Queridos amigos:
Con el ánimo de poner un granito de arena que nos ayude a reconstruir
nuestros corazones heridos por la violencia de la que somos testigos, quiero
compartir con ustedes, resumidamente, mi predicación en la Misa de hoy, 23 de
septiembre de 2001, XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Tiene que ver con las
lecturas que se han proclamado este Domingo en la Misa, y con las
situaciones que vivimos, que reclaman de nosotros una respuesta que se
inspire en nuestra fe. Principalmente me apoyé en estas frases de las
lecturas de hoy:
- "Hay un solo Dios..." (1 Timoteo 2, 5)
- "Dios quiere que todos se salven..." (1 Timoteo 2, 4)
- "Ningún servidor puede servir a dos señores..." (Lucas 16, 13)
- "No se puede servir a Dios y al dinero..." (Lucas 16, 13)
El Domingo debe ser un día muy difícil para Dios: hay muchos partidos de
fútbol y de otros deportes. Y muchos fanáticos seguramente le pedirán que gane
su equipo, y pierda el otro. ¿Cómo resolverlo, si lo piden los de dos equipos
que juegan entre ellos?
Esto mismo, pero mucho más dramáticamente, sucede hoy cuando nos
encontramos con algunos que atacan a otros brutalmente en nombre de Dios, y los
que quieren defenderse y vengarse, también en nombre de Dios.
Por eso, es urgente recordar lo que San Pablo decía a Timoteo, y Juan Pablo
II nos recordaba esta mañana, predicando en Kazajistán, un país de mayoría
musulmana: ¡Hay un solo Dios! Esta verdad esencial, la hemos heredado de los
judíos, y la compartimos también con los musulmanes: creemos que hay un solo
Dios, omnipotente y misericordioso.
Dios quiere que todos los hombres se salven, y para eso dio la vida en la
Cruz, para rescatarnos a todos. Es muy bueno, entonces, ponerle rostro concreto
a todos aquellos por quienes Jesús dio la vida para rescatarlos, como a
nosotros, e imaginarse a Jesús frente a cada uno de ellos:
Dio la vida para rescatar a los que iban en los aviones, sin saber qué les
pasaba. Dio la vida por los que estaban en las torres, por los que formaban las
cuadrillas de rescate. Y dio la vida por los que planearon los ataques suicidas,
y por los que los ejecutaron, y por sus familias, por sus mujeres,
hijos...
Dios, que quiere que todos los hombres se salven, nos inspira, entonces,
una oración en la que nadie queda afuera. Y nos ayuda a construir una actitud
del corazón, por la que también, nadie quede afuera de nuestra casa, nuestro
mundo...
El país que en este momento recibe al Papa, Kazajistán, nos da un ejemplo
de convivencia, entre 100 etnias distintas, y entre diversas religiones e
Iglesias.
Uno solo es Dios, y no se puede servir a dos señores: no se puede servir a
Dios y al dinero. Y el dinero, al fin de cuentas, es la causa de todas las
guerras y de las divisiones.
Nosotros queremos seguir, servir y gozar a Dios, el único, el de todos, que
dio la vida por todos, y nos llama a perseverar, sin dejarnos doblegar por la
tentación de la violencia, en el camino del amor fraternal. Un solo Dios, que es
el motivo y la causa de la comunión fraterna...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: