Esta fue mi predicación de
hoy, 28 de
enero de 2007,
Domingo
IV del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico C, en
la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. A
VECES LOS QUE MÁS NOS CONOCEN PUEDEN SER LOS QUE MENOS NOS
CREEN... Esto nos pasa a todos, en mayor o en menor medida, en todos
los lugares donde más nos conocen. Como nos ven todos los
días y saben
cómo nos movemos y cómo nos comportamos en cada
oportunidad, no es
fácil que podamos cambiar la imagen que tienen de nosotros,
que quizás
se ha ido construyendo
a lo largo de muchos años. No bastará con un
arranque del momento, o
con una frase
inspirada, aunque sea guiada por las mejores intenciones, simplemente
porque nos hemos decidido a cambiar en algo...
Con los que más nos
conocen serán más elocuentes los hechos que
las palabras. Por ejemplo si hemos crecido en nuestra fe,
quizás a
partir de
una experiencia fuerte o especial que nos ha marcado profundamente,
para que comprendan lo que nos ha pasado no bastarán las
palabras,
que no alcanzarán para cambiar la imagen que a lo largo del
tiempo los
demás se han hecho de nosotros, sino que tendremos que
armarnos de
paciencia. Para que nos
crean harán falta hechos que muestren qué es lo
que ha cambiado en
nosotros. Las palabras podrán servir de
explicación, pero no podrán
reemplazar a los hechos...
Ya lo
dice un conocido refrán: "hazte la fama y échate
a dormir" (una vez que
te has hecho una fama, no será fácil que logres
cambiarla)...
Por esta misma razón, quizás, haya
nacido el refrán que Jesús hoy nos
recuerda, "ningún profeta es bien recibido en
su tierra", o como
decimos nosotros habitualmente, "nadie es profeta en su tierra". Sin
embargo, eso no nos dispensa de ser testigos de nuestra fe,
también, y
quizás especialmente, entre los que más
nos conocen, ya que si la fe
nos va cambiando la vida (y es lógico que así
sea, si la tomamos en
serio), es justo y necesario que también ellos lo vean...
Jesús también pasó por esta
dificultad. En Cafarnaúm, donde no lo
conocían, comenzó su predicación, hizo
los primeros signos (como el
cambio del agua en vino en las
Bodas
de Caná) y reunió los
primeros discípulos. Pero
en Nazaret, donde había crecido, no les bastaba con lo que
de Jesús se
decía. Para aceptarlo como profeta y como Hijo de Dios ellos
querían
"pruebas" evidentes, que les ahorrara el esfuerzo de darle
crédito al
que creían que ya conocían desde hace tiempo, y
al que en todo ese
tiempo no habían llegado a descubrir en toda su
dimensión...
2. LA HUMANIDAD DE
JESÚS NOS DEJA VER A DIOS, PERO TAMBIÉN NOS LO
OCULTA... Dios se hizo Hombre, para poder hablarnos con palabras
humanas. De esta manera, la Palabra de Dios se hizo carne y
comenzó a
pronunciarse humanamente. Es lógico pensar que esto nos ha
permitido
conocer y comprender a Dios de una manera que nunca
hubiéramos podido
alcanzar, si no fuera por esta gran inquietud de su amor, que lo ha
acercado a nosotros de una manera tan intensa. A los jóvenes
les gusta
imaginar a Jesús como alguien cercano por su humanidad,
capaz de
sentarse con ellos en el banco de una plaza...
Pero, de todos modos,
a la luz de lo que les pasó a los que lo conocían
"de toda la vida" en Nazaret, hace falta que estemos atentos, para que
nos nos pase a nosotros lo mismo. La humanidad de Jesús, que
lo hacía
cercano y comprensible para todos, al mismo tiempo les ocultaba su
más
verdadera y profunda realidad, su condición divina...
Estando ya en el comienzo del tercer milenio de la era
cristiana, y
quizás habiendo crecido muchos de nosotros rodeados del
testimonio vivo
de Jesús, que hemos recibido de nuestras familias y de los
ambientes en
los que nos movemos habitualmente, es bueno que nos preguntemos si
Jesús no se nos ha convertido, en alguna medida, alguien tan
familiar,
que ya no esperamos de él nada que nos pueda asombrar, y
acostumbrados
a oír su Palabra...
Ante Jesús, Dios
hecho hombre para nuestra salvación, vale la pena que nos
preguntemos
si todavía estamos abiertos a la riqueza de su misterio.
¿Cuántas veces
hemos oído la lectura de los hechos
más importantes de su vida, como su nacimiento, su muerte en
Cruz y su
Resurrección, o de las palabras más importantes
que pronunció, como las
parábolas o las bienaventuranzas? ¿Seguimos
abiertos ante su misterio
infinito, o ya no esperamos de Él nada que nos
sorprenda o nos conmueva?...
Si esto sucediera, estaríamos en las mismas
condiciones que sus conciudadanos de Nazaret, que de tanto verlo crecer
entre ellos, ya no estaban dispuestos a prestarle atención
mientras no
les mostrara signos especiales. Cuando esto nos sucede, la humanidad de
Jesús, que nos muestra a Dios, su cercanía y
familiaridad, puede ser
también lo que nos oculte su misterio y la
salvación, que Él nos
acerca...
Quizás por eso Jesús ha previsto
también que sus palabras nos lleguen a
través de ecos inesperados. Muchas veces he pensado que Dios
se vale a
veces de instrumentos impensados. Algunos poetas, como
Antonio
Machado, o cantores, como Serrat (o muchos otros que es
imposible enumerar aquí de manera completa), aunque se
definen a sí
mismos
como escépticos (es decir, afirman que es inútil
preguntarse sobre Dios
ya que aún en el caso de existir sería imposible
conocerlo y por lo
tanto no sirve esa pregunta), dejan ver en sus creaciones palabras
que parecen puestas por el mismo Jesús en su bocas...
3. HAY
QUE TENER EL CORAZÓN ABIERTO PARA RECIBIR A DIOS, QUE SE NOS
MANIFIESTA... Por esta razón, me parece que los que estamos
más
habituados a "tratar" con Jesús con frecuencia, tenemos que
estar muy
atentos, para que no se nos cierre el corazón, de manera que
ya nada
nos llame la atención de Él, y lo que nos quiere
decir se nos pierda...
Podrían
pensarse otros modos, pero me parece que lo que nos puede
ayudar a estar siempre con el corazón abierto, para recibir
a Dios que
se nos muestra a través de los caminos habituales, en la
predicación
del Evangelio y en la vida de la Iglesia, es mantener encendido en
nosotros el corazón mismo del Evangelio, que es el amor...
Se trata de un amor
como
el que nos invita a vivir el mismo Jesús, con cada palabra
del
Evangelio, y que nos describe con precisión San Pablo, al
decirnos que
el amor que nos enseña Jesús como un camino de
vida es un amor
paciente, servicial; sin envidia, sin alarde, sin grandezas
vanas
(vacías), que no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se
irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la
injusticia, sino que se regocija con la verdad. Un amor, por lo tanto,
a la medida de Dios, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
soporta, todo lo espera. Nada hará más fuerte y
más creíble el
testimonio de nuestra fe que un amor perseverante vivido de esta
manera...