Vivir y anunciar...
Queridos amigos:
1. EL
TIEMPO SE HACE MUY LARGO, SI SÓLO NOS SENTAMOS A ESPERAR QUE
PASE... Si pudiéramos abarcar con una mirada todo el tiempo de
la vida, es muy probable que nos resultara
muy corto,
seguramente todos reclamaríamos
que sea un
poco más largo (unos minutos, unas horas, unos
días, unos meses o
incluso unos años más largo, hasta que
pudiéramos completar todo lo que
nos hemos propuesto y nos proponemos hacer a lo largo de la vida). Pero
el tiempo es
elástico, y tiene diversas medidas según desde
donde lo midamos. Por
eso hay muchas ocasiones en las que nos puede parecer que el tiempo
transcurre mucho más lentamente que lo que
quisiéramos, y hasta se nos
puede hacer
excesivamente largo...
Así
sucede, por ejemplo, cuando no tenemos nada que hacer, y
simplemente nos quedamos sentados esperando que el tiempo pase, así el
tiempo puede hacerse interminable, puede parecernos no
sólo aburrido sino también insoportable, parece que el reloj no avanza,
y la aguja que marca los segundos parece que tuviera la velocidad de la
aguja
de las horas...
Pero
lo mismo nos puede suceder cuando estamos muy ocupados y apurados. Si
en ecas condiciones nos toca esperar, a alguien o algo, el tiempo
parece transcurrir con una lentitud insoportable.
Miremos las caras, por ejemplo, en un salón de espera,
quizás en una
oficina o en un
consultorio médico
(a propósito, parecería que el reloj de los
médicos funciona de una
manera distinta, los pacientes deben
agregar al suplicio de su enfermedad largas horas de
espera, también interminables)...
Es que no estamos hechos sólo para esperar. Nuestra
condición de
espíritus encarnados nos hace capaces y deseosos de los
frutos que
surgen cuando ponemos en marcha nuestras capacidades y
habilidades. La vida no consiste sólo en sentarse a
esperar que sucedan las cosas, sino en ponerse en marcha para hacer
que sucedan las cosas que queremos que sucedan. Eso debieron pensar
los Apóstoles, cuando vieron a Jesús que,
después de la Resurrección,
ascendió ante sus ojos al Cielo, y al mismo tiempo
les encargó una
misión...
2. JESÚS
ASCIENDE AL CIELO PORQUE ALLÍ ESTÁ SU CASA, Y
TAMBIÉN LA NUESTRA... La
Ascensión de Jesús a los Cielos que hoy
celebramos es la consecuencia
necesaria de su Resurrección. Jesús resucitado
llevó toda nuestra
condición humana, también su dimensión
corporal, a una situación que
está por encima de las acotadas dimensiones del tiempo y del
espacio.
La humanidad de Jesús, en virtud de su
Resurrección, participa de la
condición gloriosa de Dios. Y esto no es posible dentro de
las
limitadas coordenadas del tiempo y del espacio, sino que reclama la
dimensión sobrenatural del Cielo, que podemos definir como
"la Casa" de
Jesús. Allí se encuentra a sus anchas, con el Padre y
el Espíritu
Santo...
Una vez
resucitado, Jesús se apareció a los
Apóstoles. Y lo hizo
justamente para que, como consecuencia de esta experiencia totalmente
única, y las huellas del sepulcro vacío, los
Apóstoles llegaran a la
fe, y la pudieran fortalecer. Esa fe de los Apóstoles, a la
que
llegaron por sus encuentros con Jesús resucitado, es la que
hace de
fundamento para nuestra propia fe. Pero esa situación de
encuentro con
Jesús resucitado no podía ser para siempre,
porque es en el Cielo donde
Jesús tiene su casa, y nosotros también...
El mismo Dios sembró en nosotros semillas de
eternidad. Habiéndonos
hecho sus hijos por el Bautismo, nos hizo participar no sólo
en la
muerte de Jesús, sino también en
su Resurrección, que anticipa la nuestra, y pone ante
nuestros ojos
nuestro destino de eternidad. Por eso, cuando Jesús
resucitado asciende
al Cielo, pone su condición humana en el lugar que le
corresponde, y
nos abre también a nosotros las puertas de su Casa, que ha
querido que
sea también la nuestra, llamándonos a vivir en
plena comunión con Él...
Sin embargo, por más que nos entusiasme este destino
celestial al que
somos llamados, no podemos quedarnos simplemente sentados esperando
que, a través de la muerte, nos llegue el momento de
alcanzarlo. Si
sólo hiciéramos eso, el tiempo de espera nos
resultaría
tedioso e insoportable, largo e inútil...
3. MIENTRAS ESPERAMOS
EL CIELO, NUESTRA MISIÓN ES VIVIRLO Y ANUNCIARLO EN LA
TIERRA... En
realidad, no se trata de sentarse a esperar que llegue el Cielo, sino
de empezar a vivirlo ya en la tierra, cumpliendo la misión a
la que
Jesús nos ha llamado...
Comenzamos
a vivir el Cielo, si llenamos nuestro corazón con
algo de
ese Cielo que esperamos. Y eso podemos hacerlo si llenamos nuestro
corazón de Jesús. Con Él en nuestro
corazón, comienza en la tierra el
Cielo que esperamos...
Pero además, con Jesús en nuestro
corazón, podremos llevar
adelante la misión que, como a los Apóstoles,
también a nosotros Jesús
nos ha encargado. El
Mensaje
de Benedicto XV para la XLIV Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales que hoy celebramos nos exhorta a los sacerdotes a
utilizar
todos los medios que el nuevo mundo digital nos brinda para anunciar el
Evangelio (fotos, vídeos, animaciones, blogs, sitios web), como
instrumentos que sirven para la misión. Por supuesto, no basta utilizar
"medios nuevos", éstos por sí mismos no constituyen el anuncio. Nuestra
misión, y la de toda la Iglesia, consiste en anunciar a todos los
que
encontramos en nuestro camino la salvación, es decir, el
Cielo, que
Jesús nos ha ganado. Con el corazón lleno de
Jesús nuestro anuncio
será creíble, no consistirá
sólo en palabras sino que será
primero y fundamentalmente hechos, frutos de un amor que
nos pone al
servicio
de todos
nuestros hermanos, pequeños y
grandes gestos de solidaridad fraterna, con los que podremos sembrar la
semilla evangélica, llenos de
gratitud
porque Jesús, abriéndonos las puertas del Cielo,
nos ha salvado...
Lecturas
bíblicas del
Domingo de la
Ascensión del Ciclo C:
- En mi primer Libro, querido Teófilo, me
referí a todo lo que hizo
y enseñó Jesús, desde el comienzo,
hasta el día en que subió al cielo,
después de haber dado, por medio del Espíritu
Santo, sus últimas
instrucciones a los Apóstoles que había elegido.
Después de su Pasión,
Jesús se manifestó a ellos dándoles
numerosas pruebas de que vivía, y
durante cuarenta días se le apareció y les
habló del Reino de Dios. En
una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les
recomendó que no
se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre:
«La promesa,
les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con
agua, pero
ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo,
dentro de pocos días».
Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor,
¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?». El les respondió:
«No les corresponde a
ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con
su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que
descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda
Judea y Samaría, y hasta los confines de la
tierra». Dicho esto, los
Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo
ocultó de la vista de
ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo
mientras Jesús
subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,
que les
dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué
siguen mirando al cielo? Este
Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo,
vendrá de la
misma manera que lo han visto partir» (Hechos de los
Apóstoles 1, 1-11).
- Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la
gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de
revelación que les
permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones, para
que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los
tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la
extraordinaria grandeza del poder con que él obra en
nosotros, los
creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que
Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de
entre los muertos y lo
hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima
de todo
Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier
otra dignidad
que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. El puso
todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de
todo,
Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena
completamente todas las cosas (Efesios 1, 17-23).
- Jesús dijo a sus discípulos:
«Así esta escrito: el Mesías
debía
sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y
comenzando por
Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas
las naciones la
conversión para el perdón de los pecados. Ustedes
son testigos de todo
esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido.
Permanezcan en
la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo
alto». Después Jesús los
llevó hasta las proximidades de Betania y,
elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se
separó de
ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se
habían postrado
delante de él, volvieron a Jerusalén con gran
alegría, y permanecían
continuamente en el Templo alabando a Dios (Lucas 24, 46-53).
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predicación...
Predicaciones
del P. Alejandro W.
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