Respirar y rezar siempre...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 17 de octubre de 2004, Domingo
XXIX del Tiempo Ordinario, en el que se ha celebrado en Argentina el Día de la
Madre, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Y mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel;
pero cuando los dejaba caer, prevalecía Amalec. Como Moisés tenía los
brazos muy cansados, ellos tomaron una piedra y la pusieron donde él
estaba. Moisés se sentó sobre la piedra, mientras Aarón y Jur le
sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sus brazos se
mantuvieron firmes hasta la puesta del sol (Éxodo 17, 11-12).
- Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar
y para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el
bien (2 Timoteo 3, 16-17).
- Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre
sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le
importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría
a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo
a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le
haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme".» Y el Señor
dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les
aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando
venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18,
1-8).
1. NO SE PUEDE DEJAR DE RESPIRAR, SI QUEREMOS SEGUIR
VIVIENDO... La respiración es absolutamente vital. Necesitamos respirar, porque
el oxígeno que incorporamos a la sangre a través de los pulmones es necesario
para mantener la vida, para utilizar la energía que nos brinda la
glucosa...
Cuando éramos chicos nos gustaba jugar a ver quién era el que podía
aguantar más tiempo sin respirar (al menos a los varones, me parece que las
chicas se entrenaban más en ver cuánto tiempo podían aguantar sin hablar, aunque
nunca alcanzaban resultados notables). Si era verano y teníamos a mano una
pileta o un estanque, allí íbamos a parar, para probar quién aguantaba más
debajo del agua. Y si no era verano o no teníamos agua donde echarnos, bastaba
con taparse bien la nariz y cerrar bien lo boca, sin hacer trampa. Siempre uno
aflojaba primero, pero al final siempre aflojábamos todos, ya que no es posible
dejar de respirar...
Ya cuando grandes, el intento de saber cuánto aguantábamos
sin respirar dejó de ser un juego. Más bien comenzaron a ser las situaciones de
la vida las que nos cortaban la respiración, o las que nos dejaban sumergidos en
problemas más o menos graves o irresolubles...
Incluso a veces las cosas se hacen más dramáticas, cuando no son los
problemas que nos vienen desde afuera, sino las insuficiencias que vienen desde
adentro, como una infección u otro tipo de enfermedad que deja sin aire a
nuestros pulmones, o simplemente la carencia de oxígeno en un lugar que no está
ventilado, las que nos dejan sin posibilidad de respirar aire puro. No es
posible aguantar mucho de esa manera, ya que no se puede vivir sin respirar, el
oxígeno es absolutamente necesario para mantener vivo nuestro organismo...
Sin embargo, con todo lo importante que es la respiración, hay algo similar
que lo es todavía más: no es posible mantener viva en nosotros la vida de Dios
sin la oración. Aplicando la semejanza, la respiración es a la oxigenación de
nuestro organismo lo que la oración es a nuestra vida espiritual, que Dios
alimenta en nosotros con inclaudicable amor. Por eso hoy Jesús, con la
sorprendente parábola de un juez injusto, quiere exhortarnos a rezar sin
claudicación...
2. HAY QUE REZAR SIEMPRE: DIOS HACE SU JUSTICIA "EN UN ABRIR Y CERRAR DE
OJOS"... La oración alimenta en nosotros la vida de Dios. Y nos hace capaces de
aprovechar toda la energía que hay en ella, para llevar adelante también nuestra
vida terrenal. Veámoslo a través del drama que hoy nos presenta Jesús, con la
parábola de un juez injusto...
Hay situaciones que realmente desaniman. Si miramos lo que sucede hoy a
nuestro alrededor (aunque hay cosas que hacen especialmente dramático nuestro
tiempo, no creo que haya sido muy distinto en otros anteriores), fácilmente
puede desalentarnos la falta de justicia que vemos por todos lados y que afecta
a tantas personas, y posiblemente a nosotros mismos, al menos en algún aspecto.
