Con las manos abiertas...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 31 de octubre de 2010, Domingo XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico C, en el Hogar Marín (clic aquí para verla y oírla en Youtube):

Jeringas1. EN NUESTRO TIEMPO HAY MUCHAS COSAS QUE SON DESCARTABLES... Los diabéticos, por ejemplo, que tenemos que inyectarnos insulina todos los días, hace tiempo que nos hemos acostumbrado a las jeringas descartables. Ya nos parecen de otro siglo (y en realidad lo son, del pasado siglo XX), las jeringas de vidrio que teníamos que hervir, lo mismo que las agujas, y guardarlas con todo cuidado en cajas donde se las pudiera conservar esterilizadas...

Autos Cada vez más, por otra parte, las bebidas y los alimentos vienen en envases descartables. Si pasamos por un lugar donde han estado reunidos algunos jóvenes en una noche de fiesta, podemos encontrarnos con latas de gaseosas, botellas de plástico, y otra cantidad de envases que han sido descartados después de haber sido vaciados hasta la última gota. Hasta algunos aparatos electrónicos comienzan a ser descartables, ya que cuando se rompen resulta más económico reemplazarlo por otro que hacerlo arreglar. Y en las sociedades más desarrolladas hasta los autos resultan rápidamente descartables...

DedoAdemás vivimos en tiempos en los que hasta las personas pueden ser fácilmente descartadas. A veces sucede simplemente porque se considera que ya no sirven porque no pueden producir nada y se convierten en un problema, y a algunos se los arrincona en lugares alejados de la vista de todos (por ejemplo, los ancianos en los geriátricos). Otros los descartamos o los excluimos nosotros con nuestro dedo acusador, con el que señalamos de una manera inapelable a los que consideramos irredimibles, como si la salvación que viene de Dios no fuera para ellos...

Pero, en realidad, nada ni nadie es descartable tan fácilmente. Sobre todo las personas. Jesús nos quiere mostrar hoy que todos y cada uno es rescatable por el amor de Dios. Somos frutos de su amor. Cuando se muere alguien importante porque tiene mucho poder, es posible que algunos enseguida comiencen con sus maniobras a tratar de ver cómo se lo reemplaza para sostener su poder, y otros que quieran festejar porque les parece que se lo han sacado de encima, y hasta se animan a bendecir a Dios por eso. Pero tenemos que tener cuidado, porque no es eso lo que nos enseña Jesús, cada uno de nosotros somos como este Zaqueo al que Jesús quiere rescatar. Jesús siempre quiere golpear la puerta de nuestra casa para que abriéndole nosotros nuestro corazón pueda Él traernos la salvación. No hay, no hubo y no habrá en el mundo nadie descartable. Zaqueo, que era un ladrón, un traidor que trabajaba para los romanos, abrió la puerta de su casa, y para eso tuvo que hacer unas cuantas cosas. Y Jesús nos quiere enseñar hoy que tampoco las personas son descartables, ya que Él pacientemente quiere rescatar a todos, incluso a aquellos que quizás nosotros no dudaríamos en considerar descartables, irrecuperables, como Zaqueo, un jefe de los publicanos que sacaba ventajas cobrando impuestos...

Zaqueo2. JESÚS QUIERE LLEGAR A TODOS CON SU SALVACIÓN. SÓLO HACE FALTA RECIBIRLO EN CASA...Dios lo puede todo, y por eso no necesita reaccionar con prepotencia ante el mal que todos, en mayor o menor medida, a veces hacemos. La omnipotencia de Dios se pone en evidencia con su indulgencia, sin necesidad de estridencias. Que sea Zaqueo, un jefe de publicanos, es decir, un jefe de recaudadores de impuestos, que había pagado a los romanos para adquirir este puesto y que se aprovechaba de su función en beneficio propio explotando a sus conciudadanos,  nos pone en evidencia que no hay límites para la indulgencia de Dios, ya que para Dios no hay excluidos, nadie es descartable...

Pero hay algo que tenemos que hacer nosotros para abrirnos a su misericordia. Zaqueo tuvo que subirse a un árbol para poder verlo cuando Jesús pasaba por allí, porque era de baja estatura. Nosotros quizás lo que tenemos que hacer es subirnos por encima de nuestra mediocridad, que nos hace vivir sólo al ras del piso. Elevándonos un poco, seguro que podremos ver a Jesús, que quiere llegar a nuestra casa, como lo hizo a la de Zaqueo, y como quiere hacerlo con todos. Su misericordia no tiene límites, no hay nadie a quien Dios descarte de antemano, pero es necesario salir al encuentro de Jesús, para que Él llegue con su salvación y alegre nuestra casa...
 
Llave delSin embargo, no basta con verlo a Jesús. Además es necesario bajarse, para poder recibirlo cuando viene con su salvación. Zaqueo tuvo que bajarse del árbol, para recibirlo en su casa. Nosotros quizás tenemos que bajarnos de nuestro orgullo, de nuestra soberbia, de nuestra autosuficiencia, de nuestra pretendida perfección, para recibirlo en nuestro corazón, que es donde Jesús puede sembrar su misericordia. Tenemos que abrirle nuestros corazón, recordando siempre que sólo nosotros tenemos la llave de nuestro corazón, cuya puerta sólo tiene manija del lado de adentro. Jesús, sanando nuestro corazón, puede hacerlo a la medida de Dios. Pero Él, que lo puede todo, sin embargo no actúa en esto con prepotencia. Su indulgencia nos pide permiso y reclama nuestra aceptación, para llegar a nosotros con su salvación. Cuando Jesús entra en nuestro corazón, con él llega la salvación, y enseguida nos damos cuenta, porque se manifiesta en la alegría, se nos levanta el ánimo...

Isidro3. CUANDO LA SALVACIÓN DE JESÚS LLEGA A NUESTRA CASA, SE NOS ABREN EL CORAZÓN Y LAS MANOS... Cuando la salvación ha llegado a nuestro corazón, sus signos se hacen ver enseguida. Con la alegría que viene de la misericordia recibida, el corazón se ensancha y comienza a palpitar con la frecuencia que Dios le imprime. Con el corazón abierto por la misericordia de Dios enseguida se abren también nuestras manos, que comienzan a hacerse instrumentos de nuestro propio amor, que se manifiesta para el bien de nuestros hermanos...

ManosCuando Jesús llega con su salvación a nuestra casa comenzamos a compartir lo poco o lo mucho que somos y que tenemos, como hizo Zaqueo cuando recibió a Jesús. Enseguida nuestra alegría llega a los demás a través de nuestra caridad, signo de salvación que se extiende a nuestro alrededor, con gestos de amor efectivos y duraderos. Si quisiéramos saber, entonces, si en verdad hemos abierto suficientemente nuestro corazón a la misericordia salvadora de Dios, bastaría mirar lo que hacemos con nuestros hermanos. Bastaría que miráramos lo que hacen los voluntarios que vienen a ayudar a esta casa, y prestar atención a los Hermanitas que, siguiendo las huellas de Santa Juana Jugan, saben que no hay nadie descartable y que Dios lo ha hecho todo por cada uno, y nos llama a sumar nosotros lo que podemos hacer por alguien...

Nuestra vida así se convierte en un don para los demás, lo que Dios nos ha dado nos es para guardarlo sino para que con nuestra generosidad agradezcamos un poco todo lo que hemos recibido. Estos días entonces sirven no tanto para levantar el dedo acusador o quedarse sólo tratando de especular quien se quedará con el lugar vacío que se ha generado. Estos son días de reflexión. A todos los que todavía no nos ha llegado la muerte, irremediablemente nos llegará. Lo que importa es que antes que suceda hayamos subido, como Zaqueo, por encima de nuestro orgullo para encontrarnos con la misericordia de Dios, y después hayamos bajado de nuestro orgullo para devolver con las manos abiertas lo que la misericordia de Dios nos ha dado...


Lecturas bíblicas del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo C:

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Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge:
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