Para disfrutar de la fiesta...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 12 de septiembre de 2004, Domingo
XXIV del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases
de las lecturas bíblicas de la Misa del día (esta vez, he dejado de lado las
otras lecturas, para concentrarme en la riqueza del Evangelio):
- Jesús les dijo esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una,
¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había
perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros,
lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les
dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse». Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde
una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice:
"Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les
aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte». Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El
menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo
menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa... Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de
hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como
a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente,
corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó... El [hijo mayor] se enojó y no
quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió:
"Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo:
"Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya
fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado"» (Lucas 15, 1-13, 17-20,
28-32).
1. LO QUE MÁS LE IMPORTA AL QUE HACE UNA FIESTA, SON LOS
INVITADOS... Cada tanto nos toca organizar una fiesta (cumpleaños, aniversarios,
fiestas colegiales, fiestas religiosas), ya que la fiesta forma parte de la
vida. Es más, puede decirse que la fiesta es el sentido último de la
vida...
A la hora de preparar una fiesta, tenemos que preparar el lugar donde la
celebraremos. No sólo hará falta que todo esté limpio y ordenado. Además
convendrá contar con adornos y cotillón propios para cada ocasión, que disponen
el espíritu y el ánimo para celebrar...
Sin embargo, no alcanzará sólo con arreglar el lugar.
Tendremos que pensar también en los alimentos. Así como la fiesta es como una
símbolo de la vida, suele ser el mejor modo de celebrarla compartir los
alimentos, ya que ellos mismos representan de algún modo todo lo que hace falta
para sostener la vida. Por eso es que reservamos para las fiestas los mejores
alimentos, y los preparamos con todo cuidado y dedicación. Incluso la
preparación de los alimentos se convierte ya en un anticipo de la fiesta. Era
impresionante, y muy edificante, todo lo que nos transmitía una película, ,
"La fiesta de Babette", sobre el sentido de la fiesta...
Sin embargo, aunque el lugar y los alimentos sean
importantes, no puede perderse de vista que, para quien hace una fiesta, lo más
importante son los invitados. La fiesta nos permite compartir la celebración de
la vida con aquellos con quienes la compartimos habitualmente, especialmente los
familiares y los amigos. Con ellos es con quienes nos reunimos, con ellos
brindamos, con ellos nos unen y celebramos los motivos de las fiestas que
compartimos. De nada nos servirían los globos, las maracas, las tortas, y todo
lo que tenemos para compartir, sin en la fiesta faltaran aquellos con quienes
queremos celebrar...
Dios también ha hecho una fiesta, de la que tenemos ya aquí los anticipos,
ya que la misma vida es la fiesta a la que Él nos invita. Sin embargo, esto no
es todo, porque la vida es una invitación que va más allá de los límites de este
horizonte en el que nos movemos. La vida es una invitación a la gran fiesta del
Cielo, en la que adquiere todo su sentido y a la que apunta la creación entera.
Por eso Jesús hoy quiere ayudarnos a comprender qué es lo que más le importa a
Dios, que ha preparado esta fiesta, y cómo es que hay que prepararse para
disfrutarla de verdad...
2. DIOS INVITA A TODOS A LA FIESTA DEL CIELO, Y QUIERE QUE
NADIE SE PIERDA... El Cielo es la gran fiesta de Dios. Es una
fiesta completa y total. Toda la creación adquiere su sentido más profundo
como la preparación de esta fiesta. Todos los hombres son invitados a esta
fiesta, y se constituyen así en el centro de la creación. Y a través de la
historia cada uno de los hombres debe responder a esta invitación de
Dios...
Dios no quiere que nadie se pierda esta fiesta. Por eso, como conoce
nuestra debilidad y nuestro pecado, nos avisa a través de Jesús que Él está
atento, para rescatar a cualquiera que pueda perderse por el camino. Como el
pastor que deja las noventa y nueve ovejas que van por la buena senda para
buscar la que se ha perdido, y como la mujer que abandona todo para buscar la
moneda que, porque se le ha perdido pasa a ser la que más le importa, Dios tiene
esta actitud a la vez paternal y maternal con la que está atento a todo el que
corre el peligro de perderse. La pintura del Buen Pastor, con la oveja perdida y
recuperada cargada en sus hombros, que se ve aquí a la derecha, es de las más
antiguas que se conocen que representa a Jesús (se encuentra en Roma, en la
catacumba de Priscila, y es del siglo III)...
Si miramos con ojos de fe nuestro tiempo, no tardaremos en
describirlo como un tiempo en el que los hombres que han perdido la huella
y necesitan ser rescatados. Nuestra cultura, que encuentra sus raíces más
fructíferas en el Evangelio, se encuentra sacudida por el drama de muchos
hombres que ya han perdido la fe, y claman en la búsqueda de una trascendencia
que a la vez anhelan y se les escapa...
Nuestro tiempo se fleja claramente en el hijo que, apropiándose sin derecho
de la herencia del Padre que todavía no ha muerto, termina maltrecho y
necesitado de un socorro que sólo el Padre le puede dar. La alegría de Dios, que
desata la fiesta, proviene del reencuentro con el hijo, cuando éste recapacita y
vuelve a sus brazos. Por su parte, el hijo descubre en el abrazo paterno el
calor y la salvación que, de manera prepotente, buscó independizándose de sus
raíces, y que, sin embargo, sólo puede encontrar en aquel que es la fuente
y el sentido de su vida. Esta parábola, entonces, nos habla no sólo del hijo que
vuelve arrepentido a la casa de su Padre, sino también del Padre, que espera
con fiesta y alegría al hijo que retorna...
3. PARA DISFRUTAR DE LA FIESTA, HAY QUE ALEGRARSE CON TODOS
LOS INVITADOS... Sin embargo, la parábola no se detiene allí. Porque si es
cierto que, de algún modo, todos tenemos algo del hijo necesitado de perdón,
también es cierto que a veces nos parece que somos tan buenos, que más nos
corresponde el lugar del hijo que nunca se alejó de la casa del Padre. Quizás
eso nos lleve a pensar que la fiesta del Cielo es para los que son como
nosotros...
La fiesta es para todos. Dios invita a todos, y cualquiera que responda a
Dios y acuda al llamado de su misericordia, aunque haya malgastado sus bienes
por el camino, tiene parte en la fiesta. Tan variadas como los animales de la
fiesta que nos muestra el dibujo de la derecha, son las personas que podremos
encontrarnos en la fiesta del Cielo, a la que podrán llegar todos los que se
arrepientan de sus desvíos y acepten la invitación de Dios antes de acabar su
vida. ¿Qué tal si, en el Cielo, a ese que menos queremos, a ese político, o
"piquetero" o adversario o enemigo del que no queremos ni oír hablar, le toca
"sentarse justo a nuestro lado"? Me parece que tenemos que tenerlo en
cuenta y aprovechar, mientras vamos de camino, para aprender a alegrarnos con
cualquiera que responda al llamado y a la misericordia de Dios, que toca a la
puerta de todos cada día...
Juan Pablo II nos da un buen ejemplo de esto. El 13 de mayo
de 1981 Ali Agca disparó su arma contra este Papa en la Plaza de San Pedro y lo
hirió gravemente. Cualquiera podría haber pensado que ese hombre tenía que estar
muy lejos de Dios, para intentar semejante disparate como matar al Papa. Sin
embargo Juan Pablo II, una vez que se recuperó de las heridas, no dudó en ir a
visitarlo en la cárcel, y extenderle su mano amiga. No sabemos cuál fue el
diálogo que sostuvieron entre ellos ese día. Pero yo me permito imaginarme que
el Papa no fue a hablarle del castigo que le esperaba y, cualesquiera hayan sido
sus palabras de ese día, le trasmitió el mensaje del que nos habla el Evangelio
de hoy: es grande la alegría de Dios, cuando recupera al que se ha ido. Es
difícil, pero es posible y hace falta, aprender a alegrarse cuando se encuentra
a un hermano que se había perdido, y el que estaba muerto para Dios vuelve a la
vida...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: