No hace falta ver sino creer...
Queridos amigos:
1. LAS
COSAS MALAS EMPEORAN CON EL TIEMPO, Y LAS BUENAS MEJORAN... Lo podemos
comprobar fácilmente, por ejemplo, con el vino. Un vino de
mala calidad
no va a mejorar con el tiempo, por mucho que lo dejemos
añejar. Un vino
tinto bueno, en cambio, si lo conservamos en el recipiente y en las
condiciones de temperatura, humedad y luz adecuadas, es muy probable
que mejore con su añejamiento, siempre dentro de los
límites que cada
vino y cada condición permite...
Esto
mismo se puede aplicar a cada uno de nosotros. Con el paso del tiempo
nuestros defectos no suelen corregirse. Al menos no se corrigen solos.
Si los dejamos estar, cada vez serán más
notables. Si somos
malhumorados y no trabajamos para mejorar nuestro humor, cada vez lo
tendremos peor. Si somos cascarrabias, cada vez lo seremos
más, salvo
que trabajemos para mejorar este defecto. Y si somos pesimistas, cada
vez lo seremos más, a menos que nos pongamos a trabajar para
tener una
mirada más positiva sobre las cosas de la vida...
De la misma manera,
nuestras virtudes irán creciendo con el tiempo, si es que
que no nos
dedicamos a echarlas a perder. Si somos pacientes, el ejercicio de la
paciencia nos la hará crecer cada día. Si somos
serviciales, lo seremos
cada vez más, aunque con el tiempo puedan disminuir nuestras
fuerzas y
tengamos que ir adaptando a nuestras posibilidades reales el tipo de
servicios que podamos brindar a los demás...
2. LA
PAZ, LA ALEGRÍA Y LA VIDA QUE JESÚS NOS DA
SIEMPRE PUEDEN CRECER MÁS...
Dios nos ha hecho para la paz y para la alegría sin
límites, y ha
sembrado en nosotros una vocación de eternidad. Nos ha
llamado a vivir
con Él en una eterna comunión, que dure para
siempre...
Pero todo esto no es posible en las estrechas dimensiones de esta vida.
Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la
vocación para
la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra
condición humana, y la llevó
con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y desde allí
nos la
devolvió transformada por la Resurrección...
Por eso
Jesús es para
nosotros, y para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, la
fuente de una paz y de una alegría que no se terminan. Y
esto es
posible porque la Vida del resucitado es una Vida que vence al pecado y
a la muerte, y es una Vida eterna, que Jesús nos regala
desde el
Sepulcro vacío por su Resurrección. Por eso la fe
de la Iglesia, que da
testimonio de ella a los hombres de todos los tiempos en todos los
rincones del mundo se basa en la fe de los Apóstoles,
testigos de las
apariciones de Jesús resucitado y del Sepulcro
vacío...
Jesús,
cuando se aparece a los Apóstoles después de la
Resurrección, les dijo
insistentemente que venía a traerles la paz. A medida que
los Apóstoles
fueron pasando del temor a la fe, también se les
cambió el miedo por la
alegría. En la medida de su fe, creció en ellos
la paz, la alegría y la
Vida del resucitado, que inundó progresivamente sus
corazones...
Jesús envió a los Apóstoles como
testigos y artífices de esta paz. Esta
misión de los Apóstoles es celebrada por la
Iglesia dentro de la Octava
de Pascua. Para eso en el segundo domingo de Pascua, llamado de la
divina misericordia, la Iglesia nos presenta este relato que nos hace
San Juan del encuentro de Jesús resucitado con los
Apóstoles. Jesús
sopla sobre ellos el Espíritu Santo, y los envía
a perdonar en su
nombre los pecados. Este ministerio del perdón confiado a la
Iglesia
hace que podamos enriquecernos cada vez más con el misterio
de la
divina misericordia, en la medida en que nos arrepentimos de nuestros
pecados. Y de este modo, bañados continuamente por la
misericordia de
Dios, podrá crecer cada día más en
nosotros la paz, la alegría y la
Vida que sólo Jesús nos puede dar...
3. NO
HACE FALTA VER SINO CREER, PARA RECIBIR LA VIDA QUE JESÚS
NOS DA...
Puede ser que alguna vez hayamos pensado que a nosotros nos ha tocado
una parte difícil, ya que somos llamados a la fe para
encontrar la
salvación, sin tener demasiadas constancias que nos
garanticen la
verdad de este fe, y que todo sería más
fácil si nos ofrecieran más
pruebas que nos lleven a la fe. Sin embargo, no seremos los primeros
que tengamos esta ocurrencia. Ya lo pensó el
Apóstol Santo Tomás, de
sobrenombre el Mellizo, que no se encontraba con los demás
la primera
vez que se les apareció Jesús resucitado a los
Apóstoles. El Domingo
siguiente Santo Tomás pudo ver a Jesús
resucitado, y también pudo
creer. Seguramente no fue sólo Santo Tomás el que
quiso saciar su
curiosidad metiendo sus dedos en las llagas de Jesús...
El
gran pintor
Caravaggio (1571-1610) seguramente pensaba en los demás
Apóstoles, pero
también en cada uno de nosotros, cuando ponía en
su pintura de esta
escena no sólo a Santo Tomás introduciendo su
dedo en la llega del
costado de Jesús, sino también a otros dos que,
por encima de Santo
Tomás, y como queriendo apoyarse en su incredulidad para no
poner en
evidencia la propia, se asoman casi con morbosidad para ver las llagas
de Jesús...
En todo caso, no fue
lo que vio Santo Tomás lo que lo llevó a la
salvación, sino la fe. Por
eso la alabanza de Jesús no fue para él, sino
para nosotros, cuando nos
dijo: «¡Felices los que creen sin haber
visto!». No es, entonces, "ver"
más lo que nos hace falta, sino creer más y
mejor, y vivir con más
compromiso y decisión las consecuencias de esta fe a la que
Jesús nos
llama, para que alcancemos esa paz y alegría que nadie
podrá quitarnos,
y para alcanzar la Vida que sólo Jesús nos puede
dar, y que es la única
que puede más que el pecado y que la muerte...
Nuestro, tan necesitado de paz y de alegría, tiene por eso mismo
necesidad de volverse hacia Dios, para encontrar en el corazón de Dios
lugar para sus miserias, y acogerse así a la misericordia de Dios. Por
eso en la medida en que movidos por la fe sepamos abrirnos a la
misericordia de Dios, seremos capaces de recibir de Él lo que sólo Él
nos puede dar, la Vida, la Paz y la Alegría sin medida...
Lecturas
bíblicas del
Domingo II de Pascua del Ciclo C:
- Los Apóstoles hacían muchos signos y
prodigios en el pueblo. Todos
solían congregarse unidos en un mismo espíritu,
bajo el pórtico de
Salomón, pero ningún otro se atrevía a
unirse al grupo de los
Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos.
Aumentaba cada
vez más el número de los que creían en
el Señor, tanto hombres como
mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles,
poniéndolos en
catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra
cubriera a alguno de ellos. La multitud acudía
también de las ciudades
vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos
por espíritus
impuros, y todos quedaban curados (Hechos de los Apóstoles
5, 12-16).
- Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las
tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús,
estaba
exiliado en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del
testimonio de Jesús. El Día del Señor
fui arrebatado por el Espíritu y
oí detrás de mí una voz fuerte como
una trompeta, que decía: «Escribe
en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete
iglesias que
están en Asia». Me di vuelta para ver de
quién era esa voz que me
hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien
semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica
que estaba
ceñida a su pecho con una faja de oro. Al ver esto,
caí a sus pies,
como muerto, pero él, tocándome con su mano
derecha, me dijo: «No
temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero
ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo.
Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que
sucederá en el
futuro. El significado misterioso de las siete estrellas que has visto
en mi mano y de los siete candelabros de oro es el siguiente: las siete
estrellas son los Angeles de las siete Iglesias, y los siete
candelabros son las siete Iglesias» (Apocalipsis 1, 9-11a;
12-13;
17-19).
- Al atardecer del primer día de la semana,
estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por
temor a los
judíos, llegó Jesús y
poniéndose en medio de ellos, les dijo:
«¡La paz
esté con ustedes!». Mientras decía
esto, les mostró sus manos y su
costado. Los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz
esté con ustedes! Como el Padre me
envió a mí, yo también los
envío a ustedes». Al decirles esto,
sopló
sobre ellos y añadió «Reciban al
Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán
retenidos a los
que ustedes se los retengan». Tomás, uno de los
Doce, de sobrenombre el
Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos
le dijeron: «¡Hemos visto al
Señor!». El les respondió:
«Si no veo la
marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de
los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».
Ocho días más tarde,
estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y
estaba con ellos
Tomás. Entonces apareció Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso
en medio de ellos y les dijo: «¡La paz
esté con ustedes!». Luego dijo a
Tomás: «Trae aquí tu dedo:
aquí están mis manos. Acerca tu mano:
Métela
en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de
fe». Tomas
respondió: «¡Señor
mío y Dios mío!. Jesús le dijo:
«Ahora crees, porque
me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!». Jesús realizó
además muchos otros signos en presencia de sus
discípulos, que no se
encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que
ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y creyendo,
tengan Vida en su Nombre (Juan 20, 19-31).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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