Esta fue mi predicación de hoy, 25 de
noviembre de 2007,
Solemnidad de Cristo Rey
del Ciclo Litúrgico C, en la
Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. LA
VIDA SIEMPRE AVANZA, Y A VECES LA
CELEBRAMOS DE UN MODO
ESPECIAL... La vida es un camino en el que siempre se va para adelante.
Aunque a veces se den muchas vueltas, incluso de manera
extraña o
sorpresiva, nunca se vuelve
hacia atrás. Es un camino que tiene un
inicio, tiene una meta y tiene un final. Puede ser que según
lo que
hacemos o dejamos de hacer cada día nos acerquemos o nos
alejemos más
de la meta, pero sea como sea, siempre e inexorablemente nos estaremos
acercando hacia final. Mientras
tanto, mientras vamos de
camino, nos hace bien ir marcando etapas en la marcha, que nos permiten
celebrar de modo especial los momentos de la vida...
Uno de
esos momentos, que se repite cada año para cada uno de
nosotros, es el
propio cumpleaños, y por eso cada tanto se celebran
aquí en el Hogar
Marín de manera conjunta los cumpleaños ocurridos
desde la última
celebración.
Es siempre una ocasión propicia para detener un poco la
mirada (ya que
no puede
detenerse la marcha), y
echar una ojeada al tiempo que pasó. Esto nos permite
reconocer los
dones de Dios, que nos llaman a la gratitud (la vida es siempre un don
de Dios, que hemos recibido a través de nuestros padres), y
revisar
nuestras
distracciones, que no nos han permitido sacarles el debido fruto,
para disponernos cada vez a una respuesta más generosa...
También las celebraciones de las fiestas
litúrgicas son momentos especiales de la vida, como por
ejemplo la
Solemnidad de hoy, de Cristo Rey. Después de haber celebrado
los
misterios del amor de Dios desde la preparación de la
última
Navidad durante el correspondiente tiempo de Adviento, llegamos hoy a
esta celebración que no permite hacer una
recapitulación de todos ellos. Hemos ido recorriendo los
misterios de la vida de Jesús, su ministerio salvador que se
manifestó
con hechos y palabras, desde la ternura
del pesebre, pasando por el silencio de su infancia y la intensidad de
sus tres años dedicados a la predicación, hasta
llegar al drama de la
Cruz y el
triunfo de la Resurrección, para culminar hoy,
mirándolo a Jesús
que reina en nuestros corazones y sobre el mundo entero. Pero
aquí
viene la
sorpresa. La celebración de hoy nos muestra a
Jesús reinando sin
necesidad de coronas cargadas con piedras preciosas o tronos tallados
en oro,
sino desde la Cruz...
2. PARA TRAERNOS LA
SALVACIÓN, CONVENÍA QUE JESÚS REINARA
DESDE LA
CRUZ... Jesús vino al mundo porque sabía que
necesitábamos su
salvación. Él sabía bien de nuestra
condición. Sabía que por el pecado
entró
en el mundo la muerte y el sufrimiento que nos angustian y que
golpean con un martilleo penetrante que cae una y otra vez sobre
nosotros, queriendo
insinuarnos que nuestro deseo de vivir para siempre resulta
una quimera imposible y una esperanza absurda si sólo
contamos con
nuestras fuerzas, ya
que contando sólo con ellas todo terminaría mal
tarde o temprano,
cuando nos llegue la muerte.
Para salvarnos de esta frustración que el pecado introdujo
en el
mundo, la Cruz resultaba sin dudas mucho más apta que las
coronas de
piedras preciosas y el
oro...
Si ponemos nuestra mirada en la meta para la que Dios nos ha
hecho (el Cielo, la Vida eterna), todo dolor se convierte en un
anticipo
amargo de
la muerte. Ante el "espectáculo" de Jesús en la
Cruz, como nos relata
hoy San Lucas, la gente miraba.
Nosotros hoy también tenemos "espectáculos"
tremendos que nos muestran
las cruces de nuestro tiempo. También hoy hay gente
que sufre sin necesidad, o sin culpa, o sin escape...
Pienso,
por ejemplo, en los jóvenes de nuestro tiempo que resultan
víctimas de
la droga, que produce para algunos escandalosas ganancias y siembra
implacable entre los que caen en su trampa la enfermedad y la muerte.
Por eso, nos alertaban los Obispos argentinos en una
declaración de su
última Asamblea Plenaria, no podemos permanecer indiferentes
ante
La
droga, sinónimo
de muerte. Pienso
también en los ancianos que viven solos, abandonados, sin el
calor
familiar u Hogares como los de las Hermanitas de los Pobres u otros
semejantes que les muestren de una manera efectiva un amor que les
devuelva con gratitud la herencia de vida que nos dejan...
Pero dirijo también una mirada que abarca
todo esto, a la cruz de
Jesús, que es el colmo del sufrimiento injusto, del
espectáculo
deprimente
del dolor. Y allí encuentro una luz que ilumina todo dolor.
Porque
Jesús no termina su marcha en la Cruz. El amor de Dios lo
lleva más
allá de los límites que nuestra
condición humana tenía hasta ese
momento. Jesús resucitó, y
rompiendo las ataduras de la muerte nos mostró desde la Cruz
lo que
sólo Él quiere y puede hacer: transformar el
sufrimiento y el dolor en
un instrumento de su
amor...
La aceptación silenciosa que Jesús
hace de su crucifixión se
convierte en la demostración más palpable del
amor inclaudicable de
Dios. El quiere la Vida. Por eso, no abandona en el dolor y ante la
muerte a la criatura más
preciosa de la creación: cada hombre y cada mujer, que de
Él viene. Y
viene
a buscarnos en el sufrimiento, donde la vida más duele, para
que allí
mismo donde golpea el temor podamos encontrar nuestra
salvación...
3.
LA CRUZ ES EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL CIELO, EN ELLA
ESTÁ JESÚS PARA SALVARNOS... Nosotros nos
resistimos a la Cruz, y de
esta manera, además de sufrir sus consecuencias, nos amarga
su
presencia. Y sin
embargo, tenemos a mano una llave que nos podría cambiar
todo, si nos
animáramos a aceptarla. Para eso
bastaría que la miráramos siempre en toda su
dimensión. Los españoles,
que nos han hecho heredar ese modo tan dramático de celebrar
la Semana
Santa con imágenes cargadas de los signos del dolor y de las
lágrimas,
también celebran a Jesús resucitado, con
imágenes cargadas de flores,
símbolos de la Vida que no se acaba. Lo que
nos abre la puerta a todos los frutos que pueden seguirse de la Cruz es
aceptarla con amor, sabiendo que ya no es un signo del dolor y de la
muerte,
sino de la Vida y de la salvación...
A partir
de la aceptación de la Cruz (es
decir, del dolor), nuestra palabra dirigida a Dios puede convertirse en
una oración, como la que le dirigió a
Jesús desde su Cruz el Buen
Ladrón. Esta aceptación no consiste en cruzarse
de brazos ante los
sufrimientos que se pueden evitar, sino trabajar con amor para aliviar
el dolor de los demás, y ofrecer el propio, como
Jesús en la Cruz.
Jesús
reina desde la Cruz, le basta ese trono, y nos señala el
mismo camino
para nuestra salvación...
El sufrimiento nos pone siempre ante el amor misericordioso de Dios, y
vuelve a reclamar nuestra confianza. Y Jesús, desde la Cruz,
promete a quien
reconoce su miseria y su pecado, y sufre su Cruz con
aceptación, nada
menos que
el Paraíso, lo que todos buscamos ansiosamente y tantas
veces nos
parece que se nos ha perdido. Ese Paraíso no está
en manos del poder y
del dinero. Sólo Jesús lo puede prometer y lo
puede dar, porque sólo Él
es Rey
verdaderamente. Ese Paraíso es el Cielo, que comienza ya
aquí en la
tierra cuando Jesús reina en nuestros corazones,
pero que se realizará plenamente cuando alcance plenamente
su fruto el
amor de Dios...