplemente en vivir en
comunión
plena con Dios, después de nuestra muerte, por gracia suya y
respuesta
nuestra), y todos hemos sido llamados a esta meta. Y en la tierra Dios
ha hecho visible su Casa en la Iglesia, una sola Casa para una sola
familia...
Por eso, llamados a participar de la Vida de Dios, también
hemos sido
llamados a vivir, por la fe, en la Iglesia, como familia de Dios.
Familia, entonces, en la que no podemos ponernos elegir
quiénes nos
gusten que estén y quiénes nos parece que se
tienen que quedar afuera.
Siendo familia, y Familia de Dios, tenemos que abrir sus puertas a
todos los que quieren entrar, porque Dios no quiere dejar a nadie fuera
de ella. Somos una familia que se debe proponer con firmeza
vivir en el
amor, que es el mejor, y en realidad el único, modo de vivir
en
familia. Familia, por último, que se propone vivir en el
Amor de Dios,
ya que Él es quien nos ha hecho Su familia...