Una espera activa...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 20 de mayo de 2007, Domingo de la Ascensión del Señor del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía Santa Escolástica y en el Hogar Marín:

Aburrido1. EL TIEMPO SE HACE MUY LARGO, SI SÓLO NOS SENTAMOS A ESPERAR QUE PASE... Si cada uno de nosotros pudiera abarcar con una mirada todo el tiempo de la vida, es muy probable que nos resultara muy corto, y si tuviéramos la posibilidad de hacerlo, seguramente todos reclamaríamos que sea un poco más largo (unos minutos, unas horas, unos días, unos meses o incluso unos años más largo, hasta que pudiéramos completar todo lo que nos hemos propuesto hacer a lo largo de la vida). Pero el tiempo es elástico, y tiene diversas medidas según desde donde lo midamos. Por eso hay muchas ocasiones en las que nos puede parecer que el tiempo transcurre mucho más lentamente que lo que quisiéramos, y hasta se nos puede hacer excesivamente largo...

Así sucede, por ejemplo, cuando no tenemos nada que hacer, y simplemente nos quedamos sentados esperando que el tiempo pase. En esas ocasiones el tiempo puede hacerse interminable. Puede parecernos no sólo aburrido, sino también insoportable. En esas situaciones nos parece que el reloj no avanza, y la aguja que marca los segundos nos parece que tuviera la velocidad que nos gustaría que tuviera la aguja de las horas...

EsperandoPero también nos puede suceder lo mismo cuando tenemos mucho que hacer y estamos muy ocupados y apurados. En ese caso, si nos llega a suceder que tenemos que detenernos a esperar a alguien o algo, nos parece que el tiempo transcurre de una manera también insoportablemente lenta. Miremos las caras, por ejemplo, en un salón de espera, quizás en una oficina en la que hay que hacer un trámite o en un consultorio médico (a propósito, parecería que el reloj de los médicos funciona de una manera distinta, porque con inusitada frecuencia los pacientes deben agregar al suplicio de su enfermedad la incomodidad de largas horas de espera, también interminables)...

Es que no estamos hechos sólo para esperar. Nuestra condición de espíritus encarnados nos hace capaces y deseosos de los frutos que surgen en nuestra vida cuando ponemos en marcha nuestras capacidades y habilidades. Nuestra vida no consiste simplemente en sentarnos a esperar que sucedan las cosas, sino en ponernos en marcha para hacer que sucedan las cosas que esperamos que sucedan. Eso debieron pensar los Apóstoles, cuando vieron a Jesús que, después de la Resurrección, ascendió ante sus ojos al Cielo, y al mismo tiempo les encargó una misión...

Ascensión2. JESÚS ASCIENDE AL CIELO PORQUE ALLÍ ESTÁ SU CASA, Y TAMBIÉN LA NUESTRA... La Ascensión de Jesús a los Cielos, que hoy celebramos, es la consecuencia necesaria de su Resurrección. Jesús resucitado llevó toda nuestra condición humana, también su dimensión corporal, a una situación que está por encima de las acotadas dimensiones del tiempo y del espacio. La humanidad de Jesús, en virtud de su Resurrección, participa de la condición gloriosa de Dios. Y esto no es posible dentro de las limitadas coordenadas del tiempo y del espacio, sino que reclama la dimensión sobrenatural del Cielo, que podemos definir como "la Casa" de Jesús, en la que se encuentra a sus anchas, con el Padre y el Espíritu Santo...

AscensiónEs verdad que, una vez resucitado, Jesús se apareció a los Apóstoles. Y lo hizo justamente para que, como consecuencia de esta experiencia totalmente única, y las huellas del sepulcro vacío, los Apóstoles llegaran a la fe, y la pudieran fortalecer. Esa fe de los Apóstoles, a la que llegaron por sus encuentros con Jesús resucitado, es la que hace de fundamento para nuestra propia fe. Pero esa situación de encuentro con Jesús resucitado no podía ser para siempre, porque es en el Cielo donde Jesús tiene su casa, y nosotros también...

El mismo Dios sembró en nosotros semillas de eternidad. Habiéndonos hecho sus hijos por el Bautismo, nos hizo participar no sólo en la muerte de Jesús (sumergiéndonos en el agua del Bautismo han quedado sepultadas las consecuencias del pecado original, que nos hizo perder la condición primera, que llamamos "paraíso terrenal", en la que Dios nos había creado para vivir en plena comunión con Él), sino también en su Resurrección, que anticipa la nuestra, y pone ante nuestros ojos nuestro destino de eternidad. Por eso, cuando Jesús resucitado asciende al Cielo, pone su condición humana en el lugar que le corresponde, y nos abre también a nosotros las puertas de su Casa, que ha querido que sea también la nuestra, llamándonos a vivir en plena comunión con Él...

Sin embargo, por más que nos entusiasme este destino celestial al que somos llamados, no podemos quedarnos simplemente sentados esperando que, a través de la muerte, nos llegue el momento de alcanzarlo. Si sólo hiciéramos eso, el tiempo de espera nos resultaría insoportablemente tedioso, largo e inútil...

Corazón latiente3. MIENTRAS ESPERAMOS EL CIELO, NUESTRA MISIÓN ES VIVIRLO Y ANUNCIARLO EN LA TIERRA... En realidad, no se trata de sentarse a esperar que llegue el Cielo, sino de empezar ya a vivirlo en la tierra, cumpliendo la misión a la que Jesús nos ha llamado...

Comenzamos a vivir el Cielo, si llenamos nuestro corazón con algo de ese Cielo que esperamos. Y eso podemos hacerlo si llenamos nuestro corazón de Jesús. Con Él en nuestro corazón, comienza en la tierra el Cielo que esperamos...
 
Pero además, con Jesús en nuestro corazón, podremos llevar adelante la misión que, como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos ha encargado. Esa misión consiste en anunciar a todos lo que encontramos en nuestro camino la salvación, es decir, el Cielo, que Jesús nos ha ganado. Y con el corazón lleno de Jesús, nuestro anuncio será creíble, porque no consistirá sólo en palabras, sino que serán primero y fundamentalmente hechos. Con el corazón lleno de Jesús podremos vivir encendidos en un amor que nos ponga al servicio de todos nuestros hermanos. Ese servicio de amor que se convierte en pequeños y grandes gestos de solidaridad fraterna, con los que nos comprometemos en la construcción del bien de nuestros hermanos, llenos de gratitud porque Jesús, abriéndonos las puertas del Cielo, nos ha salvado...


Lecturas bíblicas del Domingo de la Ascensión del Ciclo C:

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Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge:
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