Esta fue mi predicación de hoy, 3 de febrero de
2013,
Domingo IV del Tiempo Ordinario del
Ciclo Litúrgico C,
en la Abadía Santa Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo, en
Youtube
y en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.LAS
COSTUMBRES NOS AYUDAN A VIVIR, SI NO NOS CIERRAN EL CORAZÓN...
Todos tenemos algunas costumbres que, si son buenas costumbres,
nos ayudan a llevar adelante nuestra vida. Por ejemplo, cada uno
de nosotros tiene sus costumbres a la hora de levantarse, lo mismo
que a la hora de irse a la cama cuando ha terminado el día. Cada
uno tiene sus propias costumbres, que no siempre son iguales a los
de las demás, sino características y especiales de cada uno. Las
buenas costumbres nos ayudan a despertarnos y levantarnos
enseguida, siguiendo los pasos que mejor nos convienen para
aprovechar los tiempos y sostener la buena salud. Las buenas
costumbres nos ayudan a tener siempre un tiempo para la oración
cuando comienza y cuando termina cada día...
También
en el
trato con los demás nos ayuda tener buenas costumbres. Por
ejemplo, cuando usamos un ascensor, no sólo nos ayuda y ayuda a
los demás la buena costumbre de dejar bien cerradas las puertas,
para que no se quede trabajo por el descuido de una puerta
abierta, sino que también nos hace bien compartir los saludos con
las personas que habitualmente encontramos en el ascensor, e
intercambiar algunas frases sobre el clima, el tiempo , etc.,
todas frases amables con la que compartimos el momento que pasamos
juntos hasta nuestro piso de destino...
De todos modos,
para que las buenas costumbres nos ayuden a vivir es necesario que
nos permitan mantener abiertos nuestros corazones. Mantener el
corazón abierto a los demás hace posible que las buenas costumbres
encaminen bien nuestra vida. Así sucede entre los amigos, y en
especial entre aquellos entre los que, según santo Tomás de
Aquino, se de el grado más excelso e intenso de amistad, entre el
marido y la mujer en el vínculo matrimonial. Un matrimonio puede
tener la buena costumbre de desayunar juntos, siempre a la misma
hora y de la misma manera, y sin embargo nunca será igual, ya que
animados desde adentro por el amor será siempre un encuentro
renovado y renovador. El corazón abierto por el amor permite
siempre descubrir con mayor profundidad el misterio de los
demás...
Jesús nos muestra hoy que en Cafarnaúm, donde no lo conocían,
comenzó su predicación e hizo los primeros signos (como el cambio
del agua en vino en las
Bodas
de Caná) y reunió los primeros discípulos. En
Nazaret, en
cambio, donde había crecido, no les bastaba con lo que de Jesús se
decía. Para aceptarlo como profeta y como Hijo de Dios ellos
querían "pruebas" evidentes que les ahorraran el esfuerzo de darle
crédito al que creían que ya conocían desde hace tiempo, y al que
en todo ese tiempo no habían llegado a descubrir en toda su
dimensión...
2. LA
HUMANIDAD
DE JESÚS NOS DEJA VER A DIOS, PERO TAMBIÉN NOS LO OCULTA... Dios
se hizo Hombre para poder hablarnos con palabras humanas.
Haciéndose carne la Palabra de Dios comenzó a pronunciarse
humanamente. Esto nos ha permitido conocer y comprender a Dios de
una manera que nunca hubiéramos podido alcanzar, si no fuera por
la grandeza de su amor, que lo llevó a acercarse a nosotros de
esta manera. A los jóvenes les gusta imaginar a Jesús como alguien
cercano por su humanidad, capaz de sentarse con ellos en el banco
de una plaza...
Pero, de
todos
modos, a la luz de lo que les pasó a los que lo conocían "de toda
la vida" en Nazaret, hace falta que estemos atentos, para que no
se nos "escape" la posibilidad de conocer a Jesús. Su humanidad,
que lo hacía cercano y comprensible para todos, al mismo tiempo
les ocultaba su más verdadera y profunda realidad, su condición
divina...
Estando ya en el comienzo del tercer milenio de la era cristiana,
y quizás habiendo crecido muchos de nosotros rodeados del
testimonio vivo de Jesús, que hemos recibido de nuestras familias
y de los ambientes en los que nos movemos habitualmente, es bueno
que nos preguntemos si Jesús no se nos ha convertido, en alguna
medida, alguien tan familiar, que ya no esperamos de él nada que
nos pueda asombrar, y acostumbrados a oír su Palabra...
Ante Jesús,
Dios hecho hombre
para nuestra salvación, vale la pena que nos preguntemos si
todavía estamos abiertos a la riqueza de su misterio. ¿Cuántas
veces hemos oído la lectura de los hechos más importantes de su
vida, como su nacimiento, su muerte en Cruz y su Resurrección, o
de las palabras más importantes que pronunció, como las parábolas
o las bienaventuranzas? ¿Seguimos abiertos ante su misterio
infinito, o ya no esperamos de Él nada que nos sorprenda o nos
conmueva? Si esto sucediera, estaríamos en las mismas condiciones
que sus conciudadanos de Nazaret, que de tanto verlo crecer entre
ellos, ya no estaban dispuestos a prestarle atención mientras no
les mostrara signos especiales. Cuando esto nos sucede, la
humanidad de Jesús, que nos muestra a Dios, su cercanía y
familiaridad, puede ser también lo que nos oculte su misterio y la
salvación, que Él nos acerca...
En este año de la fe, que nos propone Benedicto XVI, se trata
precisamente de despertar de tal modo nuestra fe que, manteniendo
siempre el corazón abierto, de modo que no dejemos de descubrir
cada día con asombro renovado la presencia de Jesús que ha venido
para salvarnos. El nos habla del misterio de Dios y nos lo hace
cercano, pero hace falta que nuestro corazón no se cierre por la
costumbre, para no dejarnos de asombrar por la presencia salvadora
de Jesús, que con sus gestos sacramentales y su Palabra eficaz nos
ofrece cada día la salvación...
3.
HAY QUE TENER
EL CORAZÓN ABIERTO PARA RECIBIR A DIOS, QUE SE NOS MANIFIESTA...
Por esta razón, me parece que los que estamos más habituados a
"tratar" con Jesús con frecuencia, tenemos que estar muy atentos,
para que no se nos cierre el corazón, de manera que ya nada nos
llame la atención de Él, y lo que nos quiere decir se nos pierda.
Mantener abierto el corazón nos permitirá asombrarnos cada día de
manera renovada por el misterio del amor de Dios...
Podrían
pensarse
otros modos, pero me parece que lo que nos puede ayudar a estar
siempre con el corazón abierto, para recibir a Dios que se nos
muestra a través de los caminos habituales, en la predicación del
Evangelio y en la vida de la Iglesia, es mantener encendido en
nosotros el corazón mismo del Evangelio, que es el amor...
Se trata de
un
amor como el que nos invita a vivir el mismo Jesús con cada
palabra del Evangelio, y que nos describe con precisión San Pablo,
al decirnos que el amor que nos enseña Jesús como un camino de
vida es un amor paciente, servicial; sin envidia, sin alarde,
sin
grandezas vanas (vacías), que no procede con bajeza, no busca su
propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal
recibido,
no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
Un amor, por lo tanto, a la medida de Dios, que todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera. El amor al que Dios
nos llama es la llave que nos permite mantener abierto el corazón
y asombrarnos siempre del misterio de Dios, para que crezca
nuestra fe, para que siempre crezca nuestra fe y Dios no nos deje
nunca de asombrar...