1.
MUCHAS COSAS MUY DISTINTAS CABEN DENTRO DEL CORAZÓN DE CADA UNO DE
NOSOTROS... Y es en las circunstancias límites cuando estas cosas que
anidan en el corazón aparecen de la manera más visible. El tremendo
terremoto que sufrió nuestro país hermano y vecino de Chile fue una de
esas circunstancias que hacen que salga lo mejor y lo peor de lo que
hay dentro de cada uno...
Cuando
tuvieron que evacuar dos de los Hogares de Ancianos de las Hermanitas
de los Pobres, uno en Concepción y otro en Santiago, los dos que tenían
las construcciones más antiguas y que quedaron en un estado
inhabitable, muchos se acercaron para brindar socorro, contención y
ayuda a los ancianos y a las Hermanitas, así como agua, alimentos y
todo lo que necesitaban en la emergencia; y de la misma manera muchos
en Chile y en los países vecinos abrieron sus corazones y sus manos
para ponerse al servicio de los damnificados...
También
salieron a relucir otras reacciones, y los saqueos fueron un signo de
las profundidades y la oscuridad que pueden manifestarse en los
corazones que se cierran a los demás. Algunos quizás movidos por la
necesidad, otros simplemente con la bajeza de quien quiere aprovechar
la ocasión para su propio fruto, pero siempre con la tristeza de no
tener espacio para los demás en la propia vida y pensar sólo en la
propia ventaja, se abalanzaron sobre bienes que no eran propios y los
acapararon para su provecho personal, aprovechándose de su juventud o
agilidad...
Lo mismo pasa en nuestra vida cotidiana, en las reacciones que cada
momento tenemos "en el pasillo". No me estoy refiriendo sólo a los
pasillos del Congreso, que existen y en los que muchas veces se urden
venganzas o revanchas no siempre encaminadas a cumplir la propia
función de servicio a los ciudadanos. En todas las casas hay pasillos,
y en los Hogares de las Hermanitas, y en las Abadías, y en las
Parroquias y en los Obispados, y hasta en el Vaticano, donde pueden
darse pequeñas
rencillas, peleas, con miradas cruzadas en las que no crece el amor
sino todo lo
contrario, revanchas o venganzas con las que nos plantamos ante
cualquiera que nos parece que nos han herido en algo,
para responder lastimando. Por eso, la advertencia que Jesús no plantea
hoy en
el
Evangelio, vale no sólo para los terroristas y para los que
agreden con
las armas de la muerte, sino para todos...
2. SI NO
NOS
CONVERTIMOS, VAMOS A ACABAR TODOS DE LA MISMA MANERA... Todos los males
son posibles y pueden crecer hasta dimensiones impensadas son posibles
cuando nuestros corazones se alejan de Dios. Por eso vale para todos
nosotros la exhortación de Jesús. No pueden atribuirse los males de
nuestro tiempo a algunos a los que podamos acusar de su maldad de modo
tal que nosotros quedemos totalmente al margen. Cada uno de nosotros
tiene algo que revisar y que corregir en su propia vida...
Por eso
Jesús hoy nos exhorta con vehemencia a la
conversión. Esa conversión
que consiste en dar totalmente vuelta el corazón hacia el
otro lado,
cambiar totalmente de rumbo, volver totalmente nuestro corazón hacia
Dios y caminar en su dirección. Viendo
todo el mal que puede hacer un corazón que se encierra sobre sí mismo,
sabemos que la
conversión
nos llama a responder con amor al odio y al dolor, a responder a la
muerte con la decisión de darlo todo para defender la vida
digna de
todos, en todos lados y en todo momento...
Y en esto no hay exentos o privilegiados. Unos más y otros
menos, unos
en unas cosas y otros en otras, pero todos tenemos que cambiar en algo,
volviendo nuestro corazón hacia Dios, para llenarlo
más de su amor. Y
en eso consiste precisamente la conversión. Nos toca "mover" esa línea
imaginaria que divide el bien del mal en el corazón de cada uno de
nosotros, para que crezca siempre más y más en nosotros el amor...
3. EL
TIEMPO PARA DAR
BUENOS FRUTOS ES PARA CADA UNO EL QUE DURA LA PROPIA VIDA... En todo
caso, el tiempo apremia. La Cuaresma es un tiempo especial de
conversión, que nos prepara a la celebración del
triunfo del amor de
Dios sobre el odio que quiso expulsarlo del mundo clavándolo
en una
Cruz, es decir, a la celebración del triunfo de la
Resurrección y de la
vida sobre la muerte en la próxima Pascua, el 4 de abril...
No hay que perder el tiempo, este es el momento para que nuestro
corazón se haga más permeable
y se impregne más intensamente del amor de Dios. De
todos modos, por mucho que hagamos, seguramente nos quedará
algo
todavía por hacer, para que crezca más en
nosotros el amor de Dios.
Pues bien, con la imagen de la higuera plantada en la viña
del Señor,
Jesús nos enseña que, en realidad, todo el tiempo
que dura nuestra
propia vida es el que tenemos en nuestras manos para convertirnos, y
dar los buenos frutos a los que nos lleva el amor de Dios...
Ahora bien, ¿quién sabe cuánto
durará su propia vida? Por supuesto,
nadie, ya que es algo que perteneces a los misteriosos designios de
Dios. Por lo tanto, no hay tiempo que perder: Este es el tiempo
propicio, esta es la hora, inaplazable, de la propia
conversión...
Lecturas
bíblicas del
Domingo III de Cuaresma del Ciclo C:
Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro
Jetró, el
sacerdote de Madián, llevó una vez el
rebaño más allá del desierto y
llegó a la montaña de Dios, al Horeb.
Allí se le apareció el Angel del
Señor en una llama de fuego, que salía de en
medio de la zarza. Al ver
que la zarza ardía sin consumirse, Moisés
pensó: «Voy a observar este
grandioso espectáculo. ¿Por qué
será que la zarza no se consume?».
Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino
para mirar, lo llamó
desde la zarza, diciendo: «¡Moisés,
Moisés!». «Aquí
estoy», respondió
el. Entonces Dios le dijo: «No te acerques hasta
aquí. Quítate las
sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra
santa».
Luego siguió diciendo: «Yo soy el Dios de tu
padre, el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se
cubrió el rostro porque
tuvo miedo de ver a Dios. El Señor dijo: «Yo he
visto la opresión de mi
pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos
de dolor, provocados
por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
Por eso he
bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde
aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a
una tierra que mana
leche y miel. Ahora ve, yo te envío al Faraón
para que saques de Egipto
a mi pueblo, a los israelitas». Moisés dijo a
Dios: «Si me presento
ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me
envió a
ellos, me preguntarán cual es su nombre. Y entonces,
¿qué les
responderé?». Dios dijo a Moisés:
«Yo soy el que soy». Luego
añadió:
«Tú hablarás así a los
israelitas: «Yo soy» me envió a
ustedes». Y
continuó diciendo a Moisés:
«Tú hablarás así a los
israelitas: El
Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el
Dios de Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para
siempre y así
será invocado en todos los tiempos futuros»
(Éxodo 3, 1-8a, 10 y 13-15).
Hermanos: No deben ignorar que todos nuestros padres fueron
guiados por la nube y todos atravesaron el mar; y para todos, la marcha
bajo la nube y el paso del mar, fue un bautismo que los unió
a Moisés.
También todos comieron la misma comida y bebieron la misma
bebida
espiritual. En efecto, bebían el agua de una roca espiritual
que los
acompañaba, y esa roca era Cristo. A pesar de esto, muy
pocos de ellos
fueron agradables a Dios, porque sus cuerpos quedaron tendidos en el
desierto. Todo esto aconteció simbólicamente para
ejemplo nuestro, a
fin de que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos, como lo
hicieron nuestros padres. No nos rebelemos contra Dios, como algunos de
ellos, por lo cual murieron víctimas del Angel exterminador.
Todo esto
les sucedió simbólicamente, y está
escrito para que nos sirva de
lección a los que vivimos en el tiempo final. Por eso, el
que se cree
muy seguro, ¡cuídese de no caer! (1 Corintios 10,
1-6 y 10-12).
En cierta ocasión se presentaron unas personas
que comentaron a
Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato
mezcló con la de
las víctimas de sus sacrificios. El respondió:
«¿Creen ustedes que esos
galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que
los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos
acabarán de la
misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que
murieron cuando
se desplomó la torre de Siloé, eran
más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no
se
convierten, todos acabarán de la misma manera».
Les dijo también esta
parábola: «Un hombre tenía una higuera
plantada en su viña. Fue a
buscar frutos y nos encontró. Dijo entonces al
viñador: "Hace tres años
que vengo a buscar frutos en esta higuera y nos encuentro.
Córtala,
¿para qué malgastar la tierra?". Pero
él respondió: "Señor,
déjala
todavía este año; yo removeré la
tierra alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no,
la cortarás"» (Lucas
13, 1-9).