Sin echarle agua...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 5 de octubre de 2003, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Mona1. LAS COSAS SON LO QUE SON, Y NO LO QUE DECIMOS QUE SEAN... A veces queremos cambiarlas, suavizando un poco las palabras, cuando las cosas nos resultan duras, pero, como dice el refrán, "la mona, aunque se vista de sede, mona queda...", es decir, las cosas son lo que son, aunque no nos gusten y queramos disfrazarlas...
 
Quizás nos resulte dura la muerte, y entonces prefiramos decir que alguien "falleció", y no que murió. También puede ser que prefiramos hablar de una enfermedad mala, en vez de decir que alguien tiene cáncer. Si se trata de exámenes, se dice que "nos pusieron" una mala nota, y que "nos sacamos" una buena. Y si nos va mal en un deporte, antes que decir que perdimos, preferimos decir que "nos ganaron", o incluso que "nos robaron" un partido...
 
Hoy el matrimonio es una realidad dura y difícil que cuesta asumir con todo su valor y sus consecuencias. Decimos u oímos decir, entonces, en un lenguaje muy frecuente pero bastante impreciso, que es muy difícil que pueda durar para toda la vida, y que, en todo caso, si fracasa, no se le puede negar a nadie el derecho a "rehacer" su vida (como si la vida admitiera "ensayos", y si no sale bien, se pudiera hacer como con una vasija de barro, deshacerla y volverla a hacer a gusto y medida)...
 
Desde esta posición, a veces se critica a la Iglesia, diciendo que es muy retrógrada, que debería actualizarse, que no puede ser que siga pensando que el matrimonio es una realidad indisoluble en la que no tiene lugar el divorcio, porque a esta altura la mayoría de los matrimonios se divorcian, y si no cambia la Iglesia se quedará sin fieles, porque hoy ya no se puede sostener una posición tan inflexible...
 
Esposos2. QUE EL HOMBRE NO SEPARE LO QUE DIOS HA UNIDO... En este contexto resuenan tan actuales como siempre las palabras de Jesús, que nos recuerdan lo que Dios ha hecho del matrimonio. No es esta la primera vez en la que el divorcio está tan extendido. Sucedía en tiempos de Jesús, tanto dentro del ambiente del Imperio romano, conocido por su visión divorcista del matrimonio, como dentro del pueblo judío, que había llevado a Moisés a reglamentar el modo en el que podía admitirse el divorcio...
 
Pero al principio no fue así. Y ahora tampoco. Porque salido de las manos de Dios, creador del hombre y la mujer, hechos para complementarse de una manera afectiva y efectiva, haciéndose una "sola carne". Esta expresión va mucho más allá que lo que puede verse en una entrega sexual, más o menos perdurable. Nos habla de una unión de toda la vida, de un trabajo continuo, que se asume libremente, de hacer de dos voluntades, de dos inteligencias, de dos modos de ver las cosas, una unidad que se asienta y se construye en el amor y en la entrega de toda la vida, renovada cada día. El sacramento del matrimonio hace posible que los cristianos que se casan, se hagan "socios" de Dios en el matrimonio, se dan un "sí" que compromete a Dios, ya que Él mismo los une con un vínculo que es fuente de gracia y de amor, y que por eso nadie, ni siquiera ellos mismos, pueden destruir, ya que dura para toda la vida. Y esto no porque se convierta en una cárcel inexpugnable, sino porque es un camino al Cielo a través de la entrega mutua...
 
Alguno podría preguntarse por qué, si el matrimonio es lo que acabo de describir, son hoy tantos los matrimonios que fracasan, se separan, se divorcian y emprenden otro camino con la ilusión de poder "rehacer" la vida. Jesús nos dice que eso, que ya pasaba en su tiempo, se debe a la dureza del corazón, es decir, a la existencia del pecado, que nos hace débiles, inconstantes en el amor, prontos a cambiar de rumbo, y también egoístas, en diversas medidas...
 
Jesús lo dice con claridad, y eso no ha cambiado: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio". Y entonces, ¿cómo hacemos en nuestro tiempo, en el que, incluso en los colegios católicos, una buena parte de los padres de los alumnos/as se encuentran en esta situación, que Jesús llama con todas las letras, sin buscar palabras más suaves, "adulterio"...?
 
Familia3. HAY QUE AYUDAR A TODOS, SIN ECHARLE AGUA AL EVANGELIO... En primer lugar, ya que las cosas son lo que son, vale la pena no distraerse buscando otro modo de llamarlas, porque sólo asumiéndolas como son, es posible ponerles alguna luz, y encontrarles alguna salida. En segundo lugar, conviene recordar, como nos viene diciendo el Papa hace ya casi 22 años (cf. Familiaris consortio, n. 84), que no podemos abandonar a su propia suerte a quienes, habiendo fracasado en su matrimonio, han hecho una segunda unión, sin poder casarse por la Iglesia. Habrá que discernir bien las situaciones, porque en algunos casos habrá mucha culpa, en otros poca, y en algunos ninguna.
 
En todo caso, siempre tendremos que ocuparnos que los que viven esta dolorosa situación, no se consideren separados de la Iglesia. Es verdad, no podrán recibir los sacramentos de la reconciliación y de la comunión, pero necesitan, como todos nosotros, participar de la vida de la Iglesia. La Palabra de Dios es para ellos alimento necesario, como para nosotros. Necesitan de la oración, están llamados a vivir comprometidamente en la caridad, es su misión educar cristianamente a sus hijos y tienen derecho a que los ayudemos a hacerlo. Finalmente, con palabras del Papa en el lugar recién citado, ellos [como nosotros, agrego yo], "pueden obtener de Dios  la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad". En definitiva, a nosotros nos toca, como comunidad cristiana, ayudar a todos, sin echarle agua al Evangelio, porque si lo hiciéramos, ni a ellos ni a nosotros nos serviría...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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