Empezando por nosotros mismos...
Queridos amigos:
1.
TAMBIÉN LOS PETISOS PODEMOS MIRAR A LOS DEMÁS POR ENCIMA DEL
HOMBRO... Basta subirnos a un escalón (o más, si hace falta),
estirar un poco el cuello, tirar un poco la cabeza hacia atrás y
mirar un poco hacia abajo: enseguida nos parecerá que todos han
quedado un escalón más abajo...
En realidad a todos, altos o petisos, nos resulta bastante
fácil
subirnos a la loma de nuestro propio orgullo, y desde allí comenzar
a mirar a todos hacia abajo. Así es como nacen todas las
discriminaciones que hacen tanto daño a la unidad y a la paz de las
familias, de las naciones y del mundo entero...
Esto resulta muy
cómodo, porque cuando miramos a los demás por encima del hombro,
convencidos que todos, menos nosotros, tienen la culpa de todo lo
malo que pasa, enseguida podemos comenzar a criticar y quedarnos
tranquilos, esperando cómodamente que los demás se hagan cargo de
arreglar todo lo que anda mal en el mundo, mientras a nosotros nos
toca sólo dar las indicaciones...
Eso parecía hacer el fariseo, que rezaba mirándose a sí mismo, y
estaba tan contento por lo bueno que era, que cuando veía al
publicano en el fondo del templo sólo encontraba motivos para
diferenciarse de él y criticarlo, con aparente gratitud, que en
realidad no era más que un aplauso para sí mismo. Así es como no se
daba tiempo ni siquiera para mirar a Dios, a quien se supone que
debía dirigirse su oración. Estaba tan centrado en sí mismo, que su
oración no podía elevarse a Dios (así lo interpreta en su libro
Benedicto
XVI,
Jesús de Nazaret, Planeta 2007, pág. 89),
volaba tan
bajo que no podía superar la línea horizontal del suelo...
Sin embargo, nadie es tan bueno que no pueda ser mejor, y nadie tan
malo que no pueda cambiar. En realidad, todos estamos hechos de la
misma materia prima: todos cargamos con las consecuencias del pecado
original y somos sostenidos por la gracia misericordiosa de Dios. Y
todos tenemos un poco de cada una de estas realidades, en distintas
proporciones. Por esta razón Jesús hoy quiere enseñarnos a levantar
la mirada hacia Él, para que en vez de quedarnos mirando a los demás
por encima del hombro, podamos ponernos a rezar de una manera en la
que tengamos frutos y alcancemos la justicia de Dios...
2.
TODO LO BUENO VIENE DE DIOS. TODOS SOMOS MENDIGOS DE SU
MISERICORDIA... En esto todos nos parecemos. Nadie es bueno por su
propia capacidad. Todos podemos encontrar como razones de nuestra
bondad (en la medida en que la tengamos), las huellas de nuestra
herencia familiar, las ventajas de nuestro temperamento, la calidad
de la educación que hemos recibido, los buenos ejemplos que nos han
dado. Pero además, y sobretodo, es la gracia y el amor con el que
Dios nos sostiene lo que nos permite hacer algo bueno. Por esta
razón, delante de Dios no nos sirven como carta de presentación
nuestros méritos, sino nuestro arrepentimiento, porque si en algo no
somos como deberíamos ser, se debe a nuestro pecado y nuestra falta
de respuesta a los dones de Dios...
Todos necesitamos continuamente la misericordia de Dios para ser
buenos. Por eso es que somos mendigos de Su misericordia (en los
últimos años se ha mostrado mucho este cuadro de Rembrandt que
representa al Padre misericordioso recibiendo en su casa al hijo
pródigo cuando vuelve sediento de su misericordia, después de haber
malgastado sus bienes en una vida licenciosa)...
Cuando
optamos por recibir la comunión en nuestras propias manos, las
tendemos hacia adelante, unidas. La izquierda hace de
trono, en la
que el Ministro pondrá el Cuerpo de Jesús. Y la derecha está abajo
sosteniéndola. Así dispuestas, nuestras manos son manos de mendigos,
con las que acudimos a recibir la misericordia con la que Dios nos
alimenta...
Siendo coherentes con este gesto, frente a los males que vemos al
rededor de cada uno de nosotros no podemos descansar pensando
que
todo lo que anda mal es culpa de los demás, y que es a ellos a
quienes les toca cambiarlo, mientras nosotros nos miramos contentos
el ombligo, dando gracias a Dios porque somos muy buenos. Mendigos
de la misericordia de Dios, sabemos que Él estará esperando los
frutos que con ella demos...
3.
TENEMOS QUE CAMBIAR LA PARTE DEL MUNDO QUE NOS TOCA: NOSOTROS
MISMOS... Hay una parte del mundo que está en nuestras manos. Y, en
vez de quejarnos por lo que no hacen los demás, o quedarnos
esperando que los demás mejoren el mundo en el que vivimos, podemos
meter manos a la obra...
A cada uno de
nosotros le toca hacer con responsabilidad y a conciencia lo que
está en nuestras manos hacer, por eso a cada uno de nosotros le
toca responder ante Dios por lo que tiene en sus manos hacer. Ya,
ahora (o a lo sumo dentro de unos minutos si nos tomamos un
momento de reflexión), sin quedarnos esperando lo que harán los
demás, de esa manera nosotros mismos estaremos empezando a mejorar
el mundo...
Bastará simplemente que cada uno de nosotros miremos hacia Dios, a
la hora de rezar (como el publicano), y nos demos cuenta que
necesitamos de Su misericordia. Y tendiendo hacia Él las manos
abiertas para recibirla, nos animemos a asumir que cada uno de
nosotros somos la parte del mundo que cada uno de nosotros podemos
mejorar. No tendremos ni necesidad ni tiempo para quedarnos
mirando a los demás por encima del hombro, cargados de críticas
que no producen nada bueno. Todos podemos ponernos a cambiar la
parte del mundo que está en nuestras manos, que es la que nos
toca. Y podemos comenzar a hacerlo ahora mismo. De esta manera,
si todos los que hoy hemos sido enseñados por Jesús a rezar
mirando más la misericordia de Dios que nuestros méritos ponemos
manos a la obra, hoy mismo, este mundo en el que estamos y del
que
a veces nos quejamos tanto, será mejor...
Lecturas
bíblicas
del Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo C:
- El Señor es juez y no hace distinción de personas: no se
muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del
oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda,
cuando expone su queja. El que rinde el culto que agrada al
Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes. La
súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su
destino, él no se consuela: no desiste hasta que el Altísimo
interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia
(Eclesiástico 35, 12-14 y 16-18).
- Querido hijo: Yo ya estoy a punto de ser derramado como una
libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado
hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la
fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el
Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí,
sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que
todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta!
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el
mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de
todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor
me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su
Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los
siglos! Amén (2 Timoteo 4, 6-8 y 16-18).
- Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y
despreciaban
a los demás, Jesús dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al
Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El
fariseo, de pie, oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no
soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y
adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana y pago la décima parte de todas mis entradas". En cambio
el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera
a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!".
Les aseguro que este último volvió a sus casa justificado, pero
no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el
que se humilla será ensalzado» (Lucas 18, 9-14).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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