Esta fue mi predicación de hoy, 23 de septiembre de
2007,
Domingo
XXV del Ciclo Litúrgico C, en el Hogar
Marín:
1. SI
QUEREMOS TENER TODO, LAS COSAS SE ACUMULAN SIN NECESIDAD...
A todos nos gustan las cosas ricas, y con mucha facilidad podemos
tentarnos cuando las tenemos a mano. Pero si además somos
golosos, la
tentación puede llegar a hacerse
irresistible, y las consecuencias también. Porque si tomamos
todas las
golosinas y los helados que se nos ponen por delante, inevitablemente
vamos
subiendo de peso. La mejor fórmula para hacer un
régimen de
comidas que nos mantenga en el peso justo sigue siendo siempre la
más
clásica: no hay que incorporar más
calorías que las que gastamos. Todo
lo que incorporamos de más inevitablemente se acumula
formando rollos
de grasa, que se ubican siempre en
sus lugares preferidos, formando "rollos"...
Pero
además, si queremos tener todo, las cosas también
se nos
acumulan en los estantes, en las cajas, en el altillo y en tantos otros
lugares donde las vamos guardando, "por las dudas", y van
haciéndonos
cada vez más difícil el camino. No hay que perder
de vista que la vida
es un camino, ya que partimos de Dios y vamos en marcha hacia Dios,
precisamente por el camino de la vida. Y cuando se nos acumulan las
cosas (no sólo las que tenemos en la casa, sino todas las
otras, que se
acumulan tan rápidamente, a veces casi sin que nos demos
cuenta), se
nos hace más difícil caminar por la vida. El peso
de las cosas puede
ser tanto, que nos haga perder hasta el gusto de la vida.
¿No será por
eso que a veces nos cruzamos con tantas personas que van por la vida
con las caras largas, la sonrisa desdibujada y las cejas arqueadas?...
Por otra parte, a
medida que nos vamos dejando absorber por las
cosas, también crecen las
preocupaciones por mantener lo que vamos adquiriendo y acumulando. Y
pueden crecer tanto, que lleguen a sepultarnos. Cuando esto sucede,
cuando quedamos sepultados por las preocupaciones que nos llevan
detrás
de las cosas (para obtenerlas y para mantenerlas), en vez de prestarnos
un servicio para desarrollar de la mejor manera nuestra vida, las cosas
no nos dejan disfrutar de ella. Así, las cosas pierden
claramente su lugar. Dejan de ser instrumentos, se convierten
en el fin
y en la meta de la vida. Por eso, para que no quedemos atrapados por
las cosas, hoy Jesús quiera enseñarnos a ponerlas
en su lugar y a
utilizarlas de modo tal que nos ayuden a alcanzar la verdadera meta de
la vida...
2. TODO
LO HEMOS RECIBIDO, PARA PONERLO CON AMOR AL SERVICIO DE LOS
DEMÁS... Todas las cosas son instrumentos que hay que
aprender a usar.
Tienen su finalidad, y fuera de ella pierden su sentido y se corrompen.
Para comprender bien esta enseñanza de Jesús,
conviene asumir todo el
contexto en el que Jesús nos la da...
En
primer lugar, como nos dice hoy San Pablo, hay que tener en cuenta que
hay un solo Dios. Todos tenemos en Él nuestro origen, y por
lo tanto,
todos formamos una sola familia. Por eso San Pablo nos dice
también que
Dios quiere que todos se salven, es decir, alcancen el sentido pleno de
su vida, como parte de esta única familia de la que todos
somos parte.
Por eso, podemos decir que, respecto de los bienes, entre Dios
y
nosotros sucede lo que sucede en una familia. En la familia, hay cosas
que son un poco de todos: la casa, la mesa común, las
tradiciones.
Pero, por otra parte, hay cosas que son de cada uno, como por ejemplo
la ropa. Esas cosas "de cada uno", sin embargo, en las familias bien
formadas, se piden, se prestan y se usan en común.
Traducido a nuestra
condición en el mundo: todos los bienes tienen un destino
universal,
Dios los ha puesto en el mundo, que es la casa de todos, para que
sirvan a todos, y a nadie le falte lo necesario para la vida,
comenzando por los alimentos. Aunque, justamente para que
sirvan a todos, también hay un derecho y tiene su sentido la
propiedad
privada, como instrumento para servirse de los bienes...
La propiedad privada, entonces, no es absoluta. Adquiere su
lugar
cuando nos permite utilizar de los bienes, sin desmentir, sino
ajustándose a su destino universal. Por eso es que
Jesús habla del
"dinero injusto", y nos exhorta a utilizarlo bien. Puede considerarse
que todos los bienes se convierten en injustos cuando se acumulan sin
dar frutos. Por eso es bueno tener en cuenta que somos administradores
de bienes que hemos recibido, y teniendo en cuenta el destino universal
de los bienes, utilizarlos bien consistirá en ponerlos, con
amor, al
servicio de los demás...
Cuando
hablamos de los bienes que Dios pone en nuestras manos tenemos que
pensar
no sólo en los materiales, sino en todos. También
son bienes que hemos
recibido para administrar, dando frutos de amor en el servicio a los
demás, todos los dones y capacidades, que llamamos talentos
con
lenguaje del Evangelio. Como así también la fe es
un don recibido, no
sólo para encaminarnos a la vida eterna, sino
también para que demos
con ella frutos de salvación para los demás...
Todos los bienes, entonces, son instrumentos del amor, y dan sus frutos
si los ponemos al servicio de los demás. La beata Juana
Jugan,
fundadora de las Hermanitas de los Pobres, al servicio de los ancianos
pobres, en los que ella veía con especial clarividencia el
rostro de
Cristo que le pedía su atención, nos da un
ejemplo claro sobre el modo
de poner todo al servicio de los demás. Mujer de fe,
atendía a los
ancianos, que recibía en las casas que
rápidamente se extendían por
todos lados, con los bienes que, a través de los
bienhechores, recibía
de la providencia, y que no dejaba de pedir a través de su
intercesor
preferido, San José...
3. PARA
LLEGAR AL CIELO, HAY QUE ADMINISTRAR LO QUE RECIBIMOS DANDO CON
GENEROSIDAD... No son los bienes de la tierra los que Dios nos ha
querido dar como propios, sino los del Cielo. Esa es nuestra herencia,
que tenemos prometida...
Por eso, los bienes
que ahora están en nuestras
manos los tenemos que asumir según su propia
condición. No son nuestro
fin y nuestra meta, son sólo nuestros instrumentos. Su
finalidad es que
nos ayuden a caminar por la tierra de modo que podamos alcanzar nuestra
meta que está en el Cielo. Para eso tenemos que
administrarlos de
manera tal que den sus
frutos para nosotros y para toda la familia de la que formamos parte
(es decir, toda la familia humana)...
Será compartiendo con generosidad los dones que hemos
recibido para
administrar, que ellos podrán dar sus frutos, y
así permitirnos
alcanzar el verdadero bien. Si somos fieles administrando "lo poco" (y
frente al Cielo, todos los bienes de la tierra son poca cosa), Dios
podrá considerarnos fieles para lo que es inmensamente
más grande y
valioso, y podrá confiarnos la entrada para disfrutar la
herencia
eterna que nos tiene preparada, los bienes del Cielo...