El corazón
siempre
abierto...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación del 1 de febrero de 2004, Domingo IV del Tiempo
Ordinario, en la Misa que celebré con una familia amiga, con la que comparto
todavía unos días de descanso. Me basé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo
te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo
delante de ellos. Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna
de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los
reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país. Ellos
combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para
librarte -oráculo del Señor-» (Jeremías 1, 17-19).
- Hermanos: El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no
hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra
de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13, 4-7).
- Después que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaqret, todos daban
testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras
de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de
José?». Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán:
"Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo
que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro
que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lucas 4,
22-24).
1. A VECES LOS QUE MÁS NOS CONOCEN PUEDEN SER LOS QUE MENOS
NOS CREEN... Esto nos pasa a todos, en mayor o en menor medida, en todos los
lugares donde más nos conocen. Como nos ven todos los días, y saben cómo nos
movemos y cómo nos comportamos en cada oportunidad, no es fácil que
podamos cambiar una imagen, que quizás se ha ido construyendo a lo largo de
muchos años, con un arranque del momento, o con una frase inspirada, aunque sea
guiada por las mejores intenciones, simplmente porque nos hemos decidido a
cambiar en algo...
Por eso, con los que más nos conocen, son más elocuentes los hechos que las
palabras, y cuando hemos crecido en nuestra fe, quizás a partir de una
experiencia fuerte o especial, que nos ha marcado profundamente, si queremos que
comprendan lo que nos ha pasado, no bastarán las palabras, que no alcanzarán
para cambiar la imagen que con el tiempo nos hemos formado, sino que tendremos
que armarnos de paciencia, para que nos crean, por lo que ven en los hechos, de
los que las palabras podrán dar una buena explicación, pero a los que no podrán
reemplazar...
Por esta razón, quizás, haya nacido el refrán que Jesús hoy nos recuerda,
"ningún profeta es bien recibido en su tierra", o como decimos nosotros
habitualmente, "nadie es profeta en su tierra". Sin embargo, eso no nos dispensa
de ser testigos de nuestra fe, también, y quizás especialmente, entre los
que más nos conocen, ya que si la fe nos va cambiando la vida (y es lógico que
así sea, si la tomamos en serio), es justo y necesario que también ellos lo
vean...
Jesús también pasó por esta dificultad. En Cafarnaúm, donde no lo conocían,
comenzó su predicación reunió los primeros discípulos. Pero en Nazaret,
donde había crecido, no les bastaba con lo que de Jesús se decía, para aceptarlo
como profeta y como Hijo de Dios, querían "pruebas"...
2. LA HUMANIDAD DE JESÚS NOS MUESTRA A DIOS, PERO TAMBIÉN
NOS LO OCULTA... Dios se hizo Hombre, para poder hablarnos con palabras humanas.
De esta manera, la Palabra de Dios se hizo carne y comenzó a pronunciarse
humanamente. Es lógico pensar que esto nos ha permitido conocer y comprender a
Dios de una manera que nunca hubiéramos podido alcanzar, si no fuera por esta
gran inquietud de su amor, que lo ha acercado a nosotros de una manera tan
intensa...
Pero, de todos modos, a la luz de lo que les pasó a los que lo conocían "de
toda la vida" en Nazaret, hace falta que estemos atentos, para que nos nos pase
a nosotros lo mismo. La humanidad de Jesús, que lo hacía cercano y comprensible
para todos, al mismo tiempo les ocultaba su más verdadera y profunda realidad,
su condición divina...
Estando ya en el comienzo del tercer milenio de la era cristiana, y quizás
habiendo crecido muchos de nosotros rodeados del testimonio vivo de Jesús, que
hemos recibido de nuestras familias y de los ambientes en los que nos movemos
habitualmente, es bueno que nos preguntemos si Jesús no se nos ha convertido, en
alguna medida, alguien tan familiar, que ya no esperamos de él nada que nos
pueda asombrar, y acostumbrados a oír su Palabra (¿cuántas veces hemos oído la
lectura de los hechos más importantes de su vida, como su nacimiento, su muerte
en Cruz y su Resurrección, o de las palabras más importantes que pronunció, como
las parábolas o las bienaventuranzas?), ya no esperamos de Él nada que nos
sorprenda o nos conmueva. Si esto sucediera, estaríamos en las mismas
condiciones que sus conciudadanos de Nazaret, que de tanto verlo crecer entre
ellos, ya no estaban dispuestos a prestarle atención mientras no les mostrara
signos especiales. Cuando esto nos sucede, la humanidad de Jesús, que nos
muestra a Dios, su cercanía y familiaridad, puede ser también lo que nos oculte
su misterio y la salvación, que Él nos acerca...
Quizás por eso Jesús ha provisto también que sus palabras nos lleguen a
través de ecos inesperados. Muchas veces he pensado que Dios se vale a veces de
instrumentos impensados. Algunos poetas, como Antonio Machado, o cantores, como
el mismo Serrat, o muchos otros, que es imposible recoger de manera completa,
definiéndose como escépticos (es decir, afirmando que es inútil preguntarse
sobre Dios, porque, ya que, si existe, es imposible conocerlo, y por lo tanto es
plantearse una pregunta sin respuesta), dejan ver en sus creaciones palabras que
paracen puestas por el mismo Jesús en su bocas...
3. HAY QUE ESTAR CON EL CORAZÓN SIEMPRE ABIERTO, PARA
RECIBIR A DIOS QUE SE MUESTRA... Por esta razón, me parece que los que estamos
más habituados a "tratar" con Jesús con frecuencia, tenemos que estar muy
atentos, para que no se nos cierre el corazón, de manera que ya nada nos llame
la atención de Él, y lo que nos quiere decir se nos pierda...
Podrían pensarse otros modos, pero me parece que lo que nos puede ayudar a
estar siempre con el corazón abierto, para recibir a Dios que se nos muestra a
través de los caminos habituales, en la predicación del Evangelio y en la vida
de la Iglesia, es mantener encendido en nosotros el corazón mismo del Evangelio,
que es el amor. Un amor como el que nos invita a vivir el mismo Jesús, con cada
palabra del Evangelio, y que nos describe con precisión San Pablo, al decirnos
que el amor que nos enseña Jesús como un camino de vida es un amor paciente,
servicial; sin envidia, sin alarde, sin grandezas vanas (vacías), que no
procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en
cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con
la verdad. Un amor, por lo tanto, a la medida de Dios, que todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: