Tomar en serio las decisiones...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 19 de
agosto de 2007,
Domingo
XX del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
MUCHAS COSAS NO SE ARREGLAN PORQUE NOS CUESTA TOMAR EN SERIO LAS
DECISIONES... A veces sucede con el régimen que los
médicos nos
exhortan a asumir, ya sea porque se trata de algo ineludible para bajar
los kilos que tenemos de más (que, más tarde o
más temprano, atentan de
algún modo contra nuestra salud), o porque, más
urgentemente todavía,
resulta necesario para superar alguna enfermedad más o menos
seria. Al
menos en el primer caso, y también a veces en el segundo, el
régimen es
algo que sólo estamos dispuestos a comenzar el lunes, pero
ni siquiera
el lunes próximo, ya que cuando éste llegue, y
ante el primer tropiezo
en la intención de hacerlo, pensaremos que quizás
nos convenga empezar
el régimen, esta vez en serio, el lunes que sigue...
También nos puede
suceder (salvo aquí en el Hogar Marín y en todos
los Hogares de las
Hermanitas de los Pobres, que lucen siempre por su pulcritud) cuando
queremos limpiar rápidamente la casa, ya sea porque vienen
visitas y no
hay tiempo que perder, o porque tenemos otras cosas más
urgentes que
hacer y no queremos perder tiempo en una tarea como esa (que nos gusta
tan poco). Podemos pensar que la solución es esconder la
tierra "debajo
de la alfombra". Ya habrá otro momento, pensamos, o le
tocará a otro,
hacer una limpieza más en serio y más a fondo,
pero mientras tanto
salimos del paso con este "arreglo provisorio" que salva las
apariencias...
Otras
veces se trata de los conflictos que tenemos con algunas personas.
Dejamos de verlas, o nos limitamos a un contacto "social" que se limite
a navegar sobre la espuma de saludos formales y vacíos de
contenido,
con la esperanza o la ilusión de que el tiempo ponga
solución a los
conflictos (aún sabiendo, como fácilmente nos
enseña la experiencia,
que estos conflictos no se superan sólo por dejarlos pasar,
sino sólo
cuando nos hacemos cargo y los enfrentamos). Lo mismo sucede con los
problemas del país. A veces parecería que los
políticos se conforman
con quedarse montados a la espuma electoral de las encuestas. Puede ser
que así encuentren los caminos para sumar algún
voto más, pero
ciertamente de ningún modo eso servirá para
asumir su misión de
estudiar los problemas que se presentan en la organización
nacional,
para proponer las soluciones (y ejecutarlas si se les ha confiado el
ejercicio de la potestad ejecutiva) que permitan realizar el bien
común, a cuyo servicio han dedicado su vida, por
vocación y profesión...
Por eso Jesús, para que no nos quedemos empantanados en las
cosas que
no se arreglan, nos exhorta, a partir de su propio ejemplo, a tomar en
serio nuestras decisiones, asumiendo todas sus consecuencias...
2. LA PALABRA
DE DIOS ES UN GRAN REMEDIO, SI LA ASUMIMOS
CON DECISIÓN Y FIRMEZA... Jesús es la Palabra de
Dios hecha carne, que
nos habla con toda claridad y nos muestra el camino de la
salvación.
Pero no es un Palabra que tome a su cargo hacer lo que a nosotros nos
corresponde, sino que nos ayuda para que nosotros lo hagamos, aunque
sean duras sus consecuencias...
Le
sucedió al profeta
Jeremías,
que se tomaba en serio
la Palabra de Dios y la anunciaba sin tapujos, también a
quienes no
estaban dispuestos a escucharlo. Tirarlo a un aljibe no era algo muy
fraterno ni muy pacífico. Los aljibes, por otra parte, no
eran siempre
en ese tiempo las construcciones más prolijas y elegantes.
Podían ser
simplemente un hueco en la piedra en medio del desierto, preparado para
juntar la escasa agua de las lluvias. Y allí lo tiraron
porque no se
callaba la boca ya que, aunque se había resistido en una
comienzo a la
misión que Dios le confiaba, porque le parecía
que era demasiado débil
para llevarla adelante (cf. el relato de su vocación en
Jeremías 1),
cuando aceptó su vocación se dedicó de
lleno a ella asumiendo todas sus
consecuencias...
Nos lo
dice también la
Carta a los
Hebreos exhortándonos a
correr resueltamente al combate que se nos presenta. Se trata, sin
duda, del combate de la fe. Es una lucha que comienza dentro de
nosotros mismos para deshacernos del peso del pecado que no nos permite
elevarlos a la altura a la que Dios quiere llevarnos...
Pero es también una lucha que requiere la
decisión de tomarnos en serio
la Palabra de Dios, una lucha que requerirá de nosotros la
valentía de
asumir las dificultades que se nos presentarán, como a
Jeremías, y como
al mismo Jesús. Él, en lugar de elegir el gozo
que se le podía ofrecer
por ser el Hijo de Dios hecho Hombre, con derecho (que duda puede
caber), a elegir un camino para salvarnos lleno de aplausos y de
flores, sin embargo no se quedó con ese privilegio y
asumió el camino
de la Cruz, que era hasta ese momento sólo un instrumento de
tortura
para que murieran en ella los que por sus delitos se consideraba que
había que someter a la infamia...
3.
DEJÉMONOS ENCENDER SIN MIEDO POR EL FUEGO DE DIOS: NO
QUEMA SINO QUE SALVA... Cuando Dios llega a nosotros con su Palabra, si
le abrimos nuestro corazón nos enciende con el fuego de su
Amor. A
partir de ese momento todo cambia, ya que comenzamos a ver las cosas de
una manera distinta...
No tenemos que tenerle miedo a este fuego del Amor de Dios. No es un
fuego que quema, sino un fuego que salva, al que hay que responder con
contundencia. El mismo
Jesús nos
dice hoy que ha
venido a traer fuego, y antes de la Cruz estaba deseando que ese fuego
ardiera. Hará falta su Cruz porque en ella el Amor de Dios
se mostrará
de la manera más contundente, y arderá con toda
su fuerza. Nosotros
fuimos bautizados con agua, pero para Jesús la Cruz fue un
"Bautismo"...
Puede
sorprendernos encontrarnos hoy con que
Jesús
ha venido a
traer la división. No se trata, por supuesto, que
Él quiera
dividirnos. Pero sí es cierto que ante Jesús no
es posible quedarnos
indiferentes. Será una o será otra, pero ante
Jesús todos tomamos una
posición, y por lo tanto esa posición que tomamos
también nos puede
enfrentar a unos contra otros...
Si nos dejamos
encender por el fuego de Dios, que Jesús siembra en nuestros
corazones,
es posible que no todos estén dispuestos a seguirnos.
Podrán ser
nuestros padres o nuestros hijos, podrá ser la suegra o el
suegro, el
yerno o la nuera, pero sea quien sea quien nos enfrente, siempre
tendremos que seguir fieles a Jesús, porque Él es
el único que puede
salvarnos. El mismo Jesús, por otra parte, será
también la salvación
para aquellos que se opongan a nuestra fidelidad a Jesús.
Por el bien
de ellos, entonces, y no sólo por el nuestro,
hará falta que estemos
dispuestos a esta fidelidad, aunque nos lleve a cargar nuestra propia
cruz, que tendrá para cada uno su propio color...
No se tratará, entonces, de pelearse con los padres porque
son tales, o
con los hijos por la misma razón, ni la nuera con la suegra
o la suegra
con la nuera (porque las dos quieren al mismo, una como marido y otra
como hijo), sino de sufrir con paciencia las divisiones que puedan
provenir de nuestra fidelidad a Dios. Se tratará simplemente
de
dejarnos encender por el fuego de Dios, sin miedo. Es un fuego que
requiere que tomemos en serio nuestras decisiones para vivir con coraje
lo que Jesús con su Palabra nos enseña. Es un
fuego que salva. Es un
fuego que nos cambia la vida y que tenemos que asumir sin miedo, porque
arde, pero no quema...
Lecturas
bíblicas del
Domingo XX del Tiempo Ordinario del Ciclo C:
- El profeta Jeremías decía al pueblo:
«Así habla el Señor: Esta
ciudad será entregada al ejército del rey de
Babilonia, y este la
tomará». Los jefes dijeron al rey: «Que
este hombre sea condenado a
muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de
guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo.
No, este
hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia». El
rey Sedecías
respondió: «Ahí lo tienen en sus manos,
porque el rey ya no puede nada
contra ustedes». Entonces ellos tomaron a Jeremías
y lo arrojaron al
aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de
la guardia,
descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había
agua sino sólo barro,
y Jeremías se hundió en el barro. Ebed
Mélec salió de la casa del rey y
le dijo: «Rey, mi señor, esos hombres han obrado
mal tratando así a
Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo
morirá de hambre,
porque ya no hay pan en la ciudad». El rey dio esta orden a
Ebed Mélec,
el cusita: «Toma de aquí a tres hombres contigo, y
saca del aljibe a
Jeremías, el profeta, antes de que muera»
(Jeremías 38, 3-6 y 8-10) (volver
a la predicación...).
- Hermanos: ya que estamos
rodeados de una
verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos
estorba, en
especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente
al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y
consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del
gozo que se
le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta
la infamia, y ahora
está sentado a la derecha del trono de Dios. Piensen en
aquel que
sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y
así no se
dejarán abatir por el desaliento. Después de
todo, en la lucha contra
el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar
su sangre
(Hebreos 12, 1-4) (volver a la
predicación...).
- Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo he venido a traer fuego sobre la
tierra, ¡y cómo desearía que ya
estuviera ardiendo! Tengo que recibir
un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto
se cumpla
plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a
la tierra?
No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en
adelante,
cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra
dos y dos
contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la
nuera y la nuera contra la suegra» (Lucas 12, 49-53) (volver
a la predicación...).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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