Esta fue mi predicación de hoy, 16 de diciembre de
2012,
Domingo III de Adviento del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube
y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
ALGUNAS COSAS SON
NECESARIAS PARA VIVIR, OTRAS LO SON PARA VIVIR BIEN... Es fácil
ponerse de acuerdo sobre aquellas cosas que son absolutamente
necesarias para vivir. Entre ellas, sin duda, están el oxígeno y
los alimentos. Ellos nos proporcionan la necesaria renovación de
nuestra realidad corporal, y la energía necesaria para el
movimiento. Sin el oxígeno y sin los alimentos nuestro cuerpo se
moriría irremediablemente. De hecho si tenemos dificultades para
respirar, enseguida tratarán de brindarnos un suplemento de
oxígeno, a través de alguno de los muchos instrumentos que sirven
para eso. Y si nos enfermamos y nos cuesta alimentarnos, enseguida
nos pondrán suero, y tendremos así al menos el mínimo necesario de
alimento...
Pero otras cosas
son necesarias para no sólo vivir, sino además vivir bien. En
estas es más difícil coincidir. Para algunos lo más importante
será la salud, que por lo tanto acaparará las mejores y las
mayores de sus energías. Dirán, por ejemplo: "el dinero va y
viene, lo que importa es la salud". Y dedicarán mucha energía al
cuidado y al cultivo de la salud, y todo lo supeditarán a contar
con la debida salud...
Para otros, en
cambio, más importante será el dinero. Pensarán que si se tiene
dinero todo lo demás se puede conseguir, incluso la salud, y por
eso lo que nunca deberá faltar será el dinero. Dirán, entonces:
"la salud va y viene, lo que importa realmente es el dinero". Y
dedicarán sus mayores esfuerzos y sus mayores dedicación a la
obtención del dinero, considerándolo como condición necesaria para
vivir bien...
Sin embargo, me
parece que para vivir bien hay algo aún más importante que la
salud o el dinero, al alcance también de los enfermos y de los que
no tienen dinero, a quienes, sin embargo, no les está negada la
vida y su verdadero sentido. Se trata de la alegría. Para vivir
bien hace falta la alegría. No la superficial, esa que viene
"desde afuera hacia adentro", sino la que nace del corazón, y va
por lo tanto desde adentro hacia afuera, y es más sólida y
persistente que la superficial. Es la alegría que surge del
encuentro con Dios, que nos permite percibirlo cada mañana y que
nos permite descubrir que una vez más nos sonría, y que nos
impulsa a responder al llamado que Dios nos hace cada día tratando
de devolverle al menos una sonrisa a lo largo del día...
Por eso en este tercer Domingo de Adviento, mientras nos
preparamos a recibir a Jesús, que está cerca y llega de un modo
nuevo en esta Navidad, nos invita a la alegría, con las palabras
del profeta Sofonías y de San Pablo, y nos muestra el camino
seguro que nos lleva a la alegría, la conversión, a través de la
predicación de San Juan Bautista...
2. VIVIR CON
ALEGRÍA LA NAVIDAD RECLAMA ALGO ESPECIAL DE CADA UNO DE
NOSOTROS... Nos los recuerda Juan el Bautista, con su predicación
en el desierto. Cuando para responder a las preguntas de todos los
que se le acercan exhorta a la conversión, al cambio de las
actitudes y de las costumbres, está señalando los caminos que
llevan al encuentro con Jesús y fundamentan la alegría profunda.
En sus respuestas encontramos luz para nuestra propia conversión
como preparación a esta Navidad en la que Dios se nos acerca
nuevamente, y encontramos el camino para una alegría profunda y
duradera...
Hay algo que nos corresponde hacer a todos. Si Dios viene a
salvarnos, con ese gesto inmenso de su amor que consiste en venir
a compartir nuestra condición humana para elevarla desde la
postración del pecado a la santidad original, para prepararnos a
recibirlo tenemos que aprender de Él a
compartir.
