Con las manos abiertas...
Queridos amigos:
1.
EN
NUESTRO TIEMPO HAY MUCHAS COSAS QUE SON
DESCARTABLES... Los diabéticos, por ejemplo, que tenemos que
inyectarnos insulina todos los días, hace tiempo que nos
hemos
acostumbrado a las jeringas descartables. Ya nos parecen de otro
siglo
(y en realidad lo son, del pasado siglo XX), las jeringas de vidrio
que
teníamos que hervir, lo mismo que las agujas, y guardarlas
con todo
cuidado en
cajas donde se las pudiera conservar esterilizadas...
Cada vez más, por otra
parte, las bebidas y los alimentos vienen en
envases descartables. Si pasamos por un lugar donde han estado
reunidos
algunos jóvenes en una noche de fiesta, podemos encontrarnos
con latas
de gaseosas, botellas de plástico, y otra cantidad de
envases que han
sido descartados después de haber sido vaciados hasta la
última gota.
Hasta algunos aparatos
electrónicos comienzan a ser descartables, ya que cuando se
rompen
resulta más económico reemplazarlo por otro que
hacerlo arreglar. Y en
las sociedades más desarrolladas hasta los
autos resultan rápidamente descartables...
Además
vivimos en tiempos en los que hasta las personas pueden ser
fácilmente
descartadas. A veces sucede
simplemente porque se considera que ya no sirven porque no pueden
producir nada y se convierten en un problema, y a algunos se los
arrincona en lugares alejados de la vista de todos (por ejemplo, los
ancianos en los
geriátricos). Otros los descartamos o los excluimos nosotros
con
nuestro dedo acusador, con el que señalamos de una manera
inapelable a los que consideramos irredimibles, como si la
salvación
que viene de Dios no fuera para ellos...
Pero, en realidad, nada ni nadie es descartable tan
fácilmente. Sobre todo las personas. Jesús nos quiere mostrar hoy
que todos y cada uno es rescatable por el amor de Dios. Somos frutos
de su amor. Cuando se muere alguien importante porque tiene mucho
poder, es posible que algunos enseguida comiencen con sus maniobras
a tratar de ver cómo se lo reemplaza para sostener su poder, y otros
que quieran festejar porque les parece que se lo han sacado de
encima, y hasta se animan a bendecir a Dios por eso. Pero tenemos
que tener cuidado, porque no es eso lo que nos enseña Jesús, cada
uno de nosotros somos como este Zaqueo al que Jesús quiere rescatar.
Jesús siempre quiere golpear la puerta de nuestra casa para que
abriéndole nosotros nuestro corazón pueda Él traernos la salvación.
No hay, no hubo y no habrá en el mundo nadie descartable. Zaqueo,
que era un ladrón, un traidor que trabajaba para los romanos, abrió
la puerta de su casa, y para eso tuvo que hacer unas cuantas cosas.
Y Jesús nos quiere enseñar hoy que tampoco las
personas son
descartables, ya
que Él pacientemente quiere rescatar a todos, incluso a
aquellos que
quizás nosotros no dudaríamos en considerar
descartables,
irrecuperables, como Zaqueo, un jefe de
los publicanos que sacaba ventajas cobrando impuestos...
2. JESÚS
QUIERE LLEGAR A TODOS CON SU
SALVACIÓN. SÓLO HACE FALTA RECIBIRLO EN
CASA...Dios lo puede todo, y
por eso no necesita reaccionar con prepotencia ante el mal que
todos,
en mayor o menor medida, a veces hacemos. La omnipotencia de Dios se
pone en evidencia con su indulgencia, sin necesidad de estridencias.
Que sea Zaqueo, un jefe de publicanos, es decir, un jefe de
recaudadores de impuestos, que había pagado a los romanos
para adquirir
este puesto y que se aprovechaba de su función en beneficio
propio
explotando a sus conciudadanos, nos pone en evidencia que no
hay
límites para la indulgencia de Dios, ya que para Dios no hay
excluidos, nadie es descartable...
Pero hay algo que tenemos que hacer nosotros para abrirnos a su
misericordia. Zaqueo tuvo que subirse a un árbol para poder
verlo
cuando Jesús pasaba por allí, porque era de baja
estatura. Nosotros
quizás lo que tenemos que hacer es subirnos por encima de
nuestra
mediocridad, que nos hace vivir sólo al ras del piso.
Elevándonos un
poco,
seguro que podremos ver a Jesús, que quiere llegar a nuestra
casa, como
lo hizo a la de Zaqueo, y como quiere hacerlo con todos. Su
misericordia no tiene límites, no hay nadie a quien Dios
descarte de
antemano, pero es necesario salir al encuentro de Jesús,
para que Él
llegue con su salvación y alegre nuestra casa...
Sin
embargo, no basta con
verlo a
Jesús. Además es necesario bajarse, para poder
recibirlo cuando viene
con su salvación. Zaqueo tuvo que bajarse del
árbol, para recibirlo en
su casa. Nosotros quizás tenemos que bajarnos de nuestro
orgullo, de
nuestra soberbia, de nuestra autosuficiencia, de nuestra
pretendida
perfección, para recibirlo en nuestro corazón,
que es donde Jesús puede
sembrar su misericordia. Tenemos que abrirle nuestros corazón,
recordando siempre que sólo
nosotros tenemos
la llave de nuestro corazón, cuya puerta sólo
tiene manija del lado de
adentro. Jesús, sanando nuestro corazón, puede hacerlo a la medida
de Dios. Pero Él, que lo puede todo, sin embargo no
actúa en esto con
prepotencia. Su indulgencia nos pide permiso y reclama
nuestra aceptación, para llegar a nosotros con su
salvación. Cuando
Jesús entra en nuestro corazón, con él
llega la salvación, y enseguida
nos damos cuenta, porque se manifiesta en la alegría, se nos
levanta el
ánimo...
3.
CUANDO LA SALVACIÓN DE JESÚS
LLEGA A
NUESTRA CASA, SE NOS ABREN EL CORAZÓN Y LAS MANOS... Cuando
la
salvación ha llegado a nuestro corazón, sus
signos se hacen ver
enseguida. Con la alegría que viene de la misericordia
recibida, el
corazón se ensancha y comienza a palpitar con la frecuencia
que Dios
le imprime. Con el corazón abierto por la misericordia de
Dios
enseguida
se abren también nuestras manos, que comienzan a hacerse
instrumentos
de
nuestro propio amor, que se manifiesta para el bien de nuestros
hermanos...
Cuando
Jesús llega
con su salvación a nuestra
casa comenzamos a compartir lo poco o lo mucho que somos y
que tenemos, como hizo Zaqueo cuando recibió a
Jesús. Enseguida nuestra
alegría llega a los demás a través de
nuestra caridad,
signo de salvación que se extiende a nuestro alrededor,
con gestos de amor efectivos y duraderos. Si quisiéramos
saber,
entonces, si en verdad hemos abierto suficientemente nuestro
corazón a
la misericordia salvadora de Dios, bastaría mirar lo que
hacemos con
nuestros hermanos. Bastaría que miráramos lo que hacen los
voluntarios que vienen a ayudar a esta casa, y prestar atención a
los Hermanitas que, siguiendo las huellas de Santa Juana Jugan,
saben que no hay nadie descartable y que Dios lo ha hecho todo por
cada uno, y nos llama a sumar nosotros lo que podemos hacer por
alguien...
Nuestra vida así se convierte en un don para los demás, lo que Dios
nos ha dado nos es para guardarlo sino para que con nuestra
generosidad agradezcamos un poco todo lo que hemos recibido. Estos
días entonces sirven no tanto para levantar el dedo acusador o
quedarse sólo tratando de especular quien se quedará con el lugar
vacío que se ha generado. Estos son días de reflexión. A todos los
que todavía no nos ha llegado la muerte, irremediablemente nos
llegará. Lo que importa es que antes que suceda hayamos subido, como
Zaqueo, por encima de nuestro orgullo para encontrarnos con la
misericordia de Dios, y después hayamos bajado de nuestro orgullo
para devolver con las manos abiertas lo que la misericordia de Dios
nos ha dado...
Lecturas
bíblicas del
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo C:
- Señor, el mundo entero es delante de ti como un
grano de polvo
que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío
matinal que cae
sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo
puedes, y
apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se
conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada
de lo que
has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías
creado. ¿Cómo
podría subsistir una cosa si tú no quisieras?
¿Cómo se conservaría si
no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos,
ya que todo
es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu
espíritu incorruptible está
en todas las cosas. Por eso reprendes poco a poco a los que
caen, y los
amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del
mal y
crean en ti, Señor (Sabiduría 11, 22 - 12, 2).
- Hermanos: rogamos constantemente por ustedes a fin de que
Dios
los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes,
con su
poder, todo buen propósito y toda acción
inspirada en la fe. Así el
nombre del Señor Jesús será
glorificado en ustedes, y ustedes en él,
conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
Acerca de
la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra
reunión con él, les
rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni
se alarmen,
sea por anuncios proféticos, o por palabras o cartas
atribuidas a
nosotros, que hacen creer que el Día del Señor ya
ha llegado (2
Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2).
- Jesús entró en Jericó y
atravesaba la cuidad. Allí vivía un
hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los
publicanos. El
quería ver quién era Jesús, pero no
podía a causa de la multitud,
porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y
subió a un sicomoro
para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a
ese lugar,
Jesús miró hacia arriba y le dijo:
«Zaqueo, baja pronto, porque hoy
tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó
rápidamente y lo recibió
con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Se ha ido a
alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente
al Señor:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los
pobres, y si he
perjudicado a alguien, le daré cuatro veces
más». Y Jesús le dijo: «Hoy
ha llegado la salvación a esta casa, ya que
también este hombres es un
hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a
salvar lo
que estaba perdido» (Lucas 19, 1-10).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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