Hace nuevas todas las cosas...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 9 de mayo de 2004, V Domingo de Pascua, en
el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la
Misa del día:
- Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de
Pisidia. Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la
fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios (Hechos 14, 21b-22).
- Yo, Juan, ... oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la
morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su
pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y
no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes
pasó». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas
las cosas» (Apocalipsis 21, 3-5).
- Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo: ... «Les doy
un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he
amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán
que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los
otros» (Juan 13, 31 y 34-35).
1. TODAS LAS COSAS, CON EL TIEMPO, O SE GASTAN O SE PONEN
VIEJAS... Ya lo decíamos hace tres semanas, y lo referíamos a los zapatos y a la
ropa. Algunos zapatos nos resultan especialmente cómodos, y nos gustan de manera
especial. Pero, por más que queramos hacerlos durar, llega un momento en que ya
no aguantan un solo paso más, y tenemos que darlos por jubilados. Lo mismo
decíamos de alguna ropa, a la que le tomamos especial cariño, por ejemplo,
alguna camisa. Se nos pone vieja y deshilachada, y a pesar de que quisiéramos
seguir usándola, tenemos que dejarla de lado con pesar, porque no aguanta ni una
puesta más. También se gastan los cubiertos, las ollas, las lapiceras. Así es
como muchas cosas van a parar al tacho de basura (y dicen que más aún en las
sociedades que tienen mejor pasar, en las que es mayor el consumo)...
De todos modos, no sucede sólo con las cosas inanimadas.
Nuestro propio cuerpo también "se gasta" o "se pone viejo". Con el tiempo vamos
perdiendo el pelo, y el que nos queda es cada vez más finito. También se nos
comienza a arrugar la piel, que nos queda más extensa que lo que tiene para
cubrir (de allí los "pliegues" y arrugas). Además, al revés de lo que
quisiéramos, con el tiempo se nos van poniendo más duras las articulaciones, y
más blandos los músculos y los huesos...
De todos modos, nada de eso alcanza para que nos sintamos "viejos". Porque
hay algunas cosas que pueden no envejecer nunca. Y entre ellas, la que más
importa es el amor, porque puede hacer que nuestros corazones permanezcan
siempre jóvenes (en realidad, lo que puede hacer envejecer nuestro corazón,
haciendo que se ponga duro e insensible, que se vaya poniendo agrio y se nos
llene de grietas, son las tristezas y las amarguras que no logramos
asimilar)...
Pero si el amor humano es capaz de mantener siempre jóvenes nuestros
corazones (y lo podemos ver cada vez que tenemos la oportunidad de celebrar
aniversarios especiales, como las bodas de plata o de oro de algún matrimonio),
cuánto más podrá lograrlo el Amor que viene de Dios, y al que Jesús nos
llama...
2. EL AMOR AL QUE JESÚS NOS LLAMA HACE NUEVAS TODAS LAS
COSAS... Jesús nos dice hoy, como a los Apóstoles en la Última Cena, que nos da
un mandamiento nuevo. Sin embargo, conviene que comencemos tomando en cuenta que
Jesús, primero, antes de pedirnos nada, nos da todo lo que nos pide. Él es el
que nos ama primero. Y su amor por nosotros, que es un amor que salva, se dejó
ver en la Cruz y floreció en la Resurrección, con la que vence el encierro en el
que nos dejó el pecado y supera las ataduras de la muerte...
Ese amor con el que Jesús nos ama es la fuente de la que
surge el amor al que Jesús nos llama. Jesús nos ha enriquecido con su Amor, que
es el de Dios, que hace nuevas todas las cosas, y que nos hace a nosotros
capaces de vivir como Él vivió y amar como Él nos amó. Porque si hay algo
asombroso en lo que Jesús nos dice hoy, no está en que nos llame a vivir en el
amor, sino en la medida increíble con la que Jesús nos hace capaces de amar y
con las que nos llama a vivir en el amor: como Él mismo nos ha amado a
nosotros...
Por eso es que podemos decir que este amor al que Dios nos
llama, aunque se llame "mandamiento" no se entiende del todo si sólo se la
mira como una obligación. En realidad, sólo es comprensible como una fuerza
interior que Él mismo pone en nosotros con su amor, ya que Jesús mismo nos da la
capacidad de hacer lo que después nos manda. Por eso, el amor al que Jesús nos
llama no es algo que "se cumple" haciendo una o más cosas, que se puedan listar
en una planilla, y que vamos marcando como quien completa una lista de tareas.
Es una actitud permanente ante nuestros hermanos, que necesitamos aprender de
Jesús...
Si lo miramos a Jesús, entonces, y lo que hace con nosotros, para
comprender la medida del amor al que nos llama, nos vamos a dar cuenta, en
primer lugar, que se trata de una amor que se extiende a todos. Nadie queda
afuera del amor de Jesús, y nadie debe quedar fuera de nuestro amor. El amor de
Jesús es un amor que no se da por vencido e insiste ante todos, incluso con las
"ovejas perdidas", y nos enseña de esa manera a no bajar los brazos ante las
dificultades que, sin duda, se nos presentarán si queremos vivir en el amor. Es
un amor constante, y nos ayuda a comprender que no alcanza con un amor
"espasmódico". Es un amor que da la vida por aquellos a quienes ama, y nos
recuerda que la única medida que puede tener el amor es que sea sin
medida...
3. NO HACE FALTA LLEVAR ESCUDOS PARA DISTINGUIRSE, SINO
AMAR COMO JESÚS NOS AMÓ A NOSOTROS... Sin duda, es bueno que nos hagamos ver
como cristianos, sobretodo si vivimos fieles al camino por el que Jesús nos
llama. Pero no hace falta que llevemos escudos en la solapa, ni cruces a la
vista, o rosarios colgados en el espejo del auto para hacernos ver...
Jesús confía, y con razón, que será el amor que nos tengamos unos a
otros lo que permitirá que los demás nos identifiquen como sus discípulos. Es el
modo más sencillo y más efectivo para hacernos ver, sin correr el peligro de
querer convertirnos en estrellas. Es el único modo en el que nuestro corazón
podrá dejar ver el amor con el que el mismo Jesús nos ama, y será de esta manera
efectivamente transparente, ya que hará visible la fuente del único Amor que es
capaz de hacer nuevas todas las cosas...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: