1. NO SE PUEDE DEJAR DE RESPIRAR, SI QUEREMOS
SEGUIR
VIVIENDO... La respiración es absolutamente vital.
Necesitamos
respirar, porque el oxígeno que incorporamos a la sangre a
través de
los pulmones es necesario para mantener la vida; el oxígeno
nos permite
utilizar
la
energía que se almacena en nuestro organismo...
A los chicos les gusta jugar a ver quién puede
aguantar más tiempo sin respirar (al menos a los varones; me
parece que
las chicas se entrenan más en ver cuánto tiempo
pueden aguantar sin
hablar, aunque nunca alcanzan resultados notables). Si es verano y
tienen a mano una pileta o un estanque, allí van a parar,
para
probar quién aguanta más tiempo debajo del agua.
Y si no es verano o no
tienen agua donde echarse, les basta con taparse bien la nariz y
cerrar bien lo boca (por supuesto, sin hacer trampa). Siempre uno
afloja primero,
pero al final siempre aflojan todos, ya que no es posible dejar de
respirar...
Ya cuando grandes, el intento de saber
cuánto aguantamos
sin respirar deja de ser un juego. Más bien comienzan a ser
las
situaciones de la vida las que nos cortan la respiración y
nos dejan
sumergidos en problemas más o menos graves. Y las cosas son
más
dramáticas, cuando no son los
problemas que nos vienen desde afuera, sino las insuficiencias que
vienen desde adentro, como una infección u otro tipo de
enfermedad que
deja sin aire a nuestros pulmones, o simplemente la carencia de
oxígeno
en un lugar que no está ventilado, las que nos dejan sin
posibilidad de
respirar. No es posible aguantar mucho de esa manera, ya que
no se puede vivir sin respirar, el oxígeno es absolutamente
necesario
para mantener vivo nuestro organismo...
Sin embargo, con todo lo importante que es la respiración,
hay algo
que lo es todavía más: no es posible mantener
viva en nosotros
la vida de Dios sin la oración. Haciendo una semejanza,
así como
necesitamos respirar para oxigenar nuestro organismo, necesitamos rezar
para mantener viva nuestra
vida espiritual, que Dios alimenta en nosotros con inclaudicable amor.
Por eso hoy Jesús, con la sorprendente parábola
de un juez injusto,
quiere exhortarnos a rezar sin claudicación...
2. HAY QUE REZAR SIEMPRE: DIOS HACE SU JUSTICIA "EN UN ABRIR Y CERRAR
DE OJOS"... La oración alimenta en nosotros la vida de Dios
y nos hace
capaces de aprovechar toda la energía que hay en ella, para
llevar
adelante también nuestra vida terrenal. Lo podemos ver a
través del
drama que
hoy nos presenta Jesús, con la parábola de un
juez injusto...
El juez injusto de la parábola no temía a Dios,
ni le importaban los
hombres. Le faltaban virtudes indispensables para construir la
justicia, que sólo se alcanza con mucha paciencia y
esfuerzo, queriendo
con todo el corazón a Dios, y ocupándonos con
pasión de hacer el bien a
todos. Muchas situaciones de hoy pueden hacernos pensar en este juez
injusto, y podemos desanimarnos. Si miramos lo que sucede hoy a
nuestro alrededor (aunque hay cosas que hacen especialmente
dramático
nuestro tiempo, no creo que haya sido muy distinto en otros
anteriores), fácilmente puede desalentarnos la falta de
justicia que
vemos por todos lados y que afecta a tantas personas, y posiblemente a
nosotros mismos, al menos en algún aspecto. Hoy nos hace
falta la
justicia. Hasta los procesos electorales, como el que en estos
días
vivimos, parecen dejarnos abatidos, ya que no vemos que puedan aportar
mucho para que se realice una justicia desde hace ya mucho tiempo
largamente esperada. ¿Cómo no perder la fe
ante tanta injusticia que somete a veces a muchos inocentes que sufren
sus consecuencias?...
Frente
a
esto, Dios nos habla de su justicia, que es especial, es diferente. La
justicia de Dios es la salvación. Consiste en que todo
tenga,
finalmente, un buen final, para los que aman a Dios y les importan los
demás. Consiste, al fin de cuentas, en que todo el esfuerzo
y la virtud
del camino no caiga en saco roto y tenga un buen final, un buen
sentido. La justicia de Dios es el Cielo. Por eso Dios nos dice que
Él
hace su justicia "en un abrir y cerrar de ojos"...
El
tiempo
que se toma Dios para hacer su justicia no es ni más ni
menos, sino
justamente ése: "abrimos los ojos" al nacer, y los
"cerramos"
definitivamente en nuestra muerte. Para cada uno de nosotros, la
justicia de Dios se toma el tiempo que va desde nuestro nacimiento
hasta nuestra muerte, y se manifiesta más allá de
esta frontera, en la
eternidad. Y para realizar la justicia en el mundo entero, el tiempo
que se toma Dios es el del mundo entero...
Mientras vamos transcurriendo este tiempo de Dios, pueden llegar los
momentos de desaliento, en los que puede parecernos que nos quedamos
sin
aliento para llegar hasta el final, vencidos por el peso de las
injusticias humanas. Por eso es que necesitamos siempre ese
"oxígeno
espiritual", que nos permite seguir creyendo que vale la pena el
esfuerzo de hacer la parte de justicia que a cada uno de nosotros nos
toca, mientras esperamos confiados la justicia de Dios. Los que
están
aquí, al lado, en mi casa, en mi mesa, en mi
cuadra, en mi barrio, en mi ciudad, esperan de mí una
justicia que sólo
yo les puedo dar. Por eso la justicia empieza a construirse, como la
paz, desde
adentro hacia afuera. Sin embargo, lo que cada uno de nosotros haga en
favor de la justicia seguramente no
alcanzará para que el mundo pase de un momento a otro a ser
todo lo
justo que esperamos. Y por eso
necesitamos rezar siempre...
3. HAY
QUE REZAR SIEMPRE, SIN DESANIMARSE, CONFIADOS EN LA JUSTICIA DE DIOS...
Para que no lleguen las horas de desaliento, nada puede ayudarnos
más
que la oración. Pero también cuando llegan los
momentos de desaliento
lo que más puede ayudarnos es entregarnos a la
oración...
Perseveremos en la oración, sin desanimarnos, con los brazos
en alto,
"hasta la caída del sol". El momento de la muerte es como el
atardecer
de nuestra vida (dice San Juan de la Cruz), que puede
asimilarse a la
"caída del sol". Es en ese momento cuando seremos juzgados
en el amor a
Dios, y a los hombres. Perseverando en la oración, confiemos
en la
justicia de Dios, que nos ha llamado a todos a la vida eterna...