Para ser testigos de su amor...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 30 de mayo de 2004, Solemnidad de
Pentecostés, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el
mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte
ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía
expresarse (Hechos 2, 1-4).
- Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está
impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero
todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un
solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que
realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el
bien común (1 Corintios 3b-7).
- Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana,
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de
ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les
mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles
esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados
serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan» (Juan 20, 19-23).
1. A VECES SE MULTIPLICAN LOS MOTIVOS PARA TENER MIEDO O
PARA ESTAR TRISTES... Con un poco que hayamos caminado en la vida, es muy
posible que rápidamente pensemos que no es todo lo que esperábamos, sobretodo
cuando la soñábamos, de jóvenes, como una simple cosecha de triunfos y festejos
que debían corresponder a nuestras especiales condiciones personales. La marcha
nos hace ver que también a nosotros nos corresponden, al menos de vez en cuando,
algunos fracasos, no sólo profesionales o laborales, sino también en nuestras
aspiraciones de ser adalides de la fe, e incluso en los afectos. Las
limitaciones que vamos experimentando nos pueden ir haciendo arquear hacia abajo
las cejas y la comisura de los labios, al tiempo que se nos va cayendo el pelo.
Nuestra mirada hacia el futuro se hace más triste, y el horizonte que tenemos
por delante puede hacer que crezca en nosotros el miedo...
Por otra parte, el mismo mundo en que vivimos alcanza para meternos miedo,
y llenarnos de bronca o de temor. Con demasiada frecuencia nos toca experimentar
que muchas veces las cosas parecen sonreírle más fácilmente a "los malos" que a
"los buenos". También en nuestro tiempo se multiplican los que por la fuerza o
por el engaño, y no por el derecho, o lo que es lo mismo,
con
derecho, se apoderan de lo que pertenece a otros. Y esto vale para los que
usurpan el petróleo, acaparan la ciencia, malversan los bienes públicos,
violentan la convivencia pacífica, retienen injustamente el salario que
corresponde al que trabaja, o de cualquier otra manera se quedan con lo ajeno,
lo destruyen o lo malversan...
Sin embargo, con ser grandes, pueden no ser éstos los
mayores motivos de miedo y de tristeza que nos embarguen. Los que vivimos aquí,
en el Hogar Marín, o los que vienen con frecuencia, conocíamos a Cristián
Bourdieu, un hombre bueno y silencioso, fuerte y apuesto, de una fe firme y
serena, de pocas palabras y de mucho amor. El año pasado, de golpe, se encontró
enfermo, y todos lo vimos marcado por los límites que le impuso su enfermedad.
Tuvo que cambiar su tarea de voluntario en el Hogar, que realizó hasta que pudo
(conforme a cómo él era, no hacía lo más vistoso, por cierto, ya que ayudaba a
bañar a los ancianos residentes), y aprender a dejarse ayudar, también con
bondad y en el silencio. Su muerte, el pasado martes, nos ha hecho experimentar
a todos no sólo la tristeza, sino también el temor y la incertidumbre. ¿Qué será
de nosotros?...
Pero, con Cristián, también nosotros hemos aprendido a mirar a Jesús, que
nos salva desde la Cruz. Por eso sabemos que no es la muerte la última palabra.
Jesús resucitó, y con Él se abrió también para nosotros un camino de salvación.
Y para que podamos recorrerlo, Jesús resucitado sopló sobre nosotros su Espíritu
Santo...
2. JESÚS NOS DA, CON SU ESPÍRITU, LA VIDA, LA FUERZA Y EL
AMOR DE DIOS... Esto es lo que estamos celebrando en esta Solemnidad de
Pentecostés, cincuenta días después de haber celebrado en la Pascua la
Resurrección de Jesús. La Resurrección de Jesús no es sólo para Él. Por eso,
como fruto de la misma, Jesús nos deja su Espíritu, por el que su triunfo se
hace también nuestro...
Con su Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, Jesús nos da la
Vida de Dios. Y por Él, por su Resurrección, sabemos que esta Vida de Dios
puede más que nuestra muerte. Jesús también nos da, con su Espíritu, la Fuerza
de Dios. Y conociendo a Jesús, y lo que ha hecho y hace por nosotros, sabemos
que esta Fuerza de Dios puede más que todas nuestras debilidades. Finalmente,
con su Espíritu Jesús nos da también el Amor de Dios. Y nos muestra con su vida
que ese Amor de Dios puede más que todos nuestros pecados...
El
Espíritu Santo, que todos nosotros, como Cristián, recibimos por primera
vez en nuestro Bautismo, nos hace verdaderamente nuevos [aquí lo vemos junto con
su hijo varón y su nuera en el Bautismo de uno de sus nietos, de quien fue
padrino, con el significativo trasfondo de la imagen de la Beata Juana Jugan,
fundadora de las Hermanitas de los Pobres e inspiradora del servicio de amor que
él aquí realizaba]...
El temor, la tristeza y la desorientación en la que nos pueden sumir su
muerte temprana, se disipan con Jesús resucitado, que nos entrega su Espíritu, y
nos da con Él la seguridad, la alegría, la firmeza y la decisión con la que el
mismo Cristián vivió su fe. Todos los sufrimientos, también los de Cristián,
adquieren con esta luz un nuevo valor. Con el Espíritu de Dios, el amor da
frutos de Vida eterna...
Con ese Espíritu, nos hacemos capaces de hacer lo que sólo Dios puede
hacer. Al entregarles su Espíritu, Jesús confió a los Apóstoles una misión que
los superaba del todo, y que sólo con el Espíritu de Dios pudieron hacer y
transmitir a sus sucesores: el perdón de los pecados. Y nosotros también, como
los Apóstoles, con la efusión del Espíritu Santo en nuestros corazones, que nos
permite superar todo temor y tristeza, recibimos una misión...
3. HEMOS RECIBIDO EL ESPÍRITU DE DIOS, PARA SER TESTIGOS DE
SU AMOR... Con el Bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, y Él encendió en
nosotros el Amor de Dios. Nuestra fe vivida con silenciosa responsabilidad
alimenta esa presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones. Eso nos dice,
también, la misión en la que participamos todos los que fuimos bautizados y
recibimos el Espíritu Santo: transformar todas las cosas con la perseverancia en
el lenguaje universal del amor, que a todos resulta claro y en el que todos
podemos expresarnos...
En realidad, animados por el Espíritu de Dios, todo se irá transformando,
en la medida en que seamos testigos del Amor de Dios ante todos los hombres.
Basta, para que estemos seguros de ello, que tomemos en cuenta el camino que,
con su servicio silencioso, Cristián nos ha dejado marcado...
Posdata vespertina: Al final de la Misa María Amalia, la mujer
de
Cristián (en esta foto a su lado, con su hijo varón, su nuera y su nieto el día
del Bautismo de este último), nos dejó su propio testimonio. Nos contó cómo
Cristián, cada vez que volvía del Hogar, les decía cuánto más era lo que en él
recibía que lo que daba. Esto nos muestra cómo funciona el Amor de Dios: cuanto
más se lo da, más se lo tiene (no le pedí permiso a María Amalia para agregar
esto aquí; espero que no me rete mucho por haberlo hecho)...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: