Empezando por nosotros mismos...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 24 de octubre de 2010, Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía Santa Escolástica y en el Hogar Marín (clic aquí para verla y oírla en Youtube):

Petiso1. TAMBIÉN LOS PETISOS PODEMOS MIRAR A LOS DEMÁS POR ENCIMA DEL HOMBRO... Basta subirnos a un escalón (o más, si hace falta), estirar un poco el cuello, tirar un poco la cabeza hacia atrás y mirar un poco hacia abajo: enseguida nos parecerá que todos han quedado un escalón más abajo...

En realidad a todos, altos o petisos, nos resulta bastante fácil subirnos a la loma de nuestro propio orgullo, y desde allí comenzar a mirar a todos hacia abajo. Así es como nacen todas las discriminaciones que hacen tanto daño a la unidad y a la paz de las familias, de las naciones y del mundo entero...

DescansandoEsto resulta muy cómodo, porque cuando miramos a los demás por encima del hombro, convencidos que todos, menos nosotros, tienen la culpa de todo lo malo que pasa, enseguida podemos comenzar a criticar y quedarnos tranquilos, esperando cómodamente que los demás se hagan cargo de arreglar todo lo que anda mal en el mundo, mientras a nosotros nos toca sólo dar las indicaciones...

Eso parecía hacer el fariseo, que rezaba mirándose a sí mismo, y estaba tan contento por lo bueno que era, que cuando veía al publicano en el fondo del templo sólo encontraba motivos para diferenciarse de él y criticarlo, con aparente gratitud, que en realidad no era más que un aplauso para sí mismo. Así es como no se daba tiempo ni siquiera para mirar a Dios, a quien se supone que debía dirigirse su oración. Estaba tan centrado en sí mismo, que su oración no podía elevarse a Dios (así lo interpreta en su libro Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta 2007, pág. 89), volaba tan bajo que no podía superar la línea horizontal del suelo...

Sin embargo, nadie es tan bueno que no pueda ser mejor, y nadie tan malo que no pueda cambiar. En realidad, todos estamos hechos de la misma materia prima: todos cargamos con las consecuencias del pecado original y somos sostenidos por la gracia misericordiosa de Dios. Y todos tenemos un poco de cada una de estas realidades, en distintas proporciones. Por esta razón Jesús hoy quiere enseñarnos a levantar la mirada hacia Él, para que en vez de quedarnos mirando a los demás por encima del hombro, podamos ponernos a rezar de una manera en la que tengamos frutos y alcancemos la justicia de Dios...

Padre,2. TODO LO BUENO VIENE DE DIOS. TODOS SOMOS MENDIGOS DE SU MISERICORDIA... En esto todos nos parecemos. Nadie es bueno por su propia capacidad. Todos podemos encontrar como razones de nuestra bondad (en la medida en que la tengamos), las huellas de nuestra herencia familiar, las ventajas de nuestro temperamento, la calidad de la educación que hemos recibido, los buenos ejemplos que nos han dado. Pero además, y sobretodo, es la gracia y el amor con el que Dios nos sostiene lo que nos permite hacer algo bueno. Por esta razón, delante de Dios no nos sirven como carta de presentación nuestros méritos, sino nuestro arrepentimiento, porque si en algo no somos como deberíamos ser, se debe a nuestro pecado y nuestra falta de respuesta a los dones de Dios...

Todos necesitamos continuamente la misericordia de Dios para ser buenos. Por eso es que somos mendigos de Su misericordia (en los últimos años se ha mostrado mucho este cuadro de Rembrandt que representa al Padre misericordioso recibiendo en su casa al hijo pródigo cuando vuelve sediento de su misericordia, después de haber malgastado sus bienes en una vida licenciosa)...

Manos,Cuando optamos por recibir la comunión en nuestras propias manos, las tendemos hacia adelante, unidas. La izquierda hace de trono, en la que el Ministro pondrá el Cuerpo de Jesús. Y la derecha está abajo sosteniéndola. Así dispuestas, nuestras manos son manos de mendigos, con las que acudimos a recibir la misericordia con la que Dios nos alimenta...

Siendo coherentes con este gesto, frente a los males que vemos al rededor de cada uno de nosotros no podemos descansar pensando que todo lo que anda mal es culpa de los demás, y que es a ellos a quienes les toca cambiarlo, mientras nosotros nos miramos contentos el ombligo, dando gracias a Dios porque somos muy buenos. Mendigos de la misericordia de Dios, sabemos que Él estará esperando los frutos que con ella demos...

Yo3. TENEMOS QUE CAMBIAR LA PARTE DEL MUNDO QUE NOS TOCA: NOSOTROS MISMOS... Hay una parte del mundo que está en nuestras manos. Y, en vez de quejarnos por lo que no hacen los demás, o quedarnos esperando que los demás mejoren el mundo en el que vivimos, podemos meter manos a la obra...
 
TrabajandoA cada uno de nosotros le toca hacer con responsabilidad y a conciencia lo que está en nuestras manos hacer, por eso a cada uno de nosotros le toca responder ante Dios por lo que tiene en sus manos hacer. Ya, ahora (o a lo sumo dentro de unos minutos si nos tomamos un momento de reflexión), sin quedarnos esperando lo que harán los demás, de esa manera nosotros mismos estaremos empezando a mejorar el mundo...

Bastará simplemente que cada uno de nosotros miremos hacia Dios, a la hora de rezar (como el publicano), y nos demos cuenta que necesitamos de Su misericordia. Y tendiendo hacia Él las manos abiertas para recibirla, nos animemos a asumir que cada uno de nosotros somos la parte del mundo que cada uno de nosotros podemos mejorar. No tendremos ni necesidad ni tiempo para quedarnos mirando a los demás por encima del hombro, cargados de críticas que no producen nada bueno. Todos podemos ponernos a cambiar la parte del mundo que está en nuestras manos, que es la que nos toca. Y podemos comenzar a hacerlo ahora mismo. De esta manera, si todos los que hoy hemos sido enseñados por Jesús a rezar mirando más la misericordia de Dios que nuestros méritos ponemos manos a la obra, hoy mismo, este mundo en el que estamos y del que a veces nos quejamos tanto, será mejor...


Lecturas bíblicas del Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo C:

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Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge:
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