Vivir y anunciar el Cielo en la tierra...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 23 de mayo de 2004, Domingo de la
Ascensión, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles
numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y
les habló del Reino de Dios... [En una ocasión, les dijo] «recibirán la
fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de
la tierra». Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó
de la vista de ellos (Hechos 1, 3 y 8-9).
- Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,... ilumine
sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han
sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los
santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros,
los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que
Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo
hizo sentar a su derecha en el cielo (Efesios 1, 18-20).
- Jesús dijo a sus discípulos: «Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén,
en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el
perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo
que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean
revestidos con la fuerza que viene de lo alto». Después Jesús los llevó hasta
las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras
los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que
se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios (Lucas 24,
46-53).
1. EL TIEMPO SE HACE MUY LARGO, SI SÓLO NOS SENTAMOS A
ESPERAR QUE PASE... Si miramos en conjunto todo el tiempo de la vida,
seguramente nos parece corto, y si tuviéramos la posibilidad de hacerlo,
seguramente todos reclamaríamos que sea un poco más, al menos el que nos toca a
cada uno de nosotros. Sin embargo, hay muchas ocasiones en que puede ser que el
tiempo transcurra mucho más lentamente que lo que quisiéramos, y hasta se nos
haga excesivamente largo...
Así sucede, por ejemplo, cuando no tenemos nada que hacer, y simplemente
nos quedamos sentados esperando que el tiempo pase. En esas ocasiones, el tiempo
puede hacerse interminable, puede parecernos no sólo aburrido, sino también
insoportable. En esas situaciones nos parece que el reloj no avanza, y la aguja
que marca los segundos nos parece que tuviera la velocidad que nos gustaría que
tuviera la aguja de las horas...
Pero también puede sucedernos lo mismo en ocasiones en las
que estamos muy ocupados y tenemos mucho que hacer. En ese caso, si tenemos que
detenernos a esperar algo, nos hace parece que el tiempo transcurre de una
manera también insoportablemente lenta. Miremos las caras, por ejemplo, en un
salón de espera, quizás en una oficina en la que hay que hacer un trámite, o en
un consultorio médico (a propósito, parecería que la agenda de los mismos tiene
medidas muy especiales del tiempo, porque con inusitada frecuencia los pacientes
deben agregar al suplicio de su enfermedad la incomodidad de largas horas de
espera, también interminables)...
Es que no estamos hechos sólo para esperar. Nuestra condición de espíritus
encarnados nos hace capaces y deseosos de los frutos, que surgen en nuestra
vida, cuando ponemos en marcha nuestras capacidades y habilidades. Nuestra vida
no consiste simplemente en sentarnos a esperar que sucedan las cosas, sino en
ponernos en marcha para hacer que sucedan las cosas que esperamos que sucedan.
Eso debieron pensar los Apóstoles, cuando vieron a Jesús que, después de la
Resurrección, ascendió ante sus ojos al Cielo, y al mismo tiempo les
encargó una misión...
2. JESÚS ASCIENDE AL CIELO, PORQUE ALLÍ ESTÁ SU CASA, Y
TAMBIÉN LA NUESTRA... La Ascensión de Jesús a los Cielos, que hoy celebramos, es
la consecuencia necesaria de su Resurrección. Jesús resucitado llevó toda
nuestra condición humana, también su dimensión corporal, a una situación que
está por encima de las acotadas dimensiones del tiempo y del espacio. La
humanidad de Jesús, en virtud de su Resurrección, participa de la condición
gloriosa de Dios. Y esto no es posible dentro de las limitadas coordenadas del
tiempo y del espacio, sino que reclama la dimensión sobrenatural del Cielo, que
podemos definir como "la Casa" de Jesús, en la que se encuentra a sus anchas,
con el Padre y el Espíritu Santo...
Es verdad que una vez resucitado, Jesús se apareció a los
Apóstoles. Y lo hizo justamente para que, como consecuencia de esta experiencia
totalmente única, y las huellas del sepulcro vacío, los Apóstoles llegaran a la
fe, y la pudieran fortalecer. Esa fe de los Apóstoles, a la que llegaron por sus
encuentros con Jesús resucitado, es la que hace de fundamento para nuestra
propia fe. Pero esa situación de encuentro con Jesús resucitado no podía ser
para siempre, porque es en el Cielo donde Jesús tiene su casa, y nosotros
también...
El mismo Dios sembró en nosotros semillas de eternidad. Habiéndonos
hecho sus hijos por el Bautismo, nos hizo participar no sólo en la muerte de
Jesús (sumergiéndonos en el agua del Bautismo han quedado sepultadas las
consecuencias del pecado original, que nos hizo perder la condición primera, que
llamamos "paraíso terrenal", en la que Dios nos había creado para vivir en plena
comunión con Él), sino también en su Resurrección, que anticipa la nuestra, y
pone ante nuestros ojos nuestro destino de eternidad. Por eso, cuando Jesús
resucitado asciende al Cielo, pone su condición humana en el lugar que le
corresponde, y nos abre también a nosotros las puertas de su Casa, que ha
querido que sea también la nuestra, llamándonos a vivir en plena comunión con
Él...
Sin embargo, por entusiasmante que sea este destino celestial al que somos
llamados, no podemos quedarnos simplemente sentados esperando que, a través de
la muerte, nos llegue el momento de alcanzarlo. De esa manera, el tiempo de
espera nos resultaría insoportablemente tedioso, largo e inútil...
3. MIENTRAS ESPERAMOS EL CIELO, NUESTRA MISIÓN ES VIVIRLO Y
ANUNCIARLO EN LA TIERRA... En realidad, no se trata de sentarse a esperar que
llegue el Cielo, sino de empezar ya a vivirlo en la tierra, cumpliendo la misión
a la que Jesús nos ha llamado...
Comenzamos a vivir el Cielo, si llenamos nuestro corazón con algo de ese
Cielo que esperamos. Y eso podemos hacerlo si llenamos nuestro corazón de Jesús.
Con Él en nuestro corazón, comienza en la tierra el Cielo que esperamos...
Pero además, con Jesús en nuestro corazón, podremos llevar adelante la
misión que, como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos ha
encargado. Esa misión consiste en anunciar a todos lo que encontramos en nuestro
camino la salvación, es decir, el Cielo, que Jesús nos ha ganado. Y con el
corazón lleno de Jesús, nuestro anuncio será creíble, porque no consistirá sólo
en palabras, sino que serán primero y fundamentalmente hechos. Con el corazón
lleno de Jesús podremos vivir encendidos en un amor que nos ponga al
servicio de todos nuestros hermanos. Ese servicio de amor que se convierte en
pequeños y grandes gestos de solidaridad fraterna, con los que nos comprometemos
en la construcción del bien de nuestros hermanos, llenos de gratitud porque
Jesús, abriéndonos las puertas del Cielo, nos ha salvado...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: