Esta fue mi predicación de hoy, 12 de agosto de 2007,
Domingo
XIX del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. A VECES VIVIMOS
COMO SI TUVIÉRAMOS VENDAS EN LOS
OJOS... En algunos casos es por simple distracción. Alguna
vez, por
ejemplo, nos ponemos a buscar los anteojos que hace un minuto
tenía
en la mano y no logramos encontrarlos, hasta que de golpe nos damos
cuenta que los tenemos puestos. También podemos pasarnos un
rato
buscando las
llaves a la hora de salir de casa, hasta que finalmente nos damos
cuenta que
las tenemos en la mano...
Otras veces no es sólo distracción, sino que es
la pasión la que nos
ciega. Desgraciadamente somos testigos con frecuencia de los extremos a
los que lleva la pasión futbolística, al punto
que un deporte que
debería ser un ámbito de encuentro y de descanso
termina siendo un
campo de batalla que se cobra vidas (es más grave
todavía cuando no es
sólo pasión, sino mafia y negocio que lleva a
matar)...
Todos hemos conocido,
seguramente, algunos novios que se llevan muy mal y sin embargo siguen
adelante como si nada. La pasión los puede cegar de modo que
no se den
cuenta que el suyo es un amor
imposible , no cuajan entre sí y además (o por
eso) se
pasan el día peleando. Todos los que los conocen se dan
cuenta que, si
se casan, van derecho al fracaso. Todos menos ellos. Están
tan
"enamorados" (encandilados convendría decir para esta
ocasión), que no
se dan cuenta que se dirigen a un precipicio con los ojos vendados (el
amor no es ciego sino lúcido, pero la pasión lo
puede cegar;
¿cuántos fracasos matrimoniales
podrían haberse evitado si
los novios antes de casarse hubieran abierto los ojos y
prestado atención a quienes los advertían?)...
Otras
veces no vemos lo que pasa simplemente porque miramos para otro lado.
Ahora todo parece estar revuelto porque una valija "pasó"
por donde no
tenía que pasar, en "el momento" que no tenía que
pasar, conteniendo lo
que no podía llevar. De repente se ha caído de
golpe un telón y nos
quedamos asombrados y descubrimos sorprendidos una realidad que
teníamos al lado y no veíamos, como si
hubiéramos estado viviendo con
los ojos tapados. Ya tenemos experiencia en nuestra patria de las cosas
que suceden sin que nadie diga nada, simplemente porque miramos para el
costado (la llamada "década del '70" es un ejemplo claro)...
Pero además, y esto
no
deja de ser un modo curioso de no ver, salvo que ya
carguemos muchos años en la mochila vivimos como si
fuéramos a vivir
para siempre, aunque es evidente que no es así, ya que todos
vamos a
morir. Es más, desde que hemos nacido sabemos que nos vamos
a morir, y
esta es una
certeza que no podemos eludir. Cada tanto,
cuando se muere un pariente muy cercano o un amigo
entrañable,
sobretodo si es alguien joven o sucede sin aviso, nos damos
más espacio para pensar sobre la muerte. Pero enseguida,
casi
sin darnos cuenta, volvemos a nuestra compostura habitual, y seguimos
nuestra marcha como si nosotros no nos fuéramos a morir
nunca.
Entonces, para que no vivamos como si estuviéramos
tapándonos los ojos
para no ver, los oídos para no oír y la boca para
no hablar de esto,
Jesús hoy nos recuerda la muerte y nos enseña a
vivir siempre
preparados...
2. EL MUNDO TIENE UN
FINAL, QUE ES PARA CADA
UNO EL DÍA DE SU MUERTE... Así como nuestra vida
en este mundo tiene un
inicio, también tiene un fin, y hacia él vamos
inexorablemente. Cada
día estamos veinticuatro horas más cerca de
él. Un día hemos nacido, y
un día vamos a morir. Puede ser que ese final nos llegue de
sorpresa.
