Alegrarse con todos...
Queridos amigos:
1. LO QUE MÁS LE
IMPORTA AL QUE HACE UNA FIESTA SON LOS INVITADOS... Cada tanto nos
toca organizar una fiesta (por ejemplo, el viernes próximo tenemos
la cena para reunir fondos y el sábado las celebración de los
cumpleaños de los últimos meses del Hogar Marín), ya que la fiesta
forma parte de la vida. Es más, puede decirse que la fiesta es el
sentido último de la vida, ya que Dios nos ha hecho para la gran
Fiesta del Cielo...
Para realizar una fiesta, lo
primero que tenemos que preparar es el lugar. No sólo hará falta que
todo esté limpio y ordenado, además convendrá contar con adornos y
cotillón propios para cada ocasión, que disponen el espíritu y el
ánimo para celebrar...
Sin embargo con eso no alcanza, tendremos que pensar también en los
alimentos. Ya que la fiesta es como una símbolo de la vida, ella
misma simbolizada por el alimento, en toda celebración festiva se
busca compartir algunos alimentos, que representan de algún modo
todo lo que hace falta para sostener la vida. Así es que reservamos
para las fiestas los mejores alimentos y los preparamos con todo
cuidado y dedicación. Incluso la preparación de los alimentos se
convierte ya en un anticipo de la fiesta. Era impresionante, y muy
edificante, todo lo que nos transmitía una película hecha en 1987,
"La fiesta de Babette", sobre el sentido de la fiesta...
Sin embargo,
aunque el lugar y los alimentos sean importantes, lo más importante
serán siempre los invitados. La fiesta nos permite celebrar la vida
con aquellos con quienes la compartimos habitualmente, especialmente
los familiares y los amigos. Con ellos nos reunimos, con ellos
brindamos, con ellos nos unen y celebramos los motivos de las
fiestas que compartimos. De nada nos servirían los globos, las
maracas, las tortas, y todo lo que tenemos para compartir, si en la
fiesta faltaran aquellos con quienes queremos celebrar...
Dios también ha hecho una fiesta, de la que tenemos ya aquí los
anticipos: la vida es una fiesta a la que Él nos invita, que va más
allá de los límites de este horizonte en el que nos movemos. La vida
es una invitación a la gran fiesta del Cielo, en la que adquiere
todo su sentido y a la que apunta la creación entera. Por eso Jesús
hoy quiere ayudarnos a comprender qué es lo que más le importa a
Dios, que ha preparado esta fiesta, y cómo es que hay que prepararse
para disfrutarla de verdad...
2. DIOS INVITA A
TODOS A LA FIESTA DEL CIELO, Y QUIERE QUE NADIE SE PIERDA... El
Cielo es la gran fiesta de Dios. Es una fiesta completa y
total.
Toda la creación adquiere su sentido más profundo como preparación
a esa fiesta. Todos los hombres son invitados a esta fiesta,
y se
constituyen así en el centro de la creación. Y a través de la
historia cada uno de los hombres debe responder a esta invitación de
Dios...
Dios no quiere que nadie se pierda esta fiesta. Por eso, como conoce
nuestra debilidad y nuestro pecado, nos avisa a través de Jesús que
Él está atento para rescatar a cualquiera que se pierda por el
camino. Como el pastor que deja las noventa y nueve ovejas que van
por la buena senda y busca la que se ha perdido, y como la mujer que
abandona todo para buscar la moneda perdida, Dios tiene esta actitud
a la vez paternal y maternal con la que está atento a todo el que
corre el peligro de perderse. La pintura del Buen Pastor, con la
oveja perdida y recuperada cargada en sus hombros, que se ve aquí a
la derecha, es de las más antiguas que se conocen que representa a
Jesús (está en Roma, en la catacumba de Priscila, y es del siglo
III)...
Si miramos nuestro
tiempo con los ojos de la fe, no tardaremos en describirlo
como un
tiempo en el que parecería que estamos malgastando la herencia de
siglos enteros en nuestro Occidente cristiano, cuya cultura parece
cada vez si no menos occidental sí cada vez menos cristiana. Nuestra
cultura, que encuentra sus raíces más fructíferas en el Evangelio,
parece irse deshilachando por el drama de muchos hombres que ya han
perdido la fe, y claman en la búsqueda de una trascendencia que a la
vez anhelan y se les escapa...
Nuestro tiempo se refleja claramente en el hijo que, apropiándose
sin derecho de la herencia del Padre que todavía no ha muerto,
termina maltrecho y necesitado de un socorro que sólo el Padre le
puede dar. La alegría de Dios, que desata la fiesta, proviene del
reencuentro con el hijo (nuestro tiempo) con su Padre (Dios), cuando
aquel recapacita y vuelve a los brazos de Éste. El hijo descubre en
el abrazo paterno el calor y la salvación que, de manera prepotente,
buscó independizándose de sus raíces, y que, sin embargo, sólo
puede
encontrar en Aquél que es la fuente y el sentido de su vida. Esta
parábola, entonces, nos habla no sólo del hijo que vuelve
arrepentido a la casa de su Padre, sino también del Padre, que
espera con fiesta y alegría al hijo que retorna...
3. PARA DISFRUTAR DE LA FIESTA
HAY QUE PODER ALEGRARSE CON TODOS LOS INVITADOS... Sin embargo la
parábola no se detiene allí. Porque si es cierto que, de algún modo,
todos tenemos algo del hijo necesitado de perdón, también es cierto
que a veces nos parece que somos tan buenos, que más nos corresponde
el lugar del hijo que nunca se alejó de la casa del Padre. Quizás
eso nos lleve a pensar que la fiesta del Cielo es para los que son
como nosotros...
Pero la fiesta es para todos. Dios invita a todos, y cualquiera que
responda a Dios y acuda al llamado de su misericordia, aunque haya
malgastado sus bienes por el camino, tiene parte en la fiesta. Tan
variadas como los animales de la fiesta que nos muestra el dibujo de
la derecha, son las personas que podremos encontrarnos en la fiesta
del Cielo, a la que podrán llegar todos los que se arrepientan de
sus desvíos y acepten la invitación de Dios antes de acabar su vida...
¿Qué tal si llega al Cielo, por
la misericordia de Dios y el arrepentimiento de sus pecados, uno que
queremos menos, un político, o "piquetero", o adversario o enemigo
del que no queremos ni oír hablar, y le toca sentarse a la Mesa de
la Fiesta celestial "justo a nuestro lado"? Me parece que
tenemos
que tenerlo en cuenta y aprovechar, mientras vamos de camino, para
aprender a alegrarnos con cualquiera que responda al llamado y a la
misericordia de Dios, porque Él toca a la puerta de todos cada
día...
Es grande la alegría de Dios cuando recupera al que se ha ido. No se
trata entonces sólo de la parábola de "el hijo pródigo" o del "Padre
bueno", sino también de la parábola de "los dos hermanos" (cf.
Benedicto
XVI,
Jesús de Nazaret, Planeta
2007, pág. 243). No basta dirigirse a Dios diciéndole que ese que no
nos gusta es un "hijo suyo", tenemos que llamarlo "nuestro hermano".
Hay que aprender a alegrarse cuando se encuentra a un hermano que se
había perdido, estaba muerto para Dios
y vuelve a la vida...
Lecturas
bíblicas
del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario del Ciclo C:
- El Señor dijo a Moisés: «Baja en seguida, porque tu pueblo,
ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han
apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se
han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron
delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: «Este es
tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto». Luego le
siguió diciendo: «Ya veo que este es un pueblo obstinado. Por
eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré.
De ti, en cambio, suscitaré una gran nación». Pero Moisés trató
de aplacar al Señor con estas palabras: «¿Por qué, Señor, arderá
tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir
de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? Acuérdate de
Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste
por ti mismo diciendo: «Yo multiplicaré su descendencia como las
estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que
hablé, para que la tengan siempre como herencia». Y el Señor se
arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo (Éxodo
32, 7-11 y 13-14).
- Querido hijo: Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo,
porque
me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza,
llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias,
persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con
misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por
ignorancia. Y sobreabundó a mí la gracia de nuestro Señor, junto
con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna
de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores,
y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para
que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome
como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida
eterna. ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible,
invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos!
Amén (1 Timoteo 1, 12-17).
- Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para
escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
«Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les
dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y
pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va
a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la
encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al
llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice:
"Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría
en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». Y les dijo
también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no
enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado
hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y
vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la
dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma
manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que
se convierte». Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de
herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus
bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en
una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino
mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa
región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera
deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos,
pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y
le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El
joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no
merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus
servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo,
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan
el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi
hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue
encontrado". Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el
campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros
que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le
preguntó que significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha
regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque
lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su
padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió:
"Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni
una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer
una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto,
después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar
para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo: "Hijo
mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo
que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"» (Lucas
15, 1-32).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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