Un bien precioso y escaso...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 3 de octubre de 2004, Domingo
XXVII del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases
de las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré
hacia ti: «¡Violencia», sin que tú salves? ¿Por qué me haces ver la
iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y
violencia, hay contiendas y aumenta la discordia (Habacuc 1, 2-3).
- Querido hijo: Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido
por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado
no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de
sobriedad. No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco
de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los
sufrimientos que es necesario padecer por Evangelio, animado con la
fortaleza de Dios (2 Timoteo 1, 6-8).
- Dijo el Señor a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si
se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras
tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo». Los Apóstoles
dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El respondió: «Si ustedes tuvieran
fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí:
"Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería. Supongamos
que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando
este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la
mesa"? ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica
para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás
después"? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que
se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se
les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que
cumplir con nuestro deber"» (Lucas 17, 3-10).
1. LA PACIENCIA ES UN BIEN PRECIOSO Y ESCASO, QUE SE AGOTA
CON FACILIDAD... Hay cosas que escasean, y por eso mismo aumentan su valor. Pasa
así con el oro, y desde hace un tiempo, cada vez más, con el petróleo. Pero no
sucede sólo con las cosas.También las virtudes se convierten en un bien escaso,
que por eso mismo resulta más precioso, o al menos más preciado. Así sucede hoy,
me parece, con la paciencia...
Esto puede verse sobretodo en la vida de la ciudad. Aquí en San Isidro, el
ritmo de vida todavía no se ha acelerado tanto. Y aquí, en el Hogar Marín,
estamos como en un oasis, en un remanso de paz y tranquilidad. Pero a medida que
nos vamos acercando "al centro" de la ciudad, la vida parece cada vez más
acelerada, y la paciencia comienza a ser cada vez una virtud más escasa. Las
personas caminando agitadas por las calles, mirándose con desconfianza, los
empujones que a veces se producen dentro de los medios de transporte e incluso
en la calle, cuando se juntan muchos en una esquina esperando el semáforo verde,
son situaciones en las que se agota con frecuencia la paciencia, y se reacciona
con mayor o menor agresividad...
Cuando se vive bajo presión, nadie es todo lo bueno que
podría ser, es muy fácil en esas condiciones reaccionar de mal modo. Hasta el
más bueno y mejor educado, con los mejores controles para su agresividad, puede
perder la paciencia cuando es sometido a una presión más o menos extrema.
¿Cuánto más le ocurrirá al que no lo es tanto?...
Yo creo que a esta altura más bien habría que admirarse de la paciencia del
pueblo argentino. Hace ya mucho tiempo, en el lejano 1990, los Obispos de la
Iglesia en Argentina, proponiéndonos las líneas pastorales para realizar una
nuevo anuncio del Evangelio para todo nuestro pueblo, señalaban que entre los
desafíos que se presentaban en ese momento, se encontraba el de "una justicia
demasiado largamente esperada" (los Obispos tomaban esta frase de un Discurso de
Juan Pablo II al Consejo Episcopal Latinoamericano, en 1984). Si eso sucedía
hace catorce años, cuánto más habría que decir hoy. Nada parece indicar que las
condiciones hayan mejorado, sino todo lo contrario...
La larga experiencia de la humanidad pone en evidencia que la violencia no
pone remedio a los males que nos aquejan, ya que "la violencia sólo engendra más
violencia". Sin embargo, es posible que esta altura alguno se pregunte si,
cuando se agota la paciencia, no habría que reaccionar de una manera
violenta, para poner remedio a tantas situaciones que nos golpean también
con violencia. No podemos dejar de pensar en la dramática y trágica reacción de
un adolescente de Carmen de Patagones, que era con frecuencia burlado por sus
compañeros de escuela, que no supo o no pudo encontrar sus límites y encauzar su
enojo, y con un arma sembró dolor, luto, muerte y destrucción, no sólo para las
víctimas y sus familias, sino para toda una ciudad y para él mismo. Para que no
corramos el riesgo de perder el rumbo, Jesús nos enseña, como hizo con los
Apóstoles, un camino difícil pero posible, el camino del perdón...
2. LA FE NOS HACE CAPACES DE RESPONDER CON EL PERDÓN A
TODOS LOS MALES... Perdonar setenta veces siete, como Jesús nos dice, significa
perdonar siempre, y sin límites, cuando el que nos ha hecho un daño está
dispuesto a cambiar su actitud. Los Apóstoles parecen adivinar nuestras
dificultades para asumir semejante propuesta, y ponen en evidencia sus propias
limitaciones. Por eso, ante este desafío, le piden a Jesús lo único que les
permitirá llevarlo adelante, le piden que les aumente la fe...
La fe, que es siempre un don de Dios, nos permite mirar el mundo y las
personas con una mirada distinta, con la mirada de Dios. Siempre hay algo más
detrás de los males que nos aquejan, del mal que nos hacen, del mal que nos toca
sufrir, que se oculta a la mirada del que está ofuscado o enojado. Pero la fe
nos abre los ojos, y nos permite ver más allá del mal recibido. De esta manera
nos ayuda a encontrar el bien que se sigue de dar, con paciencia, una y otra
vez, una nueva posibilidad al que se quiere corregir. Por supuesto, no se trata
de algo fácil. El camino de la fe nunca lo fue. El camino de la fe será siempre
un camino que conlleva el sufrimiento. San Pablo se lo avisaba a Timoteo,
invitándolo a compartir con él los sufrimientos que es necesario padecer por el
Evangelio, y también nos lo dice a nosotros. En realidad, en la vida siempre
aparece el sufrimiento, es parte de ella. Sin embargo, cuando proviene de las
actitudes a las que nos lleva la fe, como le perdón sin límites al que hoy Jesús
nos invita, se trata de un sufrimiento que, sin dejar de doler, edifica y
construye, porque da frutos de salvación...
La fe, aún siendo pequeña, siempre da sus frutos. Por su
propio dinamismo, si la cuidamos y la alimentamos, la fe, don de
Dios, crece día a día, y se va haciendo más fuerte. De allí la comparación
que Jesús hace con la semilla de mostaza, muy pequeña, pero suficiente para dar
lugar a un gran arbusto. Pero además, como los músculos que ejercita un
deportista en sus entrenamientos cuando se prepara para sus desafíos más
importantes, la fe crece con el ejercicio. Nada nos hace más capaces de perdonar
que experimentar una y otra vez el bien que hace, al que lo da y al que lo
recibe, el perdón. Ante cualquier mal es posible reaccionar con enojo y con
violencia, y eso no hace más que aumentar el daño. Pero también es posible
responder con el perdón, con lo que el mal sufrido pierde su batalla, ya
que se convierte en ocasión para el bien que se hace con el perdón. Esto
requiere paciencia, pero sobretodo una fe firme, que nos permita avanzar
confiados por el camino que nos propone Jesús...
3. HAY QUE REAVIVAR EL DON DE LA FE PARA RESPONDER A DIOS
CON GRATITUD... Por otra parte, cuando se trata del perdón, se trata también de
gratitud. Dios puede pedirnos esta virtud, porque cada uno de nosotros somos
también fruto de su perdón...
A Dios, que nos ha hecho sus hijos por su misericordia, le
debemos el don de la fe, que nos ha hecho encontrar el camino de la salvación.
Hace falta alimentar cada día la fe, y, como decía San Pablo a Timoteo y nos
dice hoy a nosotros, reavivarla, como quien alienta y alimenta un fuego para que
no se apague...
Dios, con su misericordia, nos ha hecho una sola familia, de la que
todos somos parte. Por eso, como en las buenas familias, siempre es posible,
aunque a veces difícil, el camino del perdón. Hechos para vivir en familia,
comunicándonos unos a otros los propios bienes y dones, estrechando lazos y
compartiendo abrazos, signo de amor y de perdón...
Cada día nos animamos a pedirle a Dios, cuando elevamos nuestra oración (y
seguramente varias veces por día), que perdone nuestras ofensas, "como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden". El perdón de Dios nunca nos falta,
sólo falta que asumamos y cumplamos, con paciencia y con perseverancia, nuestra
promesa de perdón...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: