Esta fue mi predicación de hoy, 8 de
julio de 2007,
Domingo
XIV del Ciclo Litúrgico C, en el Hogar
Marín:
1. A VECES LA VIDA NOS
PONE ANTE TAREAS QUE PARECEN IMPOSIBLES... Esto deben pensar los que se
encuentran ante la responsabilidad que les corresponde, como titulares
del poder ejecutivo, resolver la crisis energética en la que
se ve
envuelta hace tiempo nuestra querida Argentina, que en estos momentos
nos lleva a estar al borde del colapso de todo el sistema. No
será
fácil ni inmediata la solución, esperando
sólo que llueva un poco más
para que los ríos tengan más agua y los embalses
puedan generar un
mayor caudal, capaz de mover más a las turbinas generadoras.
Tampoco se
puede pensar que la solución estará en esperar
que haga menos frío en
invierno y menos calor en el verano, para que sea menor el consumo de
energía. Como tampoco aparecerá la
solución revisando expedientes y
poniendo multas por los defectos o incumplimientos en la
distribución
de una energía que no se genera. Parecerá tarea
imposible, pero es
evidente que la solución más bien irá
aparecerá a largo plazo, en la
medida en que se comience a prever, facilitar y generar la
inversión
necesaria, con planes confiables, para producir o comprar tanta
energía
como la que se sabe o se pretende consumir...
También puede
parecer
una tarea imposible llevar adelante una
obra tan grande como la que se realiza en el Hogar Marín.
Sin embargo,
todos los días constatamos cómo
un pequeño grupo de Hermanitas, de una edad más
bien madura, con un
pequeño número de eficientes empleadas y la
colaboración de
voluntarios, logran tener en marcha
esta Casa como un verdadero Hogar, en el que viven 90 ancianos
atendidos
verdaderamente "como en su casa". Bastan apenas unas pocas personas,
bajo la sabia e ingeniosa conducción de la Hermanita
cocinera, para
preparar todos los días, con las donaciones que los
bienhechores hacen
llegar de mil modos diversos, la comida de cada día...
De la misma manera,
puede parecer una tarea imposible o una carga
demasiado pesada la misión que hoy tiene la Iglesia. Se
trata, nada
menos,
que de predicar una palabra sobrenatural de salvación a un
mundo
materialista y descreído, una palabra de misericordia a un
mundo
injusto y cruel, una palabra que propone la primacía del
amor y del
espíritu a un mundo que corre detrás de lo fugaz
y pasajero, marginando
los
valores que la Iglesia está llamada a despertar y
alimentar...
Esa desproporción que podemos constatar entre la inmensa
tarea de
la que participamos todos los bautizados, por el sólo hecho
de serlo, y
los pobres medios con los que nos puede parecer que contamos, no es una
novedad, sino que ha sido tenida en cuenta por Jesús cuando
nos hizo
este encargo...
2. JESÚS
NOS ENVÍA A VENCER EL MAL CON LAS FUERZAS DEL BIEN... El
envío de los setenta y dos discípulos, junto con
Los Doce Apóstoles, a
quienes pone al frente de la misión, nos deja en claro que
todos
tenemos un lugar en la misión de la Iglesia. Pero
además de la misión,
Jesús nos deja en claro los medios con los que contamos y el
modo en el
que podemos realizarla, aunque parezca que nos supera por todos lados.
En definitiva, Él siempre primero nos da lo que
después nos pide que
llevemos
en su nombre a todos nuestros hermanos...
Jesús
resucitado nos ha cambiado la vida. Su fuerza redentora nos
ha cambiado del todo, pasándonos del horizonte de la muerte
al
horizonte de la Vida eterna. De las tinieblas y la desgracia del pecado
nos ha transportado a la luz y a la gracia, de la enemistad con Dios
nos ha llevado a la comunión con Él. Toda esta
enorme energía del Amor
redentor que recibimos de Jesús, es la que Él
mismo nos encarga que
llevemos a nuestros hermanos...
Por eso, la tarea a la que Jesús nos llama puede parecer
imposible, pero no lo es. Tenemos unas fuerzas que no son clamorosas y
explosivas, pero que son capaces de cambiar la realidad que nos rodea,
poco a poco...
Por eso,
también, somos enviados "como ovejas en medio de
lobos". Nosotros somos enviados a realizar cotidianamente el bien, de
la misma manera que Jesús lo ha realizado con nosotros. Y
ese bien no
se impone por la fuerza. No es un bien que alcance su fuerza en las
razones que podamos exponer en nuestros discursos, ni es un bien que se
justifique porque cae bien a los oídos de quienes lo
escuchan
pronunciar. Es un bien que se muestra eficaz por su propio peso, ya que
consiste en realizar lo que es sustancialmente bueno para los otros. La
eficacia del bien que Jesús nos llama ha hacer
está en sí mismo, y no
en nosotros...
Esta misión de hacer el bien involucra nuestra palabra y
nuestro
ejemplo, ya que se sostienen mutuamente. Por una parte, sólo
el bien
realizado es una palabra que los hombres de nuestro tiempo
están
dispuestos a escuchar sin demasiada discusión. Pero, por
otra parte, la
palabra ayuda a que nuestro anuncio no sea nebuloso, sino claro y
explícito: es Jesús quien nos ha llevado de la
muerte a la Vida, y es
Él quien nos llama a todos a ser testigos de la Vida que de
Él hemos
recibido...
3. TENEMOS QUE
ANUNCIAR A JESÚS CON EL BIEN QUE PODEMOS HACER CADA
DÍA... Ya hace unos años yo me preguntaba:
¿Cuántos platos habrá lavado
en su vida cada ama de casa que lea
estas líneas? Hoy la respuesta consistiría en un
número aún más
abultado que el de años atrás. Seguramente, si se
pudieran poner uno
arriba de otro,
harían un altísima pila, muy por encima de donde
alcanza nuestra vista,
y realmente nos asombraría (podría haber
dicho lo mismo de los "amos de
casa", pero sospecho que, al menos en algunos casos, la pila
sería
mucho más pequeña). Pero esa pila sólo
se puede armar sumando los
platos que se lavan cada día...
Cuando nuevos
visitantes llegan al Hogar Marín se asombran porque,
siendo una Casa tan grande, todo reluce (en los pasillos, en
el
comedor,
en la Capilla). Conviene tener en cuenta que eso no sucede de manera
automática. Sólo es posible, porque todo se
limpia de nuevo cada día...
Así, entonces, nuestra tarea de anunciar a Jesús
con hechos y
palabras, y de cambiarle de esta manera la cara a este mundo en el que
vivimos, no se realiza de un día para otro, sino que es
tarea de cada
día. También el bien que hacemos cada
día se acumula, y le cambia la
cara a la realidad en la que vivimos...
Haciendo cada veinticuatro horas el bien que cada uno de nosotros
tenemos a mano hacer cada día, estaremos construyendo un
mundo mejor,
en el que habremos podido sumar esa cuota de bien que estaba en
nuestras manos, y con la que el mundo no hubiera podido contar, si nos
hubiéramos quedado de brazos cruzados, sin hacer lo que nos
correspondía. Así se lo anuncia a
Jesús, no con la fuera de los
elefantes, sino con la paciencia de las abejas y las hormigas...