Esta fue mi predicación de hoy, 13 de diciembre de
2009,
Domingo III de Adviento del Ciclo
Litúrgico C, en la
Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
ALGUNAS COSAS SON NECESARIAS PARA VIVIR, OTRAS LO SON PARA VIVIR
BIEN... Es fácil ponerse de acuerdo sobre aquellas cosas que son
absolutamente necesarias para vivir. Entre ellas, sin duda, están el
oxígeno y los alimentos. Ellos nos proporcionan la necesaria renovación
de nuestra realidad corporal, y la energía necesaria para el
movimiento. sin el oxígeno y sin los alimentos nuestro cuerpo se
moriría irremediablemente. De hecho si tenemos dificultades para
respirar y oxigenarnos, enseguida tratarán de brindarnos un suplemento
de oxígeno, a través de alguno de los muchos instrumentos que sirven
para eso. Y si nos enfermamos y nos cuesta alimentarnos, enseguida nos
pondrán suero, y tendremos así al menos el mínimo necesario de
alimento...
Pero
otras cosas son necesarias para no sólo vivir, sino además vivir bien.
En estas es más difícil coincidir. Para algunos lo más importante será
la salud, que por lo tanto acaparará las mejores y las mayores de sus
energías. Dirán, por ejemplo: "el dinero va y viene, lo que importa es
la salud". Y dedicarán mucha energía al cuidado y al cultivo de la
salud, y todo lo supeditarán a contar con la debida salud...
Para
otros, en cambio, más importante será el dinero. Pensarán que si se
tiene dinero todo lo demás se puede conseguir, incluso la salud, y por
eso lo que nunca deberá faltar será el dinero. Dirán, entonces: "la
salud va y viene, lo que importa realmente es el dinero. Y dedicarán
sus mayores esfuerzos y sus mayores dedicación a la obtención del
dinero, considerándolo como condición necesaria para vivir bien...
Sin
embargo, me parece que para vivir bien hay algo aún más importante que
la salud o el dinero, al alcance también de los enfermos y de los que
no tienen dinero, a quienes, sin embargo, no les está negada la vida y
su verdadero sentido. Se trata de la alegría. Para vivir bien hace
falta la alegría. No la superficial, es que viene "desde afuera hacia
adentro", sino la que nace del corazón, y va por lo tanto desde adentro
hacia afuera, y es más sólida y persistente que la superficial. Es la
alegría que surge del encuentro con Dios, que nos permite percibirlo
cada mañana y que nos permite descubrir que una vez más nos sonría, y
que nos impulsa a responder al llamado que Dios nos hace cada día
tratando de devolverle al menos una sonrisa a lo largo del día...
Por eso en este tercer Domingo de Adviento, mientras nos preparamos a
recibir a Jesús, que está cerca y llega de un modo nuevo en esta
Navidad, nos invita a la alegría, con las palabras del profeta Sofonías
y de San Pablo, y nos muestra el camino seguro que nos lleva a la
alegría, la conversión, a través de la predicación de San Juan
Bautista...
2. VIVIR CON ALEGRÍA
LA NAVIDAD RECLAMA ALGO ESPECIAL DE CADA UNO DE NOSOTROS... Nos los
recuerda San Juan el Bautista, con su predicación en el desierto.
Cuando
para responder a las preguntas de todos los que se le acercan exhorta a
la conversión, al cambio de las actitudes y de las
costumbres, está señalando los caminos que llevan al encuentro con
Jesús y fundamentan la alegría profunda. En sus respuestas encontramos
luz para
nuestra propia conversión como preparación a esta Navidad en la que
Dios se nos acerca nuevamente, y encontramos el camino para una alegría
profunda y duradera...
Hay algo que nos corresponde hacer a todos. Si Dios viene a salvarnos,
con
ese gesto inmenso de su amor que consiste en venir a compartir nuestra
condición humana para elevarla desde la postración del pecado a la
santidad original, para prepararnos a recibirlo tenemos que aprender de
Él a
compartir. Todos y cada uno de nosotros
podemos compartir
con alguien o con muchos lo que somos y lo que tenemos. Nuestro tiempo,
nuestros bienes (nuestra ropa, nuestros alimentos, y quizás muchas
otras cosas), los dolores y los sufrimientos de los demás. En todo
caso, "compartir" es el nombre que toma el amor cuando se expande entre
personas que, como nosotros, estamos siempre limitadas. El mismo Amor
de Dios, cuando se hizo carne (Jesús), se expresó continuamente
compartiendo todo su ser y todo su haber con nosotros...
Pero
además Juan el Bautista puede decirnos
a cada uno de nosotros un modo propio y específico de convertirnos y
preparar la Navidad, como lo hizo con los que se le acercaron. Para los
que manejan los bienes de otros, como
hacían los recaudadores de impuestos en tiempos de Jesús, que eran
llamados publicanos, la exhortación es bien clara: no quedarse con lo
que es de los demás. Dicho de manera más clara todavía, no robar con
guantes blancos, de una manera disimulada, porque siempre será quedarse
con algo que es de otro, y por lo tanto simplemente robar...
A propósito, todos
podemos pensar que lo que somos, lo que sabemos y lo que podemos es el
mayor regalo que Dios nos ha hecho, y se trata de un regalo que debe
servir a los demás. Por eso podemos decir justamente que no nos
pertenecemos, y por lo tanto no nos podemos quedar con todo ello como
si fuera un don que es sólo para nosotros mismos. Todo lo que Dios nos
dio, y por lo tanto también nosotros, pertenece a los demás y los demás
lo tienen que poder aprovechar y disfrutar...
Para los que ejercen alguna autoridad, como hacían los soldados
romanos, representantes del imperio que sometía a los judíos en tiempos
de Jesús (¿y quien de nosotros no ejerce cierta autoridad? se
lo hace
en la familia, en el trabajo, hasta con los amigos), la consigna será
no utilizarla para obtener beneficios personales. La autoridad es
legítima cuando se la entiende con relación a su origen, el "Autor", es
decir, el que genera, el que da vida. Y por eso la autoridad debe
entenderse siempre como un servicio que tiene por finalidad ayudar a
hacer más digna, más fácil y más posible la vida de los
demás...
3. JESÚS QUIERE VENIR
A
NUESTRO CORAZÓN: HAY QUE PREPARARLE UN PESEBRE... En definitiva, lo que
hizo Juan el Bautista fue simplemente identificar las formas con las
que el pecado se escondía en aquellos que le preguntaban, exhortándolos
a cambiar. Nosotros, que queremos prepararnos para recibir a Jesús en
esta Navidad y encontrar así raíces profundas para una alegría que
inunde toda nuestra vida, sabemos que el camino es la conversión, el
cambio del
corazón. El tiempo es breve, ya estamos en el tercer Domingo de
Adviento, como nos lo indican las tres velas encendidas en la Corona de
Adviento...
Nos toca,
entonces, descubrir sin demora las formas que toma el pecado para
esconderse en nuestro corazón, y cambiar en eso, para que se convierta
en un Pesebre en el que Jesús se encuentre a gusto y en el que se
quiera quedar. Este trabajo será necesariamente personal, porque de esa
manera son también las formas con las que el pecado se esconde en
nuestros corazones. El Pesebre que armemos, entonces, será la fuente de
nuestra alegría navideña. Vendrán los brindis, llegarán los saludos a
personas que quizás sólo vemos con ocasión de estas fiestas, vendrán
también las dificultades para encontrarnos con algunos con quienes nos
parece que no se merecen nuestro perdón o nuestra compasión, vendrán
también quizás los recuerdos de personas que ya no estarán con nosotros
en esta Navidad porque han terminado su camino en esta vida, pero nada
podrá amargarnos la Fiesta si Jesús, acunado en el Pesebre que le hemos
hecho en nuestro corazón, es la fuente de nuestra alegría...