Como en
el Cielo,
así en la tierra...
Queridos parientes y amigos:
Les envío mi predicación de hoy 30 de septiembre de 2001, Domingo XXVI del
Tiempo Ordinario. Me basé en estas frases de las lecturas bíblicas de la Misa de
hoy:
- "Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la
bondad" (1 Timoteo 6, 11).
- "Conquista la Vida eterna, a la que has
sido llamado" (1 Timoteo 6, 12).
- "A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que
ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros
iban a lamer sus llagas" (Lucas 16, 20-21).
- "Entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los
que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se
puede pasar de allí hasta aquí" (Lucas 16, 26).
- "Si no escuchan a
Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos,
tampoco se convencerán" (Lucas 16, 31).
Al rato de estar encerrados con otros en algún lugar, sobre todo si hace
calor, tenemos necesidad de aire fresco, ventilación. Esto, además de ser una
necesidad física, responde muy bien a nuestra naturaleza humana: estamos hechos
para la comunicación, el intercambio. No sólo con el medio (el oxígeno, los
alimentos, es decir, las fuentes de energía), sino también con nuestros
hermanos, los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Nadie es completo en sí mismo. Todos tenemos algo que dar, y algo que
recibir de los demás. Por eso es llamativo un mal de nuestro tiempo: en medio de
la globalización, que acorta las distancias y hace todo más cercano, hay algunas
distancias que aumentan, y algunos ámbitos que se convierten en compartimentos
estancos. Hoy es posible verse y oírse a través de las computadoras "en tiempo
real", y sin embargo es más difícil lograrlo con el vecino, de puerta a puerta,
porque se interponen cercos y barreras. En los "barrios cerrados", están
encerrados los de adentro, por las cercas y la vigilancia, y los de afuera, por
sus pobrezas. Curiosa globalización, entonces, que a veces aísla.
Sin embargo, éste es un fenómenos seguramente casi tan viejos como el
mundo. El pobre Lázaro y el rico, que no se da cuenta que lo tiene a lado
esperando migajas que caigan de su mesa, nos lo ponen en evidencia (cf. Lucas 6,
19-31).
Mientras tanto, nosotros hemos sido llamados a la vida eterna, que es una
gran fiesta de encuentro y comunión en el cielo, que no se improvisa. Seremos
capaces de disfrutar allí la comunión que empecemos a vivir ahora. Por eso éste
es el tiempo de la solidaridad. Podremos vivir en el cielo sólo lo que hoy
comencemos a hacer en la tierra. Nosotros, entonces, tenemos que aprovechar este
tiempo, que es el nuestro, para darnos cuenta a quién tenemos sentado a nuestro
lado, y qué tenemos para compartir con él, para dar y para recibir, y hacerlo
sin demora.
Nosotros tenemos "un muerto que ha resucitado", a quién podemos escuchar.
Es Jesús, que nos llama a ser atentos y solidarios, "como en el cielo, así en la
tierra"...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: