El corazón siempre abierto...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación del 1 de febrero de 2004, Domingo IV del Tiempo Ordinario, en la Misa que celebré con una familia amiga, con la que comparto todavía unos días de descanso. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Los amigos1. A VECES LOS QUE MÁS NOS CONOCEN PUEDEN SER LOS QUE MENOS NOS CREEN... Esto nos pasa a todos, en mayor o en menor medida, en todos los lugares donde más nos conocen. Como nos ven todos los días, y saben cómo nos movemos y cómo nos comportamos en cada oportunidad,  no es fácil que podamos cambiar una imagen, que quizás se ha ido construyendo a lo largo de muchos años, con un arranque del momento, o con una frase inspirada, aunque sea guiada por las mejores intenciones, simplmente porque nos hemos decidido a cambiar en algo...
 
Por eso, con los que más nos conocen, son más elocuentes los hechos que las palabras, y cuando hemos crecido en nuestra fe, quizás a partir de una experiencia fuerte o especial, que nos ha marcado profundamente, si queremos que comprendan lo que nos ha pasado, no bastarán las palabras, que no alcanzarán para cambiar la imagen que con el tiempo nos hemos formado, sino que tendremos que armarnos de paciencia, para que nos crean, por lo que ven en los hechos, de los que las palabras podrán dar una buena explicación, pero a los que no podrán reemplazar...
 
Por esta razón, quizás, haya nacido el refrán que Jesús hoy nos recuerda, "ningún profeta es bien recibido en su tierra", o como decimos nosotros habitualmente, "nadie es profeta en su tierra". Sin embargo, eso no nos dispensa de ser testigos de nuestra fe, también, y quizás especialmente, entre los que más nos conocen, ya que si la fe nos va cambiando la vida (y es lógico que así sea, si la tomamos en serio), es justo y necesario que también ellos lo vean...
 
Jesús también pasó por esta dificultad. En Cafarnaúm, donde no lo conocían, comenzó su predicación  reunió los primeros discípulos. Pero en Nazaret, donde había crecido, no les bastaba con lo que de Jesús se decía, para aceptarlo como profeta y como Hijo de Dios, querían "pruebas"...
 
Humanidad de Jesús2. LA HUMANIDAD DE JESÚS NOS MUESTRA A DIOS, PERO TAMBIÉN NOS LO OCULTA... Dios se hizo Hombre, para poder hablarnos con palabras humanas. De esta manera, la Palabra de Dios se hizo carne y comenzó a pronunciarse humanamente. Es lógico pensar que esto nos ha permitido conocer y comprender a Dios de una manera que nunca hubiéramos podido alcanzar, si no fuera por esta gran inquietud de su amor, que lo ha acercado a nosotros de una manera tan intensa...
 
Pero, de todos modos, a la luz de lo que les pasó a los que lo conocían "de toda la vida" en Nazaret, hace falta que estemos atentos, para que nos nos pase a nosotros lo mismo. La humanidad de Jesús, que lo hacía cercano y comprensible para todos, al mismo tiempo les ocultaba su más verdadera y profunda realidad, su condición divina...
 
Estando ya en el comienzo del tercer milenio de la era cristiana, y quizás habiendo crecido muchos de nosotros rodeados del testimonio vivo de Jesús, que hemos recibido de nuestras familias y de los ambientes en los que nos movemos habitualmente, es bueno que nos preguntemos si Jesús no se nos ha convertido, en alguna medida, alguien tan familiar, que ya no esperamos de él nada que nos pueda asombrar, y acostumbrados a oír su Palabra (¿cuántas veces hemos oído la lectura de los hechos más importantes de su vida, como su nacimiento, su muerte en Cruz y su Resurrección, o de las palabras más importantes que pronunció, como las parábolas o las bienaventuranzas?), ya no esperamos de Él nada que nos sorprenda o nos conmueva. Si esto sucediera, estaríamos en las mismas condiciones que sus conciudadanos de Nazaret, que de tanto verlo crecer entre ellos, ya no estaban dispuestos a prestarle atención mientras no les mostrara signos especiales. Cuando esto nos sucede, la humanidad de Jesús, que nos muestra a Dios, su cercanía y familiaridad, puede ser también lo que nos oculte su misterio y la salvación, que Él nos acerca...
 
Quizás por eso Jesús ha provisto también que sus palabras nos lleguen a través de ecos inesperados. Muchas veces he pensado que Dios se vale a veces de instrumentos impensados. Algunos poetas, como Antonio Machado, o cantores, como el mismo Serrat, o muchos otros, que es imposible recoger de manera completa, definiéndose como escépticos (es decir, afirmando que es inútil preguntarse sobre Dios, porque, ya que, si existe, es imposible conocerlo, y por lo tanto es plantearse una pregunta sin respuesta), dejan ver en sus creaciones palabras que paracen puestas por el mismo Jesús en su bocas...
 
Corazón latiente3. HAY QUE ESTAR CON EL CORAZÓN SIEMPRE ABIERTO, PARA RECIBIR A DIOS QUE SE MUESTRA... Por esta razón, me parece que los que estamos más habituados a "tratar" con Jesús con frecuencia, tenemos que estar muy atentos, para que no se nos cierre el corazón, de manera que ya nada nos llame la atención de Él, y lo que nos quiere decir se nos pierda...
 
Podrían pensarse otros modos, pero me parece que lo que nos puede ayudar a estar siempre con el corazón abierto, para recibir a Dios que se nos muestra a través de los caminos habituales, en la predicación del Evangelio y en la vida de la Iglesia, es mantener encendido en nosotros el corazón mismo del Evangelio, que es el amor. Un amor como el que nos invita a vivir el mismo Jesús, con cada palabra del Evangelio, y que nos describe con precisión San Pablo, al decirnos que el amor que nos enseña Jesús como un camino de vida es un amor paciente, servicial; sin envidia, sin alarde, sin grandezas vanas (vacías), que no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Un amor, por lo tanto, a la medida de Dios, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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