Dios nos ha llamado...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, Domingo 21 de diciembre de 2003, Cuarto
Domingo de Adviento, en el que he celebrado por anticipado mis Bodas de Plata
sacerdotales, que ocurrirán el próximo martes 23 de diciembre. Esta celebración
ha sido el tema central de mis palabras (un poco más largas que las habituales,
dada la ocasión), para las que encontré apoyo en estas frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Así habla el Señor: Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de
Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan
al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el
momento en que dé a luz la que debe ser madre (Miqueas 5, 1-2).
- Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo, dijo: "Tú no has querido
sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con
agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí
estoy, yo vengo -como está escrito de mí en el libro de la Ley- para hacer,
Dios, tu voluntad" (Hebreos 10, 5-7).
- En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de
la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno,
e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la
madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de
alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue
anunciado de parte del Señor» (Lucas 1, 39-45).
1. DIOS NOS HA LLAMADO A LA VIDA. POR ESO TODOS TENEMOS UNA
VOCACIÓN... Sólo a medida que vamos creciendo podemos descubrir todo lo
que el don de la vida significa. Y también el tiempo nos ayuda a descubrir que
si Dios nos ha llamado a la vida, ésta siempre es una vocación, un llamado, que
viene de Dios. Hay que caminar por ella con los ojos bien abiertos, ya que la
vocación aparece en las huellas de la vida, y reclaman siempre una
interpretación. No puedo ahora hacer un recorrido por todas las huellas de mi
vida, pero sí señalar algunas pistas, que tienen que ver con la maduración de mi
vocación sacerdotal...
En la infancia, con mi abuelo materno, aprendí a desarmar y armar motores
(en el banco de trabajo que hoy está en el living de mi casa). Ese ejercicio en
el análisis y la síntesis no sólo me sirvió para adquirir el hábito de la tarea
intelectual, que hoy es buena parte de mi ministerio, sino que me habituó a la
búsqueda de la claridad, que he tomado como una preocupación continua,
especialmente en la predicación...
Un sacerdote, Paco Rotger, a través de la confianza que puso en mí, me
enseñó, entre muchas otras cosas, que dando confianza se gana confianza, como lo
hace con nosotros el mismo Dios. Era una sacerdote que unía en su ministerio
inteligencia, intuición y pasión. Hoy, aunque sea a mucha distancia imposible de
acortar, me encuentro siguiéndolo por esas huellas. Como ministro del Señor, él
me enseñó la importancia de aparecer para orientar, y desaparecer, para no
brillar, de modo que quede siempre a la vista la única luz imperecedera, la del
Señor. El también me enseñó, con su propia vida (su último año lo pasó
humillantemente postrado, ofreciendo su dolor por sus fieles, entre los que
tenían un lugar especial los que con él habían descubierto su vocación
sacerdotal, como el mismo Mons. Casaretto), la inmensa e inconmensurable fuerza
redentora del dolor (curiosamente, dos amigos me han hecho llegar en estos días
cartas muy sentidas, que no transcribo ahora sólo por no alargarme y por pudor,
en las que me hablan a partir de su propia experiencia, contándome cómo
ellos han podido descubrir, también a partir de alguna palabra mía, esta misma
maravilla del valor redentor del dolor)...
En mi caso, el despertar de la vocación fue simplemente un tiempo de
clarificación, que duró poco más de un año y medio, buscando "algo
más" que lo que hasta el momento hacía (todo muy correcto y exitoso, pero con la
sensación de que algo faltaba...), hasta alcanzar la certeza y la paz, nunca
perdida desde ese momento hasta hoy, que provino al responderme ante la pregunta
que me planteaba el sacerdocio: "Si Dios lo quiere, ¿qué puede haber
mejor?"...
2. HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA... Elegí estas palabras de
la Virgen, las primeras que conocemos de ella a través de los Evangelios, un
poco por las circunstancias especiales en las que, anticipándose a los tiempos
previstos como normales, se me propuso recibir la ordenación el 23 de diciembre
de 1978, con sólo 15 días de anticipación. Creo que allí comenzaba a dibujarse
un camino, que ya había sido insinuado al entrar al Seminario, y que consiste
simplemente en vivir afirmándose, más que en las certezas propias (de las que
uno con el tiempo va aprendiendo a despojarse), en las certezas que propone
Dios...
El comienzo de la vida de todo sacerdote, me parece, es una entrega hecha a
Dios llena de entusiasmo juvenil (en eso se trata principalmente de una cuestión
de edad, y me da ocasión para recordar el refrán de mi invención: "la juventud
es un defecto que se corrige con el tiempo, y la ancianaidad una virtud que se
adquiere con los años).
En el camino del ministerio se va descubriendo que, en realidad, uno se
entrega a Dios a través del servicio a los fieles. Todas las parroquias por las
que he pasado (Lourdes de Beccar, y especialmente San José Obrero en mis tiempos
de seminarista, Virreyes, Catedral y Fátima, además de otras, en mi tarea
sacerdotal), así como ahora el Hogar y mi tarea docente y judicial, que son
también servicios sacerdotales, me lo han mostrado cada vez con mayor claridad.
Los esposos se entregan a Dios a través de su entrega mutua. Cuanto más se dan
mutuamente, más se acercan a Dios. Bien, nosotros, los sacerdotes, lo hacemos a
través de nuestra entrega a los fieles en un servicio de amor. Como Arcas de la
Alianza, llevando en nuestro ministerio al que María llevó en su seno, como
María con su visita a Santa Isabel, nosotros con muestro ministerio tenemos la
tarea de comunicar la alegría de Jesús que nos salva y el Espíritu Santo que
distribuye los dones de la salvación. Con el anuncio de la Palabra y la
celebración de los Sacramentos, nuestro encuentro con Dios pasa por la tarea de
llevarlo a los fieles...
Por supuesto, a lo largo de 25 años, uno experimenta sobradamente las
propias limitaciones. En días como hoy uno quisiera poder tener delante a cada
uno de tantos fieles a los que debería pedir perdón, por no haber sido
suficientemente transparente para mostrarle la misericordia de Dios, o incluso
por haber sido directamente un muro que se las ocultó. Ya que eso no es posible,
uno recurre confiado a la misericordia de Dios, en el Sacramento de la
Reconciliación y el perdón...
Este día también es, y especialmente, un día de gratitud. A Dios, por lo
que hace a través de nosotros, y porque muchas veces nos deja ver los frutos de
su amor (no siempre, para que no nos vayamos a creer que son méritos propios,
sino sólo de Él y de la eficacia de su Amor). A los fieles, que disculpan con
paciencia, que acompañan con devoción, que señalan los defectos y las faltas a
los sacerdotes, y los ayudan a progresar en su propia vocación...
3. TENEMOS QUE RECIBIR A JESÚS CADA DÍA, PARA PODER
DARLO... Todo esto, en el clima del Adviento, toma un especial color. Nos
estamos preparando para recibir a Jesús. Venimos armando un Pesebre, en casa,
aquí en el Hogar, y especialmente en nuestro corazón...
Una día como hoy, a los sacerdotes, que hemos aceptado con audacia y
confiados en su Amor, un llamado de Dios para ser sus testigos y los
dispensadores de sus misterios ante los hombres, el Adviento se nos vuelve
apremiante, recordándonos que tenemos que recibir a Jesús cada día, con el
corazón muy abierto, para poder darlo. No somos dueños, sino sólo
administradores de los misterios de Dios, y testigos de su Amor...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: