Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 26 de septiembre de 2004, Domingo
XXVI del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases
de las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- ¡Ay de los que se sienten seguros en Sión! Acostados en lechos de marfil y
apoltronados en sus divanes, comen los corderos del rebaño y los
terneros sacados del establo (Amós 6, 1a y 4).
- En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica
la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea
el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido
llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe,
en presencia de numerosos testigos (1 Timoteo 6, 11-12).
- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y
cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas,
yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa
del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y
fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y
fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó
los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces
exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje
la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas
me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus
bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra
aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se
abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta
allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El
rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la cada
de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que
ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió:
"Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". "No, padre Abraham,
insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se
arrepentirán". Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán".» (Lucas 16, 19-31).
1. EL ASCENSOR ES COMO UNA IMAGEN DE TODO LO QUE SUCEDE EN
LA VIDA... El ascensor puede ser tomado como una gran parábola de lo que sucede
en la vida. Hasta las cosas más curiosas pueden ocurrir en él. Siempre recuerdo
el relato de un matrimonio que conocí en un grupo de reflexión. Estaban por ser
padres por primera vez, y esperaban con emoción el momento en que tendrían que
partir hacia el sanatorio. Hasta que el día llegó, y de golpe. Con todo
nerviosismo se pusieron en marcha, pero no pudieron llegar muy lejos. Ante la
sorpresa de ambos, tuvieron que improvisar y pudieron hacerlo felizmente, para
recibir a su primer hijo que nació... en el ascensor, apenas comenzaban a salir
de su departamento...
Pero más allá de estas cosas un poco raras y extraordinarias que pueden
suceder, el ascensor puede hablarnos y enseñarnos algo de la vida. Por de
pronto, nadie sube a un ascensor simplemente porque le guste estar allí. Cuando
subimos a un ascensor, lo hacemos porque queremos llegar a algún lado. Ya sea
más corto o más largo el viaje, estamos siempre esperando que termine, y que el
ascensor nos lleve a un destino que estamos buscando. Como sucede en la
vida...
Ya para subir al ascensor, a veces nos encontramos con las
cosas que pasan en la vida: en los edificios muy concurridos o que tienen mucho
movimiento, de repente nos encontramos en medio de una nube de personas, que
pujan por entrar, sin cuidar demasiado el orden en que fueron llegando, sin más
preocupación que la de entrar lo antes posible, aunque otros se queden afuera.
Como pasa en muchas circunstancias de la vida, en las que algunos sólo piensan
cómo deben hacer para "entrar", aunque se queden afuera otros que tienen más
derecho a entrar...
Por otra parte, cuando nos encontramos con otros en el
ascensor, podemos tener diversas actitudes. Si no nos encontramos con ánimo
para el intercambio, nos quedamos mirando el techo, o el piso, o la puerta,
o el tablero con los comandos, o revisando los papeles que llevamos en la
mano, tratando de no cruzarnos con la mirada de nadie, ya que podríamos
arriesgarnos a tener que empezar un saludo o una conversación. Otras veces nos
encontramos más dispuestos a intercambiar o necesitados de sostener, no sólo un
saludo, sino también algún comentario sobre el tiempo (si hace frío o calor, si
va a llover o no), o sobre el deporte del fin de semana, e incluso a veces,
sobretodo si el viaje es largo porque hay que subir o bajar varios pisos, o si
conocemos al menos de vista al ocasional compañero, nos animamos a sostener una
conversación, más o menos larga. Así también en la vida, a veces dedicamos una
mirada o un tiempo a las personas con las que encontramos, y otras veces
desviamos la mirada, como si fuéramos habitantes de otra tierra...
Podríamos aprender de la vida cómo aprovechar el tiempo del ascensor, pero
también podríamos aprovechar el ascensor para aprender a movernos con buen
sentido en la vida. Hechos a imagen de Dios, no sólo somos fruto de su Amor,
sino que además hemos sido hechos para el amor. Por eso, estamos hechos para la
comunicación, el intercambio con nuestros hermanos, los hombres y mujeres de
nuestro tiempo...
Por eso hoy Jesús, con la Parábola del pobre Lázaro y el rico, a la puerta
de cuya casa vivía, quiere enseñarnos a saber qué es lo que tenemos que hacer en
el ascensor o, lo que es lo mismo, mientras subimos hacia Él a través del tramo,
más largo o más corto según el caso de cada uno, que nos corresponde recorrer
en la vida...
2. MIENTRAS VAMOS DE CAMINO, TODOS TENEMOS ALGO QUE
COMPARTIR CON LOS DEMÁS... La enseñanza es clara. El tiempo de la vida es el que
tenemos para el intercambio, y para eso hemos sido llamados mientras vamos de
camino, ya que una vez llegados, ya no habrá tiempo de hacerlo...
Es un fenómeno seguramente casi tan viejo como el mundo, que a veces
vamos por la vida sin darnos cuenta quién tenemos al lado y qué tenemos para
compartir con él, como pasa a veces en el ascensor y como le pasaba también al
rico que tenía al pobre Lázaro a la puerta de su casa, sin siquiera darse cuenta
que necesitaba al menos las migajas que caían de su mesa para sostenerse en la
vida...
Las situaciones patrimoniales son siempre pasajeras. A lo sumo duran lo que
dura la vida, que tiene un plazo limitado en el tiempo. Nuestra vida relacionada
con los bienes de la tierra tiene un comienzo y tiene también un final. Por eso,
no sirve de mucho concentrarse en la acumulación de los bienes. Más bien hay que
aprender a usarlos para que nos sirvan para la vida eterna. Decía San Gregorio
Magno (murió en el año 604), con palabras que seguramente no sonaban menos duras
en su tiempo que en el nuestro, que los que quieren solamente para sí lo que
Dios nos ha dado para todos, deben considerarse culpables, porque cuando no dan
lo que han recibido, están contribuyendo a la muerte de sus prójimos: por
guardarse lo que necesitan los que se mueren de hambre, los hacen morir. Y en
realidad, sigue este Santo Padre del Siglo VI, cuando damos a los pobres las
cosas que necesitan, no les estamos dando generosamente lo que es nuestro, sino
simplemente devolviéndoles lo que les pertenece, ya que no estamos realizando
una obra de misericordia, sino pagando una deuda de justicia...
Y no hay que pensar que sólo para los más ricos, llenos
de bienes materiales, aquellos que se encuentran en las listas de los hombres
más ricos de la tierra, son los destinatarios de estas palabras de
advertencia. Todos somos ricos de algún modo y en alguna medida: todos
tenemos muchos dones, que son nuestra riqueza...
En primer lugar, todos tenemos el don de la vida. Y a partir de allí, todos
tenemos además nuestro tiempo, nuestras habilidades, lo que conocemos y lo que
sabemos hacer, nuestra experiencia, nuestros bienes materiales, nuestra fe. Todo
esto es lo que estamos llamados a compartir con aquellos que esperan "las migas"
del banquete del que estamos participando...
3. HAY QUE ABRIR EL CORAZÓN A LAS NECESIDADES DE TODOS,
PARA PODER COMPARTIR... La vida eterna es una gran fiesta de encuentro y
comunión, que no se improvisa. Seremos capaces de disfrutar en ella si empezamos
a vivir ya ahora, en la tierra, la comunión en la que consistirá esa
fiesta. Este tiempo en el que vivimos es el del intercambio y la solidaridad.
Seremos capaces de alegrarnos en el Cielo si ya ahora aprendemos a alegrarnos
compartiendo nuestros bienes en la tierra. Tenemos que aprovechar este tiempo,
abriendo los ojos y el corazón para descubrir a quién tenemos sentado a nuestro
lado, y qué bienes tenemos para compartir con él. Así podremos empezar a dar a
manos abiertas...
Se trata, entonces, de aprender "a viajar en el ascensor",
es decir, de aprender a aprovechar este tramo de nuestra existencia que se
desarrolla mientras vamos de camino hacia el Cielo. No hay que quedarse mirando
para el techo o el piso, o mirando para el costado, para no cruzarnos con la
mirada de nadie que pueda inquietarnos, sino todo lo contrario. Se trata de
mirar para todos lados con el corazón bien atento y las manos bien abiertas.
Nosotros tenemos "un muerto que ha resucitado". Es Jesús, a quién podemos
escuchar. Él nos enseña con parábolas y con el testimonio de su propia vida, a
caminar hacia Él, siendo fieles a la imagen de Dios que está impresa en nuestros
corazones. Él, el Hijo de Dios que vino a nosotros para salvarnos, nos llama a
ser atentos y solidarios, con todo lo que tengamos para compartir...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: