Esta fue mi predicación de hoy, 21 de noviembre de 2004,
Solemnidad de Jesús Rey del Universo, en el Hogar Marín (este año
coincidió con el día de mi cumpleaños, y esto me dio pie, como verán
enseguida, para el inicio de la predicación). Me basé en las siguientes
frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Todas las tribus de Israel se presentaron a David en Hebrón
y le
dijeron: «¡Nosotros somos de tu misma sangre! Hace ya mucho tiempo,
cuando aún teníamos como rey a Saúl, eras tú el que conducía a Israel.
Y el Señor te ha dicho: «Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás
el jefe de Israel». Todos los ancianos de Israel se presentaron ante el
rey en Hebrón. El rey estableció con ellos un pacto en Hebrón,
delante del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel (2
Samuel 5, 1-3).
- Demos gracias al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de
la herencia luminosa de los santos. Porque él nos libró del poder de
las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en
quien tenemos la redención y el perdón de los pecados (Colosenses 1,
12-14).
- Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y
miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se
salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los
soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le
decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti
mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los
judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú
que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente,
porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer
tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en
el Paraíso» (Lucas 23, 35-43).
Mirando la meta para la que Dios nos ha
hecho, el Cielo, la Vida eterna, todo dolor se convierte en un anticipo
amargo de
la muerte. Ante el "espectáculo" de Jesús en la Cruz, como nos relata
San Lucas, la gente miraba.
Nosotros hoy también tenemos "espectáculos" tremendos que nos muestran
las cruces de nuestro tiempo. Hoy hay gente
que sufre sin necesidad, o sin culpa, o sin escape. Pienso en la mitad
o un poco más de los jóvenes de nuestra patria, que hoy crecen en
condiciones que los ubican debajo de la línea de pobreza: ¿qué será de
ellos, que crecen en la miseria, quizás no solamente sin alimentos,
remedios, techo y calor, sino también, y más tremendo aún, sin un
futuro que los aliente, sin suficiente amor que los contenga? Pienso
también en los ancianos que viven solos, abandonados, sin el calor
familiar u Hogares como los de las Hermanitas de los Pobres u otros
semejantes que les muestren de una manera efectiva un amor que les
devuelva con gratitud la herencia de vida que nos dejan...
Pero dirijo también una mirada que abarca
todo esto, a la cruz de
Jesús, que es el colmo del sufrimiento injusto, del espectáculo
deprimente
del dolor. Y allí encuentro una luz que ilumina todo dolor. Porque
Jesús no termina su marcha en la Cruz. El amor de Dios lo lleva más
allá de los límites que nuestra condición humana tenía hasta ese
momento. Jesús resucita, y
rompiendo las ataduras de la muerte, nos mostró desde la Cruz lo que
sólo Él quiere y puede hacer: transformar el sufrimiento y el dolor en
un instrumento de su
amor...
La aceptación silenciosa que Jesús hace de su crucifixión se
convierte en la demostración más palpable del amor inclaudicable de
Dios. El quiere la Vida. Por eso, no abandona en el dolor y ante la
muerte a la criatura más
preciosa de la creación: cada hombre y cada mujer, que de Él viene. Y
viene
a buscarnos en el sufrimiento, donde la vida más duele, para que allí
mismo donde golpea el temor podamos encontrar nuestra salvación...