Auméntanos la fe...

Queridos amigos:
 
Aunque los hechos conocidos de hoy superan la situación en la que celebré Misa esta mañana, 7 de octubre de 2001, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, comparto con ustedes la predicación que en ella hice. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de hoy:

 
El tango de Discépolo decía: "Siglo XX cambalache, problemático y febril". Pero ahora estamos ya en el siglo XXI, y esta descripción del mundo del que somos parte, se ha quedado corta. Hubiera necesitado ser profeta para anticiparla cuando escribió ese tango. Por eso, nos podemos sirve más para describir nuestra realidad de hoy lo que decía proféticamente Habacuc: "No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia".
 
Todos nosotros estamos subidos en este mismo barco, y somos parte de todo lo que pasa. Por eso, alentados por interpretaciones apocalípticas que nunca faltan en situaciones como éstas, corremos el peligro de caer en el miedo.
 
Para que no nos pase eso, recordemos que estamos subidos a este barco con todo lo que Dios nos dio, y  para no caer en el miedo, como dice San Pablo, tenemos que reavivar el don que hemos recibido de Dios. Y justamente, siguiendo con San Pablo, "el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad".
 
No podemos darnos el lujo de una actitud de soberbia y fundamentalista, si queremos escaparle al miedo y recuperar la confianza. Si el don que hemos recibido de Dios es fundamentalmente la fe, tenemos que decir con los Apóstoles: "Señor, auméntanos la fe". La fe nos hace ver a Dios donde otros no lo ven. Nos ayuda a ver el mundo al revés, como lo veía San Francisco, es decir, no con todas las cosas apoyadas sobre la tierra, por la fuerza de la gravedad, sino pendiendo del cielo, ya que vienen de Dios.
 
Basta que la fe sea pequeña, como un grano de mostaza, si es buena y de calidad. Una fe que nos ayude a responder en todo con amor y sobriedad, para lo cual necesitamos una fortaleza muy especial. Porque el camino de la fe es un camino de sufrimiento. La fe no nos permite reaccionar con violencia ante la violencia, con injusticia ante la injusticia. Es un camino que nos lleva a compartir "los sufrimientos que es necesario padecer por Evangelio".
 
Somos simples servidores y nuestra alegría está simplemente en hacer lo que nos toca, cumplir con nuestro deber, permaneciendo fieles al don de Dios, fuertes en el amor y la sobriedad. Nuestro Señor, a quien servimos, es quien prepara el banquete final, para sentarnos a su mesa, en la que él mismo va a servirnos, en el Cielo, como ya o hizo en la Cruz y lo hace todo los días. Recordemos que al Cielo sólo se llega por el camino de la fe...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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