Todos y
cada uno de nosotros podemos compartir con alguien o con muchos lo
que somos, lo que sabemos y lo que tenemos. Nuestro tiempo,
nuestros bienes (nuestra ropa, nuestros alimentos, y quizás muchas
otras cosas), los dolores y los sufrimientos de los demás. En todo
caso, "compartir" es el nombre que toma el amor cuando se expande
entre personas que, como nosotros, estamos siempre limitadas. El
mismo Amor de Dios, cuando se hizo carne (Jesús), se expresó
continuamente compartiendo todo su ser y todo su haber con
nosotros...
Pero además Juan el Bautista
puede decirnos a cada uno de nosotros un modo propio y específico
de convertirnos para preparar la Navidad, como lo hizo con los que
se le acercaron. Para los que manejan los bienes de otros, como
hacían los recaudadores de impuestos en tiempos de Jesús, que eran
llamados publicanos, la exhortación es bien clara: no quedarse con
lo que es de los demás. Dicho de manera más clara todavía, no
robar con guantes blancos, de una manera disimulada, porque
siempre será quedarse con algo que es de otro, y por lo tanto
simplemente robar...
A propósito,
todos podemos pensar que lo que somos, lo que sabemos y lo que
podemos es el mayor regalo que Dios nos ha hecho, y se trata de un
regalo que debe servir a los demás. Por eso podemos decir
justamente que no nos pertenecemos, y por lo tanto no nos podemos
quedar con todo ello como si fuera un don que es sólo para
nosotros mismos. Todo lo que Dios nos dio, y por lo tanto también
nosotros, pertenece a los demás y los demás lo tienen que poder
aprovechar y disfrutar...
Para los que ejercen alguna autoridad, como hacían los soldados
romanos, representantes del imperio que sometía a los judíos en
tiempos de Jesús (¿y quien de nosotros no ejerce cierta
autoridad?
se lo hace en la familia, en el trabajo, hasta con los amigos), la
consigna será no utilizarla para obtener beneficios personales. La
autoridad es legítima cuando se la entiende con relación a su
origen, el "Autor", es decir, el que genera, el que da vida. Y por
eso la autoridad debe entenderse siempre como un servicio que
tiene por finalidad ayudar a hacer más digna, más fácil y más
posible la vida de los demás...
3. JESÚS QUIERE VENIR A
NUESTRO CORAZÓN: HAY QUE PREPARARLE UN PESEBRE... En definitiva,
lo que hizo Juan el Bautista fue simplemente identificar las
formas con las que el pecado se escondía en aquellos que le
preguntaban, exhortándolos a cambiar. Nosotros, que queremos
prepararnos para recibir a Jesús en esta Navidad y encontrar así
raíces profundas para una alegría que inunde toda nuestra vida,
sabemos que el camino es la conversión, el cambio del corazón. El
tiempo es breve, ya estamos en el tercer Domingo de Adviento, como
nos lo indican las tres velas encendidas en la Corona de
Adviento...
Nos toca,
entonces, descubrir sin demora las formas que toma el pecado para
esconderse en nuestro corazón, y cambiar en eso, para que se
convierta en un Pesebre en el que Jesús se encuentre a gusto y en
el que se quiera quedar. Este trabajo será necesariamente
personal, porque de esa manera son también las formas con las que
el pecado se esconde en nuestros corazones. El Pesebre que
armemos, entonces, será la fuente de nuestra alegría navideña.
Vendrán los brindis, llegarán los saludos a personas que quizás
sólo vemos con ocasión de estas fiestas, vendrán también las
dificultades para encontrarnos con algunos con quienes nos parece
que no se merecen nuestro perdón o nuestra compasión, vendrán
también quizás los recuerdos de personas que ya no estarán con
nosotros en esta Navidad porque han terminado su camino en esta
vida, pero nada podrá amargarnos. Con el corazón encendido
podremos recibir a Jesús y acunarlo en el Pesebre que le habremos
hecho en nuestro corazón...