Esta será mi predicación de
hoy, 27 de mayo de 2007,
Domingo
de Pentecostés, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín (la envío con anticipación
porque enseguida de celebradas las
Misas debo partir a Bogotá, Colombia, por cuatro
días):
1. EL PASO DEL TIEMPO
DEJA SUS HUELLAS: LAS
ARRUGAS NO SE PUEDEN EVITAR... Las huellas que va dejando sobre
nosotros el paso del tiempo son inevitables. Las más
visibles, que
comienzan a gestarse desde los primeros días, al ritmo de
nuestros
movimientos y gestos habituales, y que se ponen en evidencia cuando ya
han pasado los años, son las arrugas. Ellas dicen algo sobre
nuestro
modo de reír, o de llorar, sobre nuestras expresiones
más frecuentes,
ya sean de amargura o de alegría. Ellas nos indican
también, más allá
de las predisposiciones características de cada tipo de
piel, por dónde
hemos transitado a lo largo de la vida...
De todos modos, no son
las arrugas de la piel
las más importantes, ni las que nos tengan que preocupar. Si
ellas
fueran las únicas, hasta podríamos entretenernos
considerándolas
incluso como un premio. Son las huellas de todos los caminos que hemos
andado, de nuestras veladas y nuestros desvelos. Las arrugas bien
llevadas pueden ser los signos de nuestra experiencia y madurez, de
nuestra responsabilidad y venerabilidad. Es muy probable, que si no lo
hacían antes, a partir de nuestras arrugas comiencen a
decirnos
"señor", o "señora"...
Sin embargo, hay otras arrugas que sí deberían
preocuparnos si
aparecen, y ellas son las del espíritu. Aunque ellas por su
naturaleza
sean invisibles (esto es propio del espíritu),
también se dejan ver. La
amargura, la sensación de fracaso, el mal humor como estado
de ánimo
prevalente, no tarde en manifestarse en nuestros párpados
caídos,
nuestras cejas arqueadas hacia abajo y muchas otras huellas que
aparecen en el rostro. Las "arrugas del corazón" se hacen
ver, y ponen
en evidencia lo que no ha andado bien en nuestra vida.
Podríamos
quedarnos simplemente resignados, pero también podemos
preguntarnos si
esas arrugas tienen remedio. La respuesta de Jesús no
tardará, y la
encontramos hoy en la celebración de la
culminación del tiempo pascual
con la Solemnidad de Pentecostés: para continuar realizando
su obra de
salvación entre nosotros, Jesús nos
envía el Espíritu Santo...
2. EL ESPÍRITU SANTO
NOS DA LA
VIDA, EL AMOR Y LA ALEGRÍA QUE VIENEN DE
DIOS... Todos estos dones, que vienen de Dios y que nos da el
Espíritu
Santo, es lo que estamos celebrando en la Solemnidad de
Pentecostés,
cincuenta días después de haber celebrado en la
Pascua la Resurrección
de Jesús. Esta Resurrección no es sólo
para Él. Por eso, como fruto de
la misma, Jesús nos deja su Espíritu, para que su
triunfo sobre el
pecado y la muerte, sobre la tristeza y la amargura, pueda ser
también
el nuestro...
Con el Espíritu
Santo
Jesús nos da la Vida de
Dios. Y por Él, por su
Resurrección, sabemos que esta Vida de Dios
puede más que nuestra muerte. Jesús
también nos da, con su Espíritu, el
Amor de Dios. Y conociendo a Jesús, y lo que ha hecho y hace
por
nosotros, sabemos que ese Amor de Dios puede más que todas
nuestras
debilidades. Y nos muestra, al poner en evidencia, en la Cruz, la
misericordia de Dios, que ese Amor de Dios puede más que
todos nuestros
pecados...
El Espíritu Santo, que todos nosotros recibimos por primera
vez en
nuestro Bautismo, nos hace verdaderamente nuevos. El temor, la tristeza
y la desorientación en la que nos puede sumir la certeza de
nuestra
muerte, se disipan con Jesús resucitado, que nos entrega su
Espíritu, y
nos da con Él la seguridad, la alegría y la
firmeza en la fe. Todos los
sufrimientos, grandes o pequeños, de nuestra vida, adquieren
con esta
luz un nuevo valor. Con el Espíritu de Dios, el amor se
expresa
cotidianamente en nosotros, asumiendo el trabajo que cada uno tiene por
delante, desde la escoba hasta la computadora, desde la cocina hasta el
laboratorio, y da frutos que sirven a los demás, y que se
constituyen,
entonces, en frutos que se acumulan para la Vida eterna...