Pero si es así, no es porque no sepamos que va a venir sino
porque a
veces nos habituamos demasiado a vivir que si a nosotros no nos fuera a
suceder...
Si nos pusiéramos a imaginar cómo
quisiéramos que fuera nuestra muerte,
seguramente nos entusiasmaría que fuera como la de la Virgen
María,
rodeados de nuestros seres más queridos (en esta pintura
sobre "el
tránsito de la Virgen", es decir, su muerte, ella aparece
rodeada de
los Apóstoles, y bajo la mirada de su Hijo, al fondo; el
óleo sobre
tabla es de Juan Correa de Vivar, y es del año 1550). Pero
una muerte
así, como también cualquier otra muerte feliz que
queramos imaginar, no
se improvisa sino que se debe preparar...
La
muerte, como el nacimiento, es una meta. Pero también, y
esto es lo más
importante, en ambos casos es un punto de partida. Cuando nacemos,
hemos alcanzado esa meta que se ha ido preparando pacientemente a lo
largo de nueve meses. Después de haber estado durante todo
ese tiempo
haciéndole "cosquillas en la panza" a nuestras madres,
finalmente vemos
la luz. Sin embargo, nadie se conformaría sólo
con eso. Esa meta se
convierte en un punto de partida. Y una vez nacidos se pone en marcha
todo el desarrollo de nuestra vida sobre esta tierra. Lo mismo pasa con
la muerte. Es punto de llegada pero también de partida. De
llegada,
porque con la muerte se termina nuestra vida aquí en la
tierra. Pero
también de partida, porque allí se inicia una
nueva etapa, la
definitiva, la Vida eterna para la que Dios nos ha creado...
Como meta que es, podemos decir que durante toda la vida estamos
preparando el día de la muerte. Ese día se
verá el resultado de todo lo
que hemos ido preparando o dejado de preparar a lo largo de la vida.
Pero
también como punto de partida nuestra muerte será
el
resultado de lo que hayamos preparado. Por eso Jesús hoy nos
enseña a
estar "preparados, ceñidos y con las lámparas
encendidas". Durante la
vida vamos preparando nuestro encuentro definitivo con Él,
que se dará
el día de nuestra muerte. Si cuando llega nos encuentra
velando, es
decir, "en vela", atentos, vigilantes, Jesús mismo se
sentará
a servirnos la mesa en el Banquete del Cielo...
3. HAY QUE VIVIR TODA
LA VIDA CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS,
PREPARANDO LA MUERTE... Se trata de un final, entonces, que, como punto
de partida, no se improvisa, sino que hay que prepararlo, para salir al
encuentro de Jesús con las lámparas encendidas...
Simplemente hay que
tener en cuenta que las únicas lámparas que ponen
luz sobre ese final y ese punto de partida son las lámparas
del amor,
que Dios en nosotros cada día sembrando en nosotros su amor.
Pero como Jesús mismo nos dice, las lámparas no
se encienden para
ponerlas debajo de la mesa, sino que deben iluminar. con el amor que
Dios siembra en nosotros, tendremos que dar frutos de amor...
Estar atentos y vigilantes, entonces, consiste en estar todos los
días
atendiendo a Jesús, que viene a nosotros a través
de nuestros hermanos
que nos reclaman su atención esperando de nosotros un gesto
de amor.
Tenemos muchos ejemplos a la mano, para saber en qué
consiste vivir con
las lámparas encendidas. La Beata Teresa de Calcuta se hizo
conocer por
su amor inclaudicable, que buscó insistentemente atender a
Jesús en el
rostro de los más débiles y abandonados entre los
pobres. La Beata
Juana Jugan enseñó a las Hermanitas de los
Pobres, la Congregación que
ella fundó, a atender el rostro de Jesús en los
ancianos pobres, como
ellas vienen haciendo fielmente. Y todos nosotros estamos
llamados a pasarnos la vida preparando la muerte, con las
lámparas del
amor encendidas, atendiendo con amor a todos los que llegan con su
necesidad a nuestra vida...