Esta fue mi predicación de hoy, 26 de
agosto de 2007,
Domingo
XXI del Ciclo Litúrgico C, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. A
TODOS NOS GUSTARÍA SER UN POCO ADIVINOS, PARA CONOCER EL
FUTURO...
Hay una cantidad de preguntas sobre el futuro que tenemos pendientes, y
que quisiéramos poder responder sin necesidad de esperar.
Todos los
días, por ejemplo, nos preguntamos por el clima. Y un
día como hoy,
cuando llueve ya desde las primeras horas, nos hace preguntarnos de
manera insistente cuándo parará. Y un
año como el que llevamos, en el
que el invierno llegó muy temprano y con fríos
muy fuertes, cuando se
acerca septiembre comenzamos a preguntarnos con ansiedad
cuánto falta
para que llegue el clima propio de la primavera. Enseguida buscamos
auxilio, en este caso en los servicios meteorológicos,
aunque hay que
reconocer que no nos brindan mucha ayuda, ya que muchas veces cuando
nos pronostican que va a llover sólo llega a nublarse,
cuando nos
pronostican un día nublado el sol no deja de brillar y
cuando se espera
que salga el sol todo el día a veces nos sorprende la
lluvia...
También
nos gustaría saber cuáles serán los
resultados deportivos, cómo saldrá
adelante el Equipo de nuestras simpatías entusiastas. En
este caso los
periodistas pueden cumplir la función de pronosticadores o
de adivinos.
Aunque, es justo reconocerlo, tratándose en algunos deportes
de una
actividad económica que produce para algunos tantos
réditos, vale la
pena preguntarse si algunos periodistas hacen previsiones o describen
lo que ellos conocen como resultados que deben darse conforme a las
necesidades del negocio...
Algo parecido sucede si nuestras preguntas sobre el futuro se refieren
a los resultados políticos más o menos inmediatos
o a mediano o largo
plazo. Aquí también, ante la incertidumbre del
futuro puede ser que
acudamos a los analistas, que tratan de imaginárselo, o a
las
encuestas. Pero también aquí, sin embargo, caben
las dudas, ya que no
siempre es posible aclarar si las encuestas nos describen lo que va a
pasar, o los políticos, que se manejan a través
de las encuestas, se
encargan de que éstas nos digan lo que ellos han organizado
que
suceda...
Además
de estas cosas, seguro que a cada uno de nosotros nos preocupa
también,
y de forma prioritaria, nuestro propio futuro, cómo nos
irá a nosotros
en los tiempos más inmediatos o a largo plazo. Podemos hacer
previsiones, en el mejor de los casos de una manera más o
menos
científicas, con la ayuda de la planificación y
de los pronósticos, y
en el peor de los
casos acudiendo a una cantidad de cosas raras que se nos ofrecen con
una creciente divulgación, incluso a través de
los medios de
comunicación más serios: los
horóscopos, la tirada de las cartas, los
adivinos o adivinas...
Pero más allá de todo eso, seguro que nos
preocupa también nuestro
futuro en el sentido más definitivo: queremos saber
cómo será la
muerte, que nos espera para el momento en que llegue. Hay libros
enteros
que se escriben con narraciones de los que cuentan haber estado cerca
(hay que tener en cuenta, sin embargo, que son siempre historias que,
en el mejor de los
casos, hablan de la cercanía de la muerte, pero no
de la experiencia de
la misma, ya que de ella, por definición, no se vuelve, ya
que es un
punto sin
retorno). También quizás quisiéramos
saber: ¿Cuándo y de qué manera
será
el fin del mundo? ¿Cómo será la vida
después de la muerte?...
Hasta a Jesús le hacen preguntas sobre el futuro:
"¿es verdad que son
pocos los que se salvan?" Yo creo que si Jesús
hubiera respondido con
un número
el que hizo la preguntaría hubiera seguido adelante con otra
pregunta:
"¿yo
estoy entre ellos?". Es que a veces nos pesa tanto el futuro
(no podemos conocerlo, porque depende de nuestra
libertad y la de
otros), que aún al precio de actuar irracionalmente,
queremos que
alguien nos diga, sin necesidad de esperar, que será lo que
pasará. Es
como si nos pesara tanto la libertad, que preferiríamos
conocer
el futuro para no depender de ella. Pero eso no es posible, ya que
Dios nos ha hecho a su imagen, y eso incluye necesariamente nuestra
libertad...
2. DIOS
NOS HA HECHO LIBRES; SOMOS LOS ARTÍFICES DE NUESTRO
DESTINO...
Hechos a imagen de Dios, nuestra libertad es lo que nos
hace más
semejantes a Él, aún con todas las diferencias
que nos separan (Dios
tiene una libertad absoluta, y la nuestra es siempre una libertad
limitada, creada)...
Dios nos hizo capaces de caminar, por nuestra propia
decisión, a la
meta para la que nos ha creado. Nos ha hecho capaces de alcanzar la
salvación que Jesús nos ganó en la
Cruz y con su Resurrección, y de
hacerlo por nuestra propia decisión. Por eso no hay nada
automático y
mecanizado en la salvación. Ya lo decía San
Agustín: "Dios, que me creó
sin mí [es decir, sin pedirle permiso para darle la vida],
no puede
salvarme sin mí [es decir, sin su decisión y su
colaboración]". No es
posible alcanzar la salvación que Dios nos ofrece si no es
respondiendo
a su llamado con nuestra libertad...
Nuestra
vida puede tener resultados distintos. Uno bueno, que Jesús
describe en el Evangelio de hoy como el banquete del Reino de Dios. Y
uno desastroso, que Jesús describe con toda vivacidad como
llanto y
rechinar de dientes. Y entre uno y otro resultado está
nuestra
decisión, nuestra libertad, por la que elegimos el camino
por el que
queremos ir, y en consecuencia también el destino al que
llegamos...
La exhortación de Jesús para que pasemos por la
puerta estrecha nos
dice
con toda claridad que para alcanzar la salvación necesitamos
una
decisión. Hay que ponerse en marcha, y elegir
cómo y hacia dónde
queremos ir. Para
alcanzar la salvación, por otra parte, no basta haber
"comido y bebido"
con Jesús, y haber "oído sus
enseñanzas"...
Yo creo que esto que Jesús
dice a los curiosos que preguntan sobre la cantidad de los que
salvarán
es una referencia clara a que no será la cantidad de
comuniones que
hayamos hecho o la cantidad de Misas en las que hayamos participado, ni
la cantidad de predicaciones o conferencias, o charlas o "sermones" que
hayamos escuchado o dicho las que nos garantizarán la
salvación. Lo que
importará a la hora de la verdad, que a todos llega,
será lo que
hayamos hecho. Eso será lo que definirá nuestra
suerte...
Es a través de
lo que hacemos como se pone en evidencia lo que estamos eligiendo cada
día, cuando se nos presenta la encrucijada entre lo que
está bien, lo
que está menos bien y lo que sin duda está mal.
San Juan de la
Cruz lo expresaba con claridad cuando nos decía que al
atardecer de la
vida (es decir, a la hora de la muerte), seremos juzgados en el amor...
3. HAY QUE VIVIR EN EL
AMOR PARA ENTRAR EN EL BANQUETE DEL REINO DE
DIOS... Es en el amor donde nuestra fe se muestra viva. Es muy
importante la Misa y la oración. Ellas son, en realidad, el
alimento y
el oxígeno de nuestra fe, que nos permiten mantenerla viva y
despierta.
En ese sentido, resultan de una eficacia que no podemos desperdiciar si
no es con temeridad. Pero es el amor, que se alimenta de este sustento,
el que nos mostrará que la fe está
viva y es eficaz...
Sólo de esa manera se
entra en el Reino de Dios, a fuerza de una fe
vivida en forma comprometida, que se manifiesta en el amor, con el que
cada uno de nosotros puede ocuparse de los demás.
Será en el amor donde
Jesús podrá reconocernos. Él nos
salvó en la Cruz y con la Resurrección
por la fuerza y la eficacia del amor de Dios, y nos invita a alcanzar
la salvación por ese mismo camino eficaz del amor...
Hoy nos reunimos en
esta Misa [en el Hogar Marín] los peregrinos que
hace ya siete años fuimos juntos a Tierra Santa, a la tierra
de Jesús.
Recorrimos muchos kilómetros para llegar, y lo hicimos
también allí,
siguiendo los pasos de Jesús. El camino
realizado sin duda nos ayudó mucho, y nos sigue ayudando, a
alimentarnos con el Amor de Dios. Pero no alcanzará
para que alcancemos la meta. Sólo el amor con
el que respondamos a Dios, que nos llama todos los días, nos
permitirá
avanzar como peregrinos en el camino que lleva al Reino de Dios...
La beata Juana
Jugan inspira y anima la tarea de las Hermanitas de los Pobres. Ella
decía que, cuando iba de camino, visitando los Hogares de
ancianos que
había
ido creando en Francia, lo hacía siempre alabando a Dios.
Eso nos
muestra que la animaba una fe alegre y manifiesta. Pero no se trataba
de una fe vacía, sino colmada de amor, que se
hacía eficaz en la
atención de los ancianos. Así también
nosotros, con una fe bien
alimentada, podremos vivir en el amor, pasando por la puerta estrecha
por la que entra al Banquete del Reino de los Cielos...