Hoy, 11 de marzo de 2007, celebré Misa en la
Cripta de la Basílica
de San Pedro, en Roma, muy cerca de la tumba de San Pedro y de la de
Juan Pablo II, entre otros recordados Papas. Fue la Misa del
Domingo III de Cuaresma del Ciclo Litúrgico C.
Estaba solo, así que
no prediqué. Sin embargo, leyendo las lecturas
bíblicas recordé la
predicación de unos años atrás para la
misma ocasión litúrgica, que
ahora les mando actualizada:
1.
NO HAY LÍMITE PARA
LA CRUELDAD CUANDO EL CORAZÓN SE ALEJA DE DIOS... Hoy se
cumplen tres
años del atentado terrorista realizado en Madrid el 11 de
marzo de
2004. Ya había habido un 11, aquel de septiembre de 2001 en
Nueva York,
cuando fueron atacadas las Torres gemelas y la Casa Blanca,
dejándonos
a todos con el corazón desgarrado y la mirada
atónita ante tanto horror
y crueldad. Este 11, ahora de marzo de 2004, en Madrid, nos muestra una
vez más que no hay límites para la crueldad,
cuando el corazón se aleja
de Dios...
Conviene recordar aquellas imágenes, porque el terrorismo
sigue siendo
un mal amenazante, cuya represión con la guerra no
sólo parece no haber
dado resultado, sino quizás todo lo contrario. Pero si
miramos con
atención y con los ojos bien abiertos todo lo que sucede en
nuestro
tiempo, en este tercer milenio de nuestra era cristiana, no tardaremos
en darnos cuenta que estos ataques demenciales del terrorismo no son
las únicas crueldades que atentan gravemente contra la
dignidad de
nuestra vapuleada condición humana...
No sólo
las bombas, también todas las otras armas que en otros
lugares y en
otras manos matan o hieren a hombres y mujeres, a grandes y a chicos, a
militares y a civiles, con una voluntad y decisión que
quiere tomar el
lugar de Dios para decidir dónde está el bien y
dónde está el mal,
queriendo hacer justicia con un gatillo que no se detiene y no hace
distinciones, con la venganza, el odio y la destrucción,
tiran por
tierra la dignidad humana, cuando intenta rescatarla para unos y
destruirla en otros, y son crueldades también innecesarias,
que se
expanden sin límite...
Pero también, si
pensamos que hoy, mientras los bienes consumibles de la tierra
alcanzarían para que todos pudieran vivir con una
mínima dignidad,
mueren de hambre millones de hombres, mujeres y niños,
mientras otros
derrochan lujos y comida; si tomamos conciencia que muchos mueren
enfermos, porque nadie les acerca las medicinas que podrían
salvarlos;
si asumimos que muchos son matados en el vientre de sus madres
basándose en el falaz (mentiroso) y supuesto derecho de la
mujer a
disponer de su cuerpo, a costa del asesinato del hijo que lleva con
ella (ya que esto es exactamente lo que sucede con el aborto, si lo
pronunciamos con todas sus letras; no es la madre disponiendo sobre su
cuerpo sino sobre la vida de su hijo), llegaremos a la misma
conclusión: no hay límite para la crueldad,
cuando el corazón se aleja
o se esconde de Dios...
Sin llegar a tanto, quizás con pequeñas
rencillas, con peleas de
pasillo, con miradas cruzadas en las que no crece el amor sino todo lo
contrario, en revanchas o venganzas con las que nos plantamos ante
cualquiera que nos parece que nos han herido en algo,
también nosotros,
aunque sea de una manera mucho más disimulada, le damos
espacio, en
mayor o en menor medida, a la crueldad que puede anidar en un
corazón
humano. Por eso, la advertencia que Jesús no plantea hoy en
el
Evangelio, vale no sólo para los terroristas y para los que
agreden con
las armas de la muerte, sino para todos...
2. SI NO NOS
CONVERTIMOS, VAMOS A ACABAR TODOS DE LA MISMA MANERA... Todas las
crueldades (las grandes, como las del terrorismo y las de la guerra
exterminadora, las que son consecuencia de la venganza y las que
ejecutan la justicia por mano propia, las crueldades provocadas por la
acumulación injusta de la riqueza y las que hunden sus
raíces en una
pobreza que se viste de venganza), así como
también las que podemos
considerar más chicas (como esas que ofenden al vecino de
mesa o de
banco, al compañero de trabajo o de colectivo, al familiar o
al amigo),
son posibles cuando nuestros corazones se alejan de Dios...
Por eso
Jesús hoy nos exhorta con vehemencia a la
conversión. Esa conversión
que consiste en dar totalmente vuelta el corazón hacia el
otro lado,
cambiar totalmente de rumbo, girar 180 grados (no 360 grados, porque
quedaríamos en el mismo lugar...), y caminar en otra
dirección. Viendo
lo que hace posible la crueldad y la maldad, sabemos que la
conversión
nos llama a responder con amor al odio y al dolor, a responder a la
muerte con la decisión de darlo todo para defender la vida
digna de
todos, en todos lados y en todo momento...
Y en esto no hay exentos o privilegiados. Unos más y otros
menos, unos
en unas cosas y otros en otras, pero todos tenemos que cambiar en algo,
volviendo nuestro corazón hacia Dios, para llenarlo
más de su amor. Y
en eso consiste precisamente la conversión. La foto que
vemos al lado,
corresponde a una sobreviviente del ataque a las torres de Nueva York
el 11 de septiembre de 2001. Pero me parece que es además
una buena
imagen de lo que será de nosotros, si no nos convertimos al
amor de
Dios. Si no nos convertimos, vamos a terminar todos "cubiertos de
polvo" (que es de donde hemos salido), vamos a quedar "paralizados"
como estatuas de piedra, o de sal, pero no podremos llegar al Cielo, el
lugar de Paz y de Amor que Dios nos ha preparado y al que nos ha
invitado, para el que es necesario hacerse capaces del amor, a
través
de una intensa y continua conversión...
3. EL TIEMPO PARA DAR
BUENOS FRUTOS ES PARA CADA UNO EL QUE DURA LA PROPIA VIDA... En todo
caso, el tiempo apremia. La Cuaresma es un tiempo especial de
conversión, que nos prepara a la celebración del
triunfo del amor de
Dios sobre el odio que quiso expulsarlo del mundo clavándolo
en una
Cruz, es decir, a la celebración del triunfo de la
Resurrección y de la
vida sobre la muerte en la próxima Pascua, el 8 de abril...
No hay que perder el tiempo, este el momento para que nuestro
corazón
se abra más intensamente y cse haga más permeable
al amor de Dios. De
todos modos, por mucho que hagamos, seguramente nos quedará
algo
todavía por hacer, para que crezca más en
nosotros el amor de Dios.
Pues bien, con la imagen de la higuera plantada en la viña
del Señor,
Jesús nos enseña que, en realidad, todo el tiempo
que dura nuestra
propia vida es el que tenemos en nuestras manos para convertirnos, y
dar los buenos frutos a los que nos lleva el amor de Dios...
Ahora bien, ¿quién sabe cuánto
durará su propia vida? Por supuesto,
nadie, ya que es algo entra dentro de los misteriosos designios de
Dios. Por lo tanto, no hay tiempo que perder: Este es el tiempo
propicio, esta es la hora, inaplazable, de la propia
conversión...