Esta fue mi predicación de hoy, 31 de octubre de 2004, Domingo
XXXI del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes
frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Tú te compadeces de todos, Señor, porque todo lo puedes, y
apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se
conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que
has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo
podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si
no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo
es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está
en todas las cosas (Sabiduría 11, 23-12,1).
- Hermanos: Rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios
los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su
poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe (2
Tesalonicenses 1, 11).
- Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un
hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El
quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud,
porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro
para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar,
Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy
tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió
con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a
alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he
perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy
ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un
hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo
que estaba perdido» (Lucas 19, 1-10).
Sin embargo, no basta con verlo a
Jesús. Además es necesario bajarse, para poder recibirlo cuando viene
con su salvación. Zaqueo tuvo que bajarse del árbol, para recibirlo en
su casa. Nosotros quizás tenemos que bajarnos de nuestro orgullo, de
nuestra soberbia, de nuestra autosuficiencia, de nuestra pretendida
perfección, para recibirlo en nuestro corazón, que es donde Jesús puede
sembrar su misericordia. Recordando siempre que sólo nosotros tenemos
la llave de nuestro corazón, cuya puerta sólo tiene manija del lado de
adentro. Jesús, que lo puede todo, sin embargo no actúa en esto con
prepotencia. Su indulgencia, en cambio, nos pide permiso y reclama
nuestra aceptación, para llegar a nosotros con su salvación. Cuando
Jesús entra en nuestro corazón, con él llega la salvación, y enseguida
nos damos cuenta, porque se manifiesta en la alegría, se nos levanta el
ánimo...
Un abrazo y mis oraciones.