Cuando una vez
resucitado se
aparece a los Apóstoles, Jesús expresamente les
entrega el don de la
paz, e inmediatamente ellos se llenaron de alegría. Ambos
dones
provienen de Dios, y Jesús se los comparte
dándoles el Espíritu Santo,
que es Dios junto con el Padre y el Hijo (de eso nos hablará
la
celebración del próximo Domingo)...
Por eso las Hermanitas de los Pobres, que cuidan de este Hogar como de
muchos otros Hogares de ancianos en el mundo entero, aprendieron muy
bien de su Fundadora, la Beata Juana Jugan, la importancia de la Fiesta
en la vida cotidiana. Fiesta que no dejan de celebrar cada vez que se
presenta una ocasión adecuada, y que encuentra su
fundamento,
cualquiera sea el motivo que la despierte, en la alegría que
Dios
siembra en nosotros a través del Espíritu Santo,
que nos hace
participar en los dones de la salvación, que
Jesús, en la Cruz y con su
Resurrección, ha alcanzado para todos los que quieran
recibirlos. El
Espíritu Santo, con el don de alegría, nos
garantiza que Dios está
siempre buscando nuestra salvación, se pone siempre "de
nuestro lado"...
3. HEMOS RECIBIDO EL
ESPÍRITU
SANTO PARA SER TESTIGOS DEL AMOR Y LA
ALEGRÍA DE DIOS...Tanto don de Dios trae consigo, al mismo
tiempo, una
misión y una tarea. Jesús les da el
Espíritu Santo a los Apóstoles para
que lleven la paz y el perdón a todos los rincones del
mundo, es decir,
les encarga la inmensa tarea de reconciliar el mundo, y todos sus
habitantes, con Dios, a través del don del
Espíritu Santo...
En realidad, a todos nosotros Dios nos hace participar de esa misma
tarea. Dios, que puede hacer todo por su cuenta, quiere hacerlo con
nosotros, porque para eso nos hizo semejantes a él, libres y
artífices
de nuestro destino. Para eso no da el Espíritu de
Jesús, el que animó a
los Apóstoles, el que nos hace participar de la Vida de
Jesús, ganada
en la Resurrección, y regalada a cada uno de nosotros en el
Bautismo.
El Espíritu Santo nos anima a todos y a cada uno, para hacer
lo que nos
toca, en la Iglesia y en el mundo, de manera que podamos aportar al
bien común. Esto también sucede en nuestra
familia, en nuestro lugar de
trabajo, en todos los ambientes en los que nos movemos...
Quiere
decir que Dios pone su
parte, para que, entre todas las cosas que urgen, cada uno pueda
empezar a hacer mejor, y decididamente bien, lo que le toca. No hace
falta, es más, no podemos quedarnos esperando que "las cosas
cambien",
por arte de magia o por lo que el Espíritu de Dios suscite
en el
corazón de grandes héroes de nuestro
tiempo. Simplemente, como decía
Santa Teresa del Niño Jesús (Santa Teresita),
tenemos que hacer
extraordinariamente bien las cosas simples y ordinarias propias de cada
uno. Y para eso nos ayuda el don del Espíritu Santo. Con ese
entrenamiento, también sabremos hacer bien las tareas y las
misiones
más complejas...
Los Apóstoles llevaron adelante su misión hasta
sus últimas
consecuencias. fueron testigos del Amor y la Alegría de Dios
hasta dar
su sangre por Jesús, siendo fieles al Espíritu
Santo que los animaba.
De allí el color rojo que se utiliza en los ornamentos de la
celebración de Pentecostés, y en todas las Misas
del Espíritu Santo
(como también en las del Sacramento de la
Confirmación y en las de las
fiestas de los mártires). Ya que nosotros hemos sido
bendecidos por la
efusión del mismo Espíritu, nuestros corazones,
animados por el
Espíritu Santo, deberían encenderse
también con ese color, y florecer
con actos de amor, que nos hagan cada día mejores y
más fieles testigos
ante todos los hombres de todos los dones con los que Dios nos ha
regalado. De esta manera podríamos llevar sobre nosotros no
sólo las
huellas amargas de la vida, sino sobretodo las del amor y la
alegría
que siembra en nosotros el Espíritu Santo...