Un solo Dios...

Queridos amigos:
 
Con el ánimo de poner un granito de arena que nos ayude a reconstruir nuestros corazones heridos por la violencia de la que somos testigos, quiero compartir con ustedes, resumidamente, mi predicación en la Misa de hoy, 23 de septiembre de 2001, XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Tiene que ver con las lecturas que se han proclamado este Domingo en la Misa, y con las situaciones que vivimos, que reclaman de nosotros una respuesta que se inspire en nuestra fe. Principalmente me apoyé en estas frases de las lecturas de hoy:

 
El Domingo debe ser un día muy difícil para Dios: hay muchos partidos de fútbol y de otros deportes. Y muchos fanáticos seguramente le pedirán que gane su equipo, y pierda el otro. ¿Cómo resolverlo, si lo piden los de dos equipos que juegan entre ellos?
 
Esto mismo, pero mucho más dramáticamente, sucede hoy cuando nos encontramos con algunos que atacan a otros brutalmente en nombre de Dios, y los que quieren defenderse y vengarse, también en nombre de Dios.
 
Por eso, es urgente recordar lo que San Pablo decía a Timoteo, y Juan Pablo II nos recordaba esta mañana, predicando en Kazajistán, un país de mayoría musulmana: ¡Hay un solo Dios! Esta verdad esencial, la hemos heredado de los judíos, y la compartimos también con los musulmanes: creemos que hay un solo Dios, omnipotente y misericordioso.
 
Dios quiere que todos los hombres se salven, y para eso dio la vida en la Cruz, para rescatarnos a todos. Es muy bueno, entonces, ponerle rostro concreto a todos aquellos por quienes Jesús dio la vida para rescatarlos, como a nosotros, e imaginarse a Jesús frente a cada uno de ellos:
 
Dio la vida para rescatar a los que iban en los aviones, sin saber qué les pasaba. Dio la vida por los que estaban en las torres, por los que formaban las cuadrillas de rescate. Y dio la vida por los que planearon los ataques suicidas, y por los que los ejecutaron, y por sus familias, por sus mujeres, hijos...
 
Dios, que quiere que todos los hombres se salven, nos inspira, entonces, una oración en la que nadie queda afuera. Y nos ayuda a construir una actitud del corazón, por la que también, nadie quede afuera de nuestra casa, nuestro mundo...
 
El país que en este momento recibe al Papa, Kazajistán, nos da un ejemplo de convivencia, entre 100 etnias distintas, y entre diversas religiones e Iglesias.
 
Uno solo es Dios, y no se puede servir a dos señores: no se puede servir a Dios y al dinero. Y el dinero, al fin de cuentas, es la causa de todas las guerras y de las divisiones.
 
Nosotros queremos seguir, servir y gozar a Dios, el único, el de todos, que dio la vida por todos, y nos llama a perseverar, sin dejarnos doblegar por la tentación de la violencia, en el camino del amor fraternal. Un solo Dios, que es el motivo y la causa de la comunión fraterna...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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