Esta fue mi predicación de hoy, 21 de
enero de 2007,
Domingo
III del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico C, en
Bariloche, con
tres familias con las que me encontré mientras tomo unos
días de
descanso:
1. A
VECES POCAS PALABRAS DICEN MUCHO, Y OTRAS VECES MUCHAS NO
DICEN NADA...
Todos pasamos con frecuencia por situaciones en las que hablamos sin
tener mucho para decir sino simplemente porque nos resulta
incómodo o
no sabemos cómo callar. Cuando estamos junto a otros con los
que no
tenemos demasiado conocimiento o confianza, después de
algún silencio
más o menos breve, comenzamos a hablar del tiempo, que si
hace mucho
calor o mucho frío, que si el pronóstico habla de
lluvia o no, que si
hay truchas en el lago o se han escondido, que si el fin de semana
tendrá buen tiempo, y cosas por el estilo...
Otras veces las palabras son sólo una
convención
que significa buena
educación y atención hacia los otros. Estamos en
una fiesta o en una
reunión, y nos encontramos con gente conocida de la que no
somos
especialmente amigos, y a las infaltables preguntas,
"¿cómo estás?
¿cómo van tus cosas? ¿qué
tal la familia?", llegan las también
infaltables respuestas, "muy bien, todo bien, todos bien", en un
diálogo que no entra en detalles ni en profundidades, y se
queda en un
intercambio en el que nadie pueda sentirse incomodado,
agredido o
desplazado, ni invadido en su intimidad. Podríamos hacer la
prueba,
llegando a una fiesta de esas en las que hay mucho ruido, de contestar
a los que nos preguntan "¿cómo
estás?", con una enorme sonrisa y un
fuerte apretón de manos, "todo mal, todo un desastre", y una
nueva
sonrisa. Es muy probable que comprobemos nadie se asombre de nuestra
respuesta. Eso nos servirá de señal de que en
realidad nadie ha
escuchado las palabras que hemos dicho...
Otras veces, sin embargo, bastan muy pocas palabras, o una
sola, para que podamos expresar cosas muy profundas. Un amigo
que se
encuentra en una gran dificultad o está sufriendo un dolor
muy grande,
no esperará de nosotros grandes y elocuentes explicaciones,
ni de lo
que le pasa ni de nuestra amistad. Le bastará una palabra
que le
muestre que cuenta con nosotros, que no está solo y que nos
tiene a su
lado para lo que necesite y cuando nos necesite. Nos habrá
pasado
seguramente más de una vez estar en esas situaciones en las
que, más
allá de las buenas intenciones, que podemos dar por
garantizadas en
todos los que se acercan, algunos con muchas palabras no han podido
ayudarnos nada o casi nada, y otros con pocas, han dado bien en el
clavo y nos han ayudado a encontrar la paz...
2. JESÚS ES UNA
PALABRA EFICAZ, QUE HACE LO QUE DICE, Y NOS TRAE LA
SALVACIÓN... Jesús
es la Palabra de Dios que, para que pudiéramos entenderlo
con toda
claridad, se hizo carne y, habiendo nacido en
Belén, habitó entre
nosotros. A lo largo de todo este año
litúrgico, salvo los tiempos
fuertes (Cuaresma, Pascua, y los ya pasados de Adviento y Navidad),
iremos siguiendo en las lecturas dominicales el Evangelio de San Lucas.
Hoy lo vemos a Jesús presentarse "en su casa", en la
Sinagoga de
Nazaret, a la que seguramente asistió durante los treinta
años que
vivió allí, y leyendo la profecía de
Isaías, dice que esas palabras se
cumplen en ese día. Está claro que se cumplen en
Él...
Lo que importa es que Jesús no es una Palabra
vana, ni
superflua, sino
todo lo contrario. Es una Palabra eficaz, que nos trae la
salvación.
Jesús es la Palabra que hizo el mundo, pero
además es la Palabra que
eleva nuestra condición humana a la dimensión
sobrenatural que nos
permite participar de su Vida. Esto significa que Jesús
viene a
realizar en nosotros y con nosotros todo aquello a lo que aspiramos, y
sin embargo no podemos hacer sin Él. Viene a hacer ver a los
ciegos,
caminar a los paralíticos, liberar a los cautivos y a los
oprimidos. Y
si esto vale como anuncio físico de la salvación,
también y más
profundamente es válido para todo lo que nos falta en el
corazón.
También allí somos ciegos,
paralíticos, esclavos y cautivos. También
allí, y especialmente, estamos necesitados de
salvación. Y Jesús es la
Palabra eficaz de Dios, que hace lo que dice, y sólo dice lo
que hace.
Por eso, podemos recibir confiados de Él la
salvación. Con Él la vida
puede escribirse con mayúscula, porque puede más
que la muerte. Y esto
Jesús no lo dijo sólo con palabras, sino que
efectivamente lo realizó.
El entregó su vida en la Cruz, y con su
Resurrección nos ha dado
también a nosotros la posibilidad de un destino de
resurrección. Jesús,
Palabra de Dios , tiene la fuerza del testimonio de la Cruz y la
potencia de la Resurrección...
3.
TODOS FORMAMOS UN SOLO CUERPO EN JESÚS, Y PODEMOS DAR VIDA A
SU
PALABRA... Alguien podría preguntarse: "Y hoy,
¿qué hace Jesús por
tantos ciegos, paralíticos, enfermos de todo tipo, pobres de
las
carencias más variadas, que viven, en pleno siglo XXI, en la
mayor
miseria, sin que les llegue salvación alguna, en tiempos en
los que el
cristianismo hace ya dos milenios que intenta, sin lograrlo, cambiar el
corazón del hombre, para que ya nadie viva en la soledad y
en el
abandono?" La palabra de San Pablo también nos responde hoy
con toda
claridad...
Todos nosotros somos el Cuerpo de Cristo, y bautizados en un
mismo
Espíritu, somos impulsados a convertirnos en las manos, los
pies, el
corazón los oídos y la boca de
Jesús, que acude con la salvación que
hemos encontrado en Él, a socorrer la miseria de
cada uno de nuestros
hermanos que esperan, con derecho, de nosotros, una
palabra de
salvación que les acerque a Jesús. De esta manera
podremos responder
con hechos a aquellos que piensan que los cristianos nos quedamos
sólo
en las palabras, y somos creyentes de la boca para afuera.
Tomándonos a
pecho nuestra fe, haremos eficaz en nosotros la Palabra de
Dios, por el
amor, y esto mismo nos hará testigos de su eficacia en el
mundo...