Esta fue mi predicación de hoy, 7 de noviembre de 2004, Domingo
XXXII del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en
las siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre... Uno de
ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: «¿Qué quieres preguntar y
saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las
leyes de nuestros padres»... Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló
así: «Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza
puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás
para la vida» (2 Macabeos 7, 1-2 y 14).
- Hermanos: Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que
nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz
esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra
buena (2 Tesalonicenses 2, 16-17).
- Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado
y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se
case con la viuda". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se
casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego
el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de
quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?». Jesús les
respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casa, pero los
que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la
resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes
a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que
los muertos van resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de
la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y
el Dios de Jacob. Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes;
todos, en efecto, viven para él» (Lucas 20, 27-38).
Un abrazo y mis oraciones.