Mendigos de Su misericordia...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 24 de octubre de 2004, Domingo
XXX del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- El Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra parcial
contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria
del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. El que rinde el
culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las
nubes (Eclesiástico 35, 12-14 y 16).
- Querido hijo: Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el
momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen
combate, concluí mi carrera, conservé la fe... Pero el Señor estuvo
a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi
intermedio y llegara a oídos de todos los paganos (2 Timoteo 4, 6-7 y 17).
- Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a
los demás, Jesús dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo para
orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba
así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que
son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno
dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas". En
cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
"¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!". Les aseguro que este
último volvió a sus casa justificado, pero no el primero. Porque todo el
que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lucas
18, 9-14).
1. TAMBIÉN LOS PETISOS PODEMOS MIRAR A LOS DEMÁS POR ENCIMA
DEL HOMBRO... Basta tirar un poco la cabeza hacia atrás, y mirar un poco hacia
abajo, y enseguida todos parecen quedar un escalón más abajo...
En realidad a todos, altos o petisos, nos resulta bastante fácil
subirnos a la loma de nuestro propio orgullo, y desde allí comenzar a mirar a
todos hacia abajo. Así es como nacen todas las discriminaciones que hacen tanto
daño a la unidad y a la paz de las familias, de las naciones y del mundo
entero...
Esto resulta muy cómodo, porque cuando miramos a los demás
por encima del hombro, convencidos que todos, menos nosotros, tienen la culpa de
todo lo malo que pasa, enseguida nos ponemos criticar, y podemos quedarnos
cómodamente esperando que los demás se hagan cargo de arreglar todo lo que anda
mal en el mundo...
Eso parecía hacer el fariseo, que rezaba mirándose a sí
mismo, y estaba tan contento por lo bueno que era, que cuando veía al publicano
en el fondo del templo sólo encontraba motivos para diferenciarse de él y
criticarlo, con aparente gratitud, que en realidad no era más que un aplauso
para sí mismo. Así es como no se daba tiempo ni siquiera para mirar a Dios, a
quien se supone que debía dirigirse su oración. Esta, entonces, no superaba la
línea horizontal del suelo...
Sin embargo, nadie es tan bueno que no pueda ser mejor, y nadie tan malo
que no pueda cambiar. En realidad, todos estamos hechos de la misma materia
prima: todos cargamos con las consecuencias del pecado original y somos
sostenidos por la gracia misericordiosa de Dios. Y todos tenemos un poco de cada
una de estas realidades, en distintas proporciones. Por esta razón Jesús hoy
quiere enseñarnos a levantar la mirada hacia Él, para que en vez de quedarnos
mirando a los demás por encima del hombro, podamos ponernos a rezar de una
manera en la que tengamos frutos y alcancemos la justicia de Dios...
2. TODO LO BUENO VIENE DE DIOS. TODOS SOMOS MENDIGOS DE SU
MISERICORDIA... En esto todos nos parecemos. Nadie es bueno por su propia
capacidad. Todos podemos encontrar como razones de nuestra bondad, en la medida
en que la tenemos, huellas de nuestra herencia familiar, de nuestro
temperamento, de la educación que hemos recibido, de los ejemplos que nos han
dado. Pero además, y sobretodo, es la gracia y el amor con el que Dios nos
sostiene lo que nos permite hacer algo bueno. Por esta razón, delante de Dios no
nos sirven como carta de presentación nuestros méritos, sino nuestro
arrepentimiento...
Todos necesitamos continuamente la misericordia de Dios para ser buenos.
Por eso es que somos mendigos de Su misericordia (en los últimos años se ha
mostrado mucho este cuadro de Rembrandt que representa al Padre misericordioso
recibiendo en su casa al hijo pródigo, que vuelve sediento de su misericordia,
después de haber malgastado sus bienes)...
Cuando optamos por recibir la comunión en nuestras propias
manos, las tendemos hacia adelante, unidas. La izquierda hace de trono, en
la que el Ministro pondrá el Cuerpo de Jesús. Y la derecha está abajo
sosteniéndola. Así dispuestas, nuestras manos son manos de mendigos, con las que
acudimos a recibir la misericordia con la que Dios nos alimenta...
Siendo coherentes con esto, frente a los males que vemos al rededor de
cada uno de nosotros no podemos descansar pensando que todo lo que anda mal es
culpa de los demás, y que es a ellos a quienes les toca cambiarlo, mientras
nosotros nos miramos contentos el ombligo, dando gracias a Dios porque somos muy
buenos. Mendigos de la misericordia de Dios, sabemos que Él estará esperando los
frutos que con ella demos...
3. TENEMOS QUE CAMBIAR LA PARTE DEL MUNDO QUE NOS TOCA:
NOSOTROS MISMOS... Hay una parte del mundo que está en nuestras manos. Y, en vez
de quejarnos por lo que no hacen los demás, o quedarnos esperando que los demás
mejoren el mundo en el que vivimos, podemos meter manos a la obra...
Ahora, o dentro de apenas un rato si queremos tomarnos un momento de
reflexión, sin necesidad de esperar que los que dirigen las naciones, las
multinacionales o el mundo entero, o los clubes y los deportes, comiencen a
hacer algo, nosotros mismos podemos empezar a mejorar el mundo...
Bastará simplemente que cada uno de nosotros miremos hacia
Dios, a la hora de rezar (como el publicano...), y nos demos cuenta que
necesitamos de Su misericordia. Y tendiendo hacia Él las manos abiertas
para recibirla, nos animemos a asumir que cada uno de nosotros somos la parte
del mundo que cada uno de nosotros podemos mejorar...
De esta manera, no tendremos ni necesidad ni tiempo para quedarnos
mirando
a los demás por encima del hombro, cargados de críticas que no producen nada
bueno. Todos podemos ponernos a cambiar la parte del mundo que está en nuestras
manos, que es la que nos toca. Y podemos comenzar a hacerlo ahora mismo. De
esta
manera, si todos los que hoy hemos sido enseñados por Jesús a rezar mirando
más la misericordia de Dios que nuestros méritos, ponemos manos a la obra,
hoy mismo, este mundo en el que estamos y del que a veces nos quejamos tanto,
será mejor...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: