Esta fue mi predicación de hoy, 3 de enero de 2010,
Domingo
II de Navidad, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
ALGUNOS NO VEN BIEN DE CERCA, OTROS NO VEN BIEN DE LEJOS... A
partir
de una cierta edad aparece la presbicia y se hace difícil leer.
Primero vamos al oculista, y le explicamos que las letras se ponen muy
chiquitas cuando hay poca luz, y después le decimos que a veces los
brazos nos quedan cortos y no alcanzamos a leer, por más que alejemos
el papel de nuestros ojos. Finalmente él nos explica que no es sólo un
problema de luz, y mucho menos que se nos hayan acortado los brazos. Lo
que sucede es simplemente que ya no nos alcanzan los ojos. Para otros
el problema puede venir sin relación con la edad, y simplemente sucede
que no les alcanza la vista para ver de lejos...
En ambos
casos la cosa mejora si nos ponemos en algún lugar en el que
haya muy buena luz. Pero a veces esa solución
no alcanza. Entonces
aparece la solución de los anteojos, para ver de cerca, o para ver de
lejos, con todas las combinaciones intermedias posibles. En algunos
casos, la solución y la propuesta del oculista puede ser una operación
con láser o con una cantidad de nuevas técnicas que vienen en auxilio
de nuestra vista limitada. Pero de todos modos, siempre nuestra
capacidad de ver estará relacionada con la cantidad de luz que nos
ilumine lo que queremos ver...
Por eso más allá de la capacidad de nuestros ojos, hay cosas que
no alcanzamos a ver porque se esconden detrás de la oscuridad, con la
mentira y con la falsedad. El mundo está lleno de estas
"tinieblas" que nos rodean y en las que estamos
envueltos, ya que a veces surgen de nuestro propio corazón,
contagiado
de o fuente de oscuridad y tinieblas. Dios, que lo sabe,
quiso
salvarnos
de ellas dándonos su Luz...
2. DESDE EL PESEBRE
JESÚS NOS DA LA VIDA Y NOS ILUMINA... Jesús, el
Hijo de Dios, se hace Hijo del Hombre, para salvarnos a todos los
hombres. Sin dejar de ser lo que era (Dios), asumió lo que no
era (hombre), para darnos lo que no teníamos (la Vida eterna y la
Luz)...
Aunque hará falta todo el camino que va desde el Pesebre hasta
la Cruz, para que a partir de su muerte y de su Resurrección nos abra a
todos nosotros las puertas del Cielo y de esa manera nos salve
verdaderamente, ya desde el Pesebre, en el que nació como Hombre, Jesús
es para nosotros la fuente de la Vida eterna, y desde allí ilumina toda
nuestra vida...
Jesús es esta Palabra
de Dios, que estaba desde el principio junto a
Dios, y con la cual Dios ha hecho todas las cosas. Esta Palabra, de la
que proviene todo, es también la Luz que todo lo ilumina. Desde que se
hizo hombre, Dios pronuncia esta Palabra de un modo que nos resulta a
todos accesible, porque podemos oírla resonar humanamente, con toda la
contundencia de su Verdad, hecha no sólo de palabras sino también de
hechos. Es una Palabra que se hace oír desde el Pesebre hasta la Cruz,
y especialmente en el Pesebre y en la Cruz. Es una Palabra que ilumina
desde el Pesebre hasta la Cruz, y especialmente en el Pesebre y en la
Cruz...
Esta Palabra de Dios, que se hizo carne y nació en Belén, nos permite
ver de lejos y de cerca. De lejos, porque nos hace ver la Cruz ya desde
el Pesebre, y de esa manera, con la perspectiva que da la distancia,
nos hace comprender el sentido redentor que Él mismo le ha dado al
dolor y al sufrimiento. De cerca, porque nos dice algo sobre cada
rincón del corazón humano. Nos dice hasta qué punto Dios nos quiere,
tanto que se nos ha acercado ofreciéndonos su amistad. Nos dice también
que quiere que vivamos todos como hermanos, hijos suyos, miembros de
una misma familia. Nos dice, como nos muestra hoy San Pablo, que Él nos
ha elegido y nos ha bendecido desde el Pesebre...
3. JESÚS NOS ELIGE
DESDE EL PESEBRE, PARA SER SANTOS E
IRREPROCHABLES... Todos nosotros somos fruto de una elección de Dios,
que se manifiesta ya desde el Pesebre. Él nos ha elegido antes de la
creación del mundo, nos recuerda hoy San Pablo, para que fuéramos
santos e irreprochables en su
presencia. También nos ha mostrado, desde el Pesebre, el camino para
serlo, es el camino del amor. Por eso desde lo más profundo de nuestro
ser todo tiende hacia Dios, y basta oír desde el silencio de nuestros
corazones, callando todos los ruidos, para escuchar Su llamado...
A
nosotros nos falta,
solamente, como nos dice también San Pablo, valorar
la esperanza a la
que hemos
sido llamados. Esa esperanza está en el Cielo, para el que hemos sido
hechos. Con los ojos puestos en esta meta, tendremos el ánimo dispuesto
para dejarnos iluminar por Jesús. Él nos hablará desde la sencillez
del Pesebre y con toda su Palabra, siempre viva en los
Evangelios y en la predicación de la Iglesia, a la que tendremos que
abrir nuestro corazón. Y nos iluminará con su Luz, siempre elocuente en
el
silencio del Sagrario. Bueno será, por supuesto, que no perdamos nunca
de vista que el tierno Niño del Sagrario, el sacrificado Jesús de la
Cruz, el que habla a través de su Palabra y la palabra de la Iglesia, y
el que nos alimenta desde la Eucaristía, es el mismo Jesús...