Hoy nos hace falta la justicia. En un mundo en que las distancias se acortan ya
que es mucho más fácil viajar y comunicarse, las diferencias que separan a uno
de otros se agrandan ("son cada vez menos los que tienen más y más los que cada
vez tienen menos", ha dicho más de una vez Juan Pablo II denunciando este
injusticia que clama al cielo). ¿Cómo no perder la fe ante tanta injusticia que
somete a veces a muchos inocentes que sufren sus consecuencias?...
El juez injusto de la parábola no temía a Dios, ni le importaban los
hombres. Le faltaban entonces virtudes indispensables para construir la
justicia, que sólo se alcanza con mucha paciencia y esfuerzo, queriendo con todo
el corazón a Dios, y ocupándonos con pasión de hacer el bien a todos. Los que
están aquí, al lado, en mi casa, en mi mesa, en mi cuadra, en mi barrio, en mi
ciudad, esperan de mí una justicia que sólo yo les puedo dar. La justicia
empieza a construirse, como la paz, desde adentro hacia afuera. Sin embargo, lo
que de esta manera haga no alcanzará para que el mundo pase de un momento a otro
a ser todo lo justo que espero...
Dios nos habla de su justicia, que es especial, es diferente. La justicia
de Dios es la salvación. Consiste en que todo tenga, finalmente, un buen final,
para los que aman a Dios y les importan los demás. Consiste, al fin de cuentas,
en que todo el esfuerzo y la virtud del camino no caiga en saco roto y tenga un
buen final, un buen sentido. La justicia de Dios es el Cielo. Por eso Dios nos
dice que Él hace su justicia "en un abrir y cerrar de ojos"...
El
tiempo que se toma Dios para hacer su justicia no es ni más ni menos, sino
justamente ése. Veámoslo: "abrimos los ojos" al nacer, y los "cerramos"
definitivamente en nuestra muerte. Para cada uno de nosotros, la justicia de
Dios se toma el tiempo que va desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, y
se manifiesta más allá de esta frontera, en la eternidad. Y para realizar la
justicia en el mundo entero, el tiempo que se toma Dios es el del mundo
entero...
Mientras vamos transcurriendo este tiempo de Dios, pueden llegar los
momentos de desaliento, en los que parece que nos quedáramos sin aliento para
llegar hasta el final, vencidos por el peso de las injusticias humanas. Por
eso es que necesitamos siempre ese "oxígeno espiritual", que nos permite seguir
creyendo que vale la pena el esfuerzo de hacer la parte de justicia que a cada
uno de nosotros nos toca, mientras esperamos confiados la justicia de Dios. Y
por eso necesitamos rezar siempre...
3.
HAY QUE REZAR SIEMPRE, SIN DESANIMARSE, CONFIADOS EN LA JUSTICIA DE DIOS...
Cuando llegan los momentos del desaliento, es la hora de la
oración. Y para que no lleguen las horas de desaliento, nada puede ayudarnos
más
que la oración...
Cuando
Moisés bajaba los brazos en medio de la batalla, nos
dice
el libro del Éxodo, la derrota caía sobre su pueblo. Con la ayuda de los
que
estaban con él volvía a levantarlos, y de nuevo encontraban el camino de
la victoria. Me parece que esta imagen nos habla hoy especialmente de la
tarea de las madres que, junto con los padres, son especiales colaboradoras de
Dios, que siembra la vida llamándonos a todos los hombres y mujeres que hemos
sido engendrados desde el inicio del mundo a un destino de eternidad...
Perseveremos en la oración, sin desanimarnos, con los brazos en alto,
"hasta la caída del sol". El momento de la muerte es como el atardecer de
nuestra vida (dice San Juan de la Cruz), que puede asimilarse a la "caída
del sol". Es en ese momento cuando seremos juzgados en el amor a Dios, y a los
hombres. Perseverando en la oración, confiemos en la justicia de Dios, que
nos ha llamado a todos a la vida eterna...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: