La verdadera alegría...
Queridos amigos:
1.
LA
FIESTA ES PARTE DE LA VIDA, AUNQUE A VECES FALTEN MOTIVOS PARA
FESTEJAR... La fiesta es parte de la vida. En realidad, la vida misma
ha sido hecha para la fiesta. El Cielo, que es
la fiesta completa y total, es la meta de la vida, a la que Dios nos ha
llamado...
Aunque a
veces nuestro estado de ánimo
habitual parece
desmentirlo. Nos ganan el corazón los motivos de tristeza y amargura, y
nos
vamos
acostumbrando a andar con las cejas arqueadas de arriba para abajo, y
con la comisura de los labios en esa misma posición, con una
expresión
inequívoca de que no encontramos los motivos que nos
permitan festejar la vida y en la vida.
En los lugares de culto nos reunimos muchas veces personas
cargadas de esperanza y movidas por la fe, pero al mismo
tiempo doblegadas o arqueadas por el peso de los años, o de
las
enfermedades, o de la vida o simplemente de los propios pecados...
¡Cuántas
veces recién despertados nos comienza a doler el cuerpo en
algún lado,
y ahí mismo comienzan nuestras quejas! O en un momento
recordamos algo
que nos han dicho los vecinos, o que hemos visto en los diarios, o
simplemente porque nos a disgustamos con el clima, porque no nos gusta
que esté nublado, o porque hace demasiado calor, o porque
llueve, o
porque hace mucho que no llueve, enseguida nos envuelven los motivos
que van gestando en nosotros una cara llena de tristeza, de
enojo o de
amargura...
Sin
embargo, no son estos los motivos más graves que nos
apartan de la
fiesta. Muchos males que nos tocan sufrir encuentran su causa
en nuestras propias rebeldías o pecados, que nos apartan de
Dios, y en
los de otros hombres y mujeres de nuestro tiempo y espacio, son los que
no nos dejan vivir la fiesta, que es siempre y necesariamente parte de
la vida...
En realidad, muchas veces la vida nos resulta más amarga que
feliz y
encontramos a lo largo de nuestro camino muchos más motivos
para
lamentarnos que para sonreír porque nos hemos tomado la vida
por
nuestra cuenta, olvidándonos de Dios como si nos
perteneciera de tal
manera que podemos hacer de ella lo que se nos antoje (así
hizo el hijo
de la parábola que pidió a su Padre la parte de
la herencia que le
corresponde y se la gastó licenciosamente como si fuera
suya; conviene
tener en cuenta que la herencia no pertenece a los herederos mientras
el Padre vive). Y otras veces, aunque estemos muy cerca de Dios, no
alcanzamos a darnos cuenta que con Él no nos puede faltar
nunca la
alegría (como el otro hijo de la parábola, que se
quedó en la casa con
su Padre, y no fue capaz de darse cuenta de todo lo que
tenía casa para
alegrarse). Para uno y otro caso, hoy Jesús nos muestra, a
través de
esta parábola, cuáles son los motivos de la
verdadera alegría...
2.
DIOS, PADRE
MISERICORDIOSO, ES LA FUENTE DE LA VERDADERA ALEGRÍA...
Cualquiera sea
el motivo que nos impide vivir la vida como una fiesta, encontraremos
el remedio de la misma manera que se les ofreció a los hijos
de la
parábola: Dios, Padre misericordioso, está
siempre con los brazos
abiertos, a la espera, para brindarnos su perdón y
recibirnos
cálidamente en su casa...
En realidad todos, de
alguna manera, hemos tomado el camino del hijo
que reclamó la herencia (aunque en realidad todavía no le
pertenecía), para mal
gastarla sin frutos, quedándose "en la calle",
muriéndose de hambre.
Así estamos cuando, con todos los dones que hemos recibido de Dios,
gastamos
nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestros dones (no hay que olvidarse: todos, sin
excepción alguna, los tenemos, en diversas medidas), sin dar los frutos que de ellos
podemos
esperar, y el mismo Dios tiene derecho a esperar...
Si
nos
faltan sonrisas, fiesta y alegría en nuestra vida, no es
porque no
tengamos motivos para tenerlas. Simplemente sucede que no las buscamos
en el lugar indicado. Dios, Padre misericordioso, es la fuente de la
verdadera alegría. Él siempre está
dispuesto a recibirnos nuevamente,
siempre está ansioso por vernos retomar el buen camino
cuando lo hemos
perdido, siempre nos está esperando, y corre hacia nosotros
apenas le
mostramos que estamos dispuestos a retomar la buena senda...
Por otra parte, no basta con ser "piadosos", y estar siempre "cerca de
Dios", para tener los verdaderos motivos de alegría. En la
parábola de
Jesús, uno de los hijos se quedó siempre en la
casa de su Padre, pero
vivía amargado. Se quejó a su padre porque, a
pesar de que "ese hijo
suyo" (el otro) había malgastado sus bienes, cuando
volvió lo recibió
con fiesta, como si nada hubiera pasado. En realidad, no
había nada de
qué quejarse, el Padre hacía lo que
correspondía, no podía ser de otra
manera, pero el "hijo bueno" no era capaz de la alegría. De
la misma
manera, se puede decir, no basta con ir puntualmente a la Misa, hace
falta ponerse de rodillas, con las manos y el corazón abiertos a la
misericordia de Dios, suplicando el fuego de su Amor...
3.
LA
FIESTA ES PARA TODOS, NOS TIENE QUE ALEGRAR EL PERDÓN DE LOS
DEMÁS...
La fiesta, de la que está salpicada la vida entera, es
siempre signo y
anticipo, cuando viene de Dios, de la gran Fiesta a la que
Él nos ha
invitado, que es el Cielo. Esa fiesta del Cielo, de la que la vida no
es más que un camino de acceso y de preparación,
es para todos. Dios,
que no obliga a nadie a ir a esa Fiesta, ya que
sólo invita, no quiere,
sin embargo, dejar a nadie afuera de ella. Por esta
razón, no basta
hacer nuestro camino con "buena letra". Además, para
participar de la
Fiesta, hay que tener un corazón a la medida de las
alegrías de Dios,
es decir, un corazón que se alegre también cuando
nuestros hermanos que
han errado el camino, se arrepienten y se animan a retomar el buen
camino. Hasta un perrito es capaz de animarse cuando retorna un hijo, y
a veces a nosotros se nos hace difícil tan sencilla alegría...
Para que
podamos participar de la alegría del Cielo no basta
con que
"seamos buenos" o estemos dispuestos a "pedir perdón" cuando
no lo
hacemos. También hace falta que seamos capaces de alegrarnos
cuando los
demás lo hacen...
Para decirlo con toda la crudeza
que esta Palabra de
Dios implica: Dios llama también al Cielo, y quiere que
lleguen por el
camino de la conversión, los terroristas que tiran bombas, y
también
los otros que, sin el título de terroristas,
también las tiran y matan
hombres, mujeres y niños. Dios también llama al
Cielo a los que
secuestran, y a los que nos hacen trampa, robándonos futuro,
ilusiones
y dinero desde las funciones de gobierno. Dios llama a todos a la
Fiesta del Cielo, y seremos capaces de participar en ella si somos
capaces de alegrarnos, no sólo cuando Dios nos perdona, sino
también
cuando lo hace a los demás...
Lecturas
bíblicas del
Domingo IV de Cuaresma del Ciclo Litúrgico C:
- Después de atravesar el Jordán, los
israelitas entraron en la
tierra prometida el día diez del primer mes, y
acamparon en Guilgal. El
el catorce del mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de
Jericó. Al día siguiente de la Pascua, comieron
de los productos del
país -pan sin levadura y granos tostados- ese mismo
día. El maná dejó
de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del
país. Ya no
hubo más maná para los israelitas, y aquel
año comieron los frutos de
la tierra de Canaán (Josué 4,19 y 5, 9-12).
- Hermanos: El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo
antiguo
ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. Y todo esto procede
de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio
de Cristo y nos
confió el ministerio de la reconciliación. Porque
es Dios el que estaba
en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los
pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la
reconciliación.
Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que
exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos
en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios. A aquel
que no
conoció el pecado, Dios lo identificó con el
pecado en favor nuestro, a
fin de que nosotros seamos justificados por él (2 Corintios
5, 17-21).
- Todos los publicanos y pecadores se acercaban a
Jesús para
escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
«Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo
entonces esta parábola: «Un hombre
tenía dos hijos. El menor de ellos
dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde".
Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días
después, el hijo menor
recogió todo lo que tenía y se fue a un
país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando
sobrevino
mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir
privaciones. Entonces
se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región,
que lo
envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado
calmar su
hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se
las daba.
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan
en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de
hambre!". Ahora mismo iré
a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé
contra el Cielo y contra
ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno
de tus
jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa
de su padre. Cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió profundamente,
corrió a su encuentro, lo abrazó y lo
besó. El joven le dijo: "Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado
hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y
vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y
sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y
festejemos, porque mi
hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue
encontrado". Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el
campo. Al
volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los
coros que acompañaban
la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó
que
significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado,
y tu padre
hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y
salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre
salió para rogarle que
entrara, pero él le respondió: "Hace tantos
años que te sirvo sin haber
desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y
nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que
ese hijo
tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces
matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo:
"Hijo mío,
tú estás siempre conmigo, y todo lo
mío es tuyo. Es justo que haya
fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha
vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido encontrado".» (Lucas 15, 1-3 y
11-32).
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Predicaciones del P. Alejandro W.
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