Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 21 de septiembre de 2003, XXV Domingo
del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a
nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y
nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida (Sabiduría 2, 12).
- Hermanos: donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y
toda clase de maldad... Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que
desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se
hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden (Santiago 3, 16 y 4,
2).
- Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos... Llegaron a
Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué
hablaban en el camino?». Ellos callaban, porque habían estado discutiendo
sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y
les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos
y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos
y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi
Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe,
sino a aquel que me ha enviado» (Marcos 9, 30 y 33-37).
1. TODOS QUEREMOS SER EL MEJOR, EL PRIMERO, EL MÁS
GRANDE... Quizás hemos sido educados para eso, y nos entrenamos todo el tiempo
para no perder el tren en esa carrera interminable. Pareciera que los primeros
puestos tienen más lustre, más "nombre", más sueldo, y nadie quiere quedarse
atrás. Pasa en el deporte, todos quieren ser el mejor, el que gana siempre.
Cuando el deporte se hace un negocio, ni siquiera hay espacio para el segundo,
sólo vale "el primero"...
Pero pasa también en el trabajo, donde todos quieren el mejor puesto. Hasta
en la vida de la fe puede pasar lo mismo. Todos queremos ser el más santo, el
más bueno, el más amigo de Jesús, el que reza más y mejor, a veces hasta puede
ser que pretendamos ser "el más humilde", aunque ya sólo con la intención de
quererlo, nos quedemos descalificados en esa carrera...
Es un extraño fenómeno, porque con este criterio, si sólo vale el primero,
aplicado a todo, el triunfo sólo puede ser alcanzado por uno, y al precio de la
derrota de todos los demás. El colmo es el box, "deporte" en el que el triunfo
de uno apunta a la destrucción del otro. Aunque, es necesario decirlo, el clima
al que nos ha llevado este modo de obrar, según el cual todos queremos ser el
primero, el mejor, el más grande, hace que todos los ámbitos de la vida se vayan
pareciendo más a un ring de box que a una pista de baile. Cuando se buscan los
honores, el corazón se hace cerrado y peleador, y los demás se convierten en
enemigos a vencer. Por eso nos dice Santiago, anticipándonos una descripción de
nuestra realidad que parece hecha por un cronista: "Donde hay rivalidad y
discordia, hay también desorden y toda clase de maldad... Ustedes ambicionan, y
si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que
pretenden, combaten y se hacen la guerra"...
¿Quiere Dios que luchemos de ese modo para ser "el mejor, el primero, el
más grande", o tiene otra propuesta que hacernos?
2. PARA SER EL PRIMERO, HAY QUE SER EL ÚLTIMO Y EL SERVIDOR
DE TODOS... En el Reino de Dios, el puesto de honor es para el último, y para el
que esté dispuesto a hacerse servidor de todos. Jesús, pudiendo ser en todo el
primero, eligió el último lugar y el de mayor servicio. Desde el primer
momento hasta el último.
¿Quién más que Él podía tener derecho a aspirar al primer puesto, a los
mayores honores? Y sin embargo, con su vida, nos dio un testimonio claro de la
opción que había hecho. Desde su nacimiento en Belén, no precisamente en el
mejor de los Hoteles sino en el lugar reservado para los animales, hasta la Cruz
donde lo entregó todo para alcanzarnos todo, que era un instrumento de tortura
para forajidos y no el más cómodo lecho de muerte, pasando por su servicio de
amor continuo y extenuador, que tan bien se representa en el lavado de los pies
a los Apóstoles, Jesús siempre eligió el último lugar, y desde allí nos dio
prueba de un estilo de vida que, es bueno tenerlo en cuenta, no es
privilegio del Cielo, sino que es posible también, aunque ciertamente con
entrega y desprendimiento, en todos los rincones de la tierra por los que
nosotros nos movemos...
El camino es largo, y nuestra meta no se limita al horizonte terreno. No
importa tanto ir "subiendo escalones", ir ganando las etapas, y mucho menos las
de menor importancia, que se desarrollan mientras nos movemos en esta tierra.
Por lo tanto, con la mirada puesta en la meta final, y con el ánimo de llegar en
un buen puesto, conviene ya desde ahora ponerse en el último lugar, buscando ser
el servidor de todos...
3. RECIBIMOS A JESÚS, CUANDO ATENDEMOS CON AMOR A SUS
PREFERIDOS... Jesús, tomando en brazos a un niño, dijo a los Apóstoles, y
nos dice a nosotros, que el que recibe a uno de esos pequeños en su nombre, lo
está recibiendo a Él. Esto puede aplicarse en su significado más directo,
atendiendo a los pequeños de edad, que se encuentran más desvalidos y
necesitados del amor y el cuidado de los demás que los mayores...
Pero también puede aplicarse, y de una manera igualmente válida, de todos
aquellos que en algo son los más pequeños o desvalidos. Vale, entonces, no sólo
para los niños, sino también para los más pobres, los que son menospreciados,
los débiles, los enfermos, los ancianos. Por todos ellos, precisamente porque
necesitan más del amor solidario que les permita sobrellevar las dificultades y
contrariedades de la vida, Jesús tuvo siempre una especial predilección, y los
atendió con especial cuidado. Por eso nosotros, que buscamos siempre cómo
recibirlo a Jesús con los brazos abiertos, aquí tenemos un modo cotidiano de
hacerlo: Atendiendo con amor a los "preferidos" de Jesús, es a Él a quien
estamos recibiendo y atendiendo...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: