Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 19 de septiembre de 2004, Domingo
XXV del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al indigente para
hacer desaparecer a los pobres del país. Ustedes dicen: «¿Cuándo pasará
el novilunio para que podamos vender el grano, y el sábado, para dar
salida al trigo? Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio,
falsearemos las balanzas para defraudar; compraremos a los débiles con dinero
y al indigente por un par de sandalias, y venderemos hasta los desechos
del trigo». El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré
ninguna de sus acciones (Amos 8, 4-7).
- Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas
y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por
todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de
tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a
Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios
y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo
para rescatar a todos (1 Timoteo 2, 1-6).
- Jesús decía a sus discípulos: «El que es fiel en lo poco, también es fiel
en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en
lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién
les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién
les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir
a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se
interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a
Dios y al Dinero» (Lucas 16, 10-13).
1. SI SIEMPRE QUEREMOS TODO, LAS COSAS SE NOS ACUMULAN MÁS
DE LO NECESARIO... A todos nos gustan las cosas ricas, y apenas las encontramos,
nos tientan. Pero si además somos golosos, la tentación a veces se hace
irresistible, y las consecuencias también. Porque si tomamos todas las golosinas
y los helados que se nos ponen delante, inevitablemente vamos subiendo de peso.
Por eso, la mejor fórmula para hacer un régimen de comidas que nos mantenga
en el peso justo, sigue siendo siempre la más clásica: no hay que incorporar más
calorías que las que gastamos, porque inevitablemente van formando rollos de
grasa, que se acumulan en sus lugares preferidos (no más, pero tampoco
tenemos que incorporar menos que las que habitualmente utilizamos, si no
queremos romper el sano equilibrio de nuestro organismo)...
Pero además, si siempre queremos tener todo, las cosas
también se nos acumulan en los estantes, en las cajas, en el altillo y en tantos
otros lugares donde las vamos guardando, "por las dudas", y van haciéndonos cada
vez más difícil el camino. No hay que perder de vista que la vida es un camino,
ya que partimos de Dios y vamos en marcha hacia Dios, precisamente por el camino
de la vida. Y cuando se nos acumulan las cosas (no sólo las que tenemos en la
casa, sino todas las otras, que se acumulan tan rápidamente, a veces casi sin
que nos demos cuenta), se nos hace más difícil caminar por la vida. El peso de
las cosas puede ser tanto, que nos haga perder hasta el gusto de la vida. ¿No
será por eso que a veces nos cruzamos con tantas personas que van por la vida
con las caras largas, la sonrisa desdibujada y las cejas arqueadas?...
Y por último, hay que tener en cuenta que, a medida que nos
vamos dejando absorber por las cosas, también crecen las preocupaciones por
mantener lo que vamos adquiriendo y acumulando. Y pueden crecer tanto, que
lleguen a sepultarnos. Cuando esto sucede, cuando quedamos sepultados por las
preocupaciones que nos llevan detrás de las cosas, para obtenerlas y para
mantenerlas, en vez de prestarnos un servicio para desarrollar de la mejor
manera nuestra vida, las cosas no nos dejan ni siquiera disfrutar de la vida.
Así, las cosas pierden claramente su lugar. Dejan de ser instrumentos, se
convierten en el fin y en la meta de la vida. Por eso, para que no quedemos
atrapados por las cosas, hoy Jesús quiera enseñarnos a ponerlas en su lugar y a
utilizarlas de modo tal que nos ayuden a alcanzar la verdadera meta de la
vida...
2. TODO LO HEMOS RECIBIDO PARA PONERLO CON AMOR AL SERVICIO
DE LOS DEMÁS... Todas las cosas son instrumentos que hay que aprender a usar.
Tienen su finalidad, y fuera de ella pierden su sentido y se corrompen. Para
comprender bien esta enseñanza de Jesús, conviene asumir todo el contexto en el
que Jesús nos la da...
En primer lugar, como nos dice hoy San Pablo, hay que tener en cuenta que
hay un solo Dios. Todos tenemos en Él nuestro origen, y por lo tanto, todos
formamos una sola familia. Por eso San Pablo nos dice también que Dios
quiere que todos se salven, es decir, alcancen el sentido pleno de su vida, como
parte de esta única familia de la que todos somos parte. Por eso, podemos decir
que, respecto de los bienes, entre Dios y nosotros sucede lo que sucede en
una familia. En la familia, hay cosas que son un poco de todos: la casa, la mesa
común, las tradiciones. Pero, por otra parte, hay cosas que son de cada uno,
como por ejemplo la ropa. Esas cosas "de cada uno", sin embargo, en las familias
bien formadas, se piden, se prestan y se usan en común. Traducido a nuestra
condición en el mundo: todos los bienes tienen un destino universal, Dios los ha
puesto en el mundo, que es la casa de todos, para que sirvan a todos, y a nadie
le falte lo necesario para la vida, que se expresa tan bien a través de los
alimentos. Aunque, justamente para que sirvan a todos, también hay un derecho y
tiene su sentido la propiedad privada, como instrumento para servirse de los
bienes...
La propiedad privada, entonces, no es absoluta. Adquiere su lugar
cuando nos permite utilizar de los bienes, sin desmentir, sino ajustándose a su
destino universal. Por eso es que Jesús habla del "dinero injusto", y nos
exhorta a utilizarlo bien. Puede considerarse que todos los bienes se convierten
en injustos cuando se acumulan sin dar frutos. Por eso es bueno tener en cuenta
que somos administradores de bienes que hemos recibido, y teniendo en cuenta el
destino universal de los bienes, utilizarlos bien consistirá en ponerlos, con
amor, al servicio de los demás...
Y cuando
hablamos de bienes que Dios pone en nuestras manos tenemos que pensar no sólo en
los materiales, sino en todos. También son bienes que hemos recibido para
administrar, dando frutos de amor en el servicio a los demás, todos los dones y
capacidades, que llamamos talentos con lenguaje del Evangelio. Como así también
la fe es un don recibido, no sólo para encaminarnos a la vida eterna, sino
también para que demos con ella frutos de salvación para los demás...
Todos los bienes, entonces, son instrumentos del amor, y dan sus frutos si
los ponemos al servicio de los demás. La beata Juana Jugan, fundadora de las
Hermanitas de los Pobres, al servicio de los ancianos pobres, en los que ella
veía con especial clarividencia el rostro de Cristo que le pedía su atención,
nos da un ejemplo claro sobre el modo de poner todo al servicio de los demás.
Mujer de fe, atendía a los ancianos, que recibía en las casas que rápidamente se
extendían por todos lados, con los bienes que, a través de los bienhechores,
recibía de la providencia, y que no dejaba de pedir a través de su intercesor
preferido, San José...
3. PARA LLEGAR AL CIELO, HAY QUE ADMINISTRAR LO RECIBIDO
DANDO CON GENEROSIDAD... No son los bienes de la tierra los que Dios nos ha
querido dar como propios, sino los del Cielo. Esa es nuestra herencia, que
tenemos prometida...
Por eso, tenemos los bienes que ahora están en nuestras
manos sólo como instrumentos. Su finalidad es que nos ayuden a llegar al Cielo.
Para eso tenemos que administrarlos de manera tal que den sus frutos para
nosotros y para toda la familia de la que formamos parte (es decir, toda la
familia humana)...
Será compartiendo con generosidad los frutos que hemos recibido para
administrar, que ellos podrán dar sus frutos, y así permitirnos alcanzar el
verdadero bien. Si somos fieles administrando "lo poco" (y frente al Cielo,
todos los bienes de la tierra son poca cosa), Dios podrá considerarnos fieles
para lo que es inmensamente más grande y valioso, y podrá confiarnos la entrada
para disfrutar la herencia eterna que nos tiene preparada, los bienes del
Cielo...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: