Sin vendas en los ojos...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 8 de agosto de 2004, Domingo XIX
del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de
las
lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Los santos hijos de los justos ofrecieron sacrificios en secreto, y
establecieron de común acuerdo esta ley divina: que los
santos compartirían igualmente los mismos bienes y los mismos peligros; y
ya entonces entonaron los cantos de los Padres (Sabiduría 18, 9).
- Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la
plena certeza de las realidades que no se ven (Hebreos 11, 1).
- Jesús dijo a sus discípulos: «Estén preparados, ceñidos y con las lámparas
encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue
a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los
servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro
que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a
servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y
los encuentra así! Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué
hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la
hora menos pensada» (Lucas 12, 35-40).
1. A VECES VIVIMOS COMO SI TUVIÉRAMOS VENDAS EN LOS OJOS...
En algunos casos es simple distracción. ¿A quién no le pasó alguna vez, de
ponerse a buscar los anteojos, que hace un minuto tenía en la mano, sin poder
encontrarlos en ningún lugar, hasta que se da cuenta que, en realidad, los tiene
puestos, y por eso no los ve por ningún lado? Hasta puede ser que nos pasemos un
rato buscando las llaves, para poder salir de casa, y finalmente nos
damos cuentas que las tenemos en la mano...
Pero otras veces no es sólo distracción. Si nos metemos con pasión en algo,
puede pasarnos que no nos demos cuenta de lo que otros ven con claridad, ya que
a veces la pasión tiene el efecto de cerrar los ojos del que está afectado por
ella. Quizás más de una vez hemos estado ante unos novios que, para el juicio de
todos, representan un amor imposible, ya que no sólo no cuajan bien entre sí,
sino que además se pasan el día peleando. Todos los que los conocen se dan
cuenta que, si se casan, van derecho al fracaso. Todos menos ellos. Están tan
"enamorados" (encandilados convendría decir para esta ocasión), que no se dan
cuenta que se dirigen a un precipicio con los ojos vendados. El amor no es
ciego, sino lúcido, pero la pasión a veces lo puede cegar. ¿Cuántos fracasos
matrimoniales podrían haberse evitado, simplemente si los novios, antes de
casarse, hubieran abierto un poco los ojos y prestado atención a lo que otros
les advertían?...
Me parece que puedo decir, sin temor a errarle mucho, que a todos nos ha
sucede, tanto en el orden personal como en el orden social, que pasan muchas
cosas delante nuestros ojos, que si nos detuviéramos a prestar atención nos
parecerían evidentes, y sin embargo no nos damos cuenta. Hasta que, de pronto,
se nos cae de golpe un telón y nos quedamos asombrados y descubrimos
sorprendidos una realidad que teníamos al lado y no veíamos, como si hubiéramos
estado viviendo con los ojos tapados. Para no ir a otros ejemplos más
particulares, todos los procesos que hemos vivido en los últimos veinte años de
nuestra patria, y que seguimos viviendo, no sucedieron ni suceden de golpe,
sino que se han ido y se van siempre gestando de a poco, aunque a
veces nos haya parecido o nos parezca que aparecen de manera
instantánea...
Por otra parte, y no deja de ser esto otro modo curioso de
no ver, salvo que ya carguemos muchos años en la mochila, vivimos como si
fuéramos a vivir para siempre, aunque es evidente que no es así, ya que todos
vamos a morir. Es más, desde que hemos nacido, que nos vamos a morir es una
certeza que ha permanecido inconmovible ante nuestros ojos. Cada tanto, cuando
se muere un pariente muy cercano, o un amigo entrañable, sobretodo si es alguien
joven o sucede de manera sorpresiva, nos damos más espacio para que la muerte
tenga un espacio, pero enseguida, casi sin darnos cuenta, volvemos a nuestra
compostura habitual, y seguimos nuestra marcha como si nosotros no nos fuéramos
a morir nunca. Entonces, para que no vivamos como si estuviéramos tapándonos los
ojos para no ver, los oídos para no oír y la boca para no hablar de esto, Jesús
hoy nos enseña a vivir siempre preparados...
2. EL MUNDO TIENE UN FINAL, QUE ES PARA CADA UNO EL DÍA DE
SU MUERTE... Así como nuestra vida en este mundo tiene un inicio, también
tiene un fin, y hacia él vamos inexorablemente. Cada día estamos veinticuatro
horas más cerca de él. Un día hemos nacido, y un día vamos a morir. Puede
ser que ese final nos llegue de sorpresa. Pero si es así, no es porque no
sepamos que va a venir, sino porque a veces nos habituamos demasiado a vivir que
si a nosotros no nos fuera a suceder...
Si nos pusiéramos a imaginar cómo quisiéramos que fuera nuestra muerte,
seguramente nos entusiasmaría que fuera como la de la Virgen María, rodeados de
nuestros seres más queridos (en esta pintura sobre "el tránsito de la
Virgen", es decir, su muerte, ella aparece rodeada de los Apóstoles, y bajo la
mirada de su Hijo, al fondo; el óleo sobre tabla es de Juan Correa de Vivar, y
es del año 1550). Pero una muerte así, como también cualquier otra muerte feliz
que queramos imaginar, no se improvisa, sino que se debe preparar...
La muerte, como el nacimiento, es una meta. Pero también, y esto es lo más
importante, en ambos casos, es un punto de partida. Cuando nacemos, hemos
alcanzado esa meta que se ha ido preparando pacientemente a lo largo de nueve
meses. Después de haber estado durante todo ese tiempo haciéndole "cosquillas en
la panza" a nuestras madres, finalmente vemos la luz. Sin embargo, nadie se
conformaría sólo con eso. Esa meta se convierte en un punto de partida. Y una
vez nacidos, se pone en marcha todo el desarrollo de nuestra vida sobre esta
tierra. Lo mismo pasa con la muerte. Es punto de llegada, pero también de
partida. De llegada, porque con la muerte se termina nuestra vida aquí en la
tierra. Pero también de partida, porque allí se inicia una nueva etapa, la
definitiva, la Vida eterna para la que Dios nos ha creado...
Como meta que es, podemos decir que durante toda la vida estamos
preparando el día de la muerte. Ese día será el resultado de todo lo que
hemos ido preparando a lo largo de la vida, o simplemente el resultado de haber
llegado a esa meta, sin haberla preparado. Pero también como punto de partida
tenemos que ver nuestra muerte como el resultado de lo que hayamos preparado.
Por eso Jesús hoy nos enseña a estar "preparados, ceñidos y con las
lámparas encendidas". Durante la vida vamos preparando nuestro encuentro
definitivo con Él, que se dará el día de nuestra muerte. Si cuando llega, nos
encuentra velando, es decir, "en vela", es decir, atentos, vigilantes, Jesús
mismo se sentará a servirnos la mesa en el Banquete del Cielo...
3. HAY QUE VIVIR TODA LA VIDA CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS,
PREPARANDO LA MUERTE... Se trata de un final, entonces, que, como punto de
partida, no se improvisa, sino que hay que prepararlo, para salir al encuentro
de Jesús con las lámparas encendidas...
Simplemente hay que tener en cuenta que las únicas lámparas que ponen luz
sobre ese final y ese punto de partida son las lámparas del amor. Estar atentos
y vigilantes, entonces, consiste en estar todos los días atendiendo a Jesús, que
viene a nosotros a través de nuestros hermanos que nos reclaman su atención
esperando de nosotros un gesto de amor. Tenemos muchos ejemplos a la mano, para
saber en qué consiste vivir con las lámparas encendidas. La Beata Teresa de
Calcuta se hizo conocer por su amor inclaudicable, que buscó insistentemente
atender a Jesús en el rostro de los más débiles y abandonados entre los pobres.
La Beata Juana Jugan enseñó a las Hermanitas de los Pobres, la Congregación que
ella fundó, a atender el rostro de Jesús en los ancianos pobres, como ellas
vienen haciendo fielmente. Y también todos nosotros estamos llamados a pasarnos
la vida preparando la muerte, con las lámparas del amor
encendidas...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: