Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 7 de septiembre de 2003, XXIII Domingo
del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos
de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de
los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y
torrentes en la estepa; e páramo se convertirá en un estanque y la tierra
sedienta en manantiales; la morada donde se recostaban los chacales será
un paraje de caña y papiros (Isaías 35, 4-7).
- Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado,
no hagan acepción de personas. Supongamos que cuando están reunidos,
entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo
tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy
bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al
pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies»,
¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando
como jueces malintencionados? (Santiago 2, 1-4).
- Le presentaron a Jesús un sordomudo y le pidieron que le
impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte,
le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la
lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá»,
que significa: «Abrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó
la lengua y comenzó a hablar normalmente (Marcos 7, 32-35).
1.
TODO TIENE SU FUNCIÓN: LA BOCA SIRVE PARA HABLAR, LOS OÍDOS PARA OÍR... Si no
nos funciona bien la boca (por ejemplo, el día que nos han sacado una muela de
juicio, y la tenemos "paralizada" por el dolor), no podemos hablar. Si no nos
funcionan los oídos, por grandes que sean, no nos permiten oír. Y así podríamos
seguir con cada parte del cuerpo. Cada una de ellas tiene una función, y hace
falta que todas anden bien, para que todo ande bien...
Sin embargo, aunque todas las partes corporales del cuerpo anden bien, con
sólo eso no alcanza. Incluso, algunas se pueden suplir. Lo que no se puede
suplir, y hace falta que funcione bien, porque si no, todo el resto está perdido
y no sirve para nada, es el corazón. Pero no el que "palpita" y nos hace
circular la sangre por todo el cuerpo, que, por supuesto, es necesario, ya que
sin él se acaba la vida, sino ese corazón que está un poco más adentro, que es
la sede de todos los sentimientos y las pasiones, del entendimiento y de la
voluntad, ese "centro de la persona", al que también llamamos corazón...
Si no nos funcionan los oídos, nos quedamos sordos, pero los podemos
suplir. Leyendo nos enteramos lo que los demás piensan, y podemos intercambiar
con ellos. Si no nos funciona la boca, podemos escribir, y de esa manera y con
señas, podemos hacernos entender. Pero si no nos funciona el corazón, si lo
tenemos cerrado, no podemos recibir ni entender nada de lo que los demás dicen,
ni puede salir pronunciado por nuestra boca algo que tenga sentido. Por eso dice
el refrán, que "no hay peor ciego que el no quiera ver", y nosotros podríamos
agregar que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor mudo que el que
no quiera hablar...
Por eso Jesús, que nos trae la salvación que nos hace falta, viene a
abrirnos los oídos y la boca, como hizo con el sordomudo que le presentaron,
pero no sólo eso, ya que no nos alcanzaría, sino mucho más...
2.
JESÚS NOS ABRE LOS OÍDOS Y LA BOCA, Y NOS LIMPIA EL CORAZÓN... Nos hacen falta
los oídos para oír la Palabra de Dios, y la boca para poder anunciarla a otros y
compartir con ellos la salvación que Jesús nos trae. Pero con ello no alcanza.
Jesús mira, primer de todo, nuestro corazón, y allí quiere llegar con su
salvación...
Como con el sordomudo que pusieron a sus pies, también a nosotros Jesús
llega con signos sensibles de su poder de curación. A él le puso los
dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Y a nosotros se nos
acerca con los gestos sensibles de su amor redentor. Nos "toca" con cada uno de
los Sacramentos, y en cada uno de ellos nos trae de la manera adecuada para un
determinado momento de la vida, su salvación. Con el Bautismo nos engendra para
la Vida del Cielo, con la Confirmación nos afianza en esta nueva condición de
hijos de Dios, con la Eucaristía nos alimenta y fortalece en su Amor, con la
Reconciliación nos persona, con la Unción de los enfermos nos une a Jesús en el
lecho de la enfermedad y hace de nuestra cama un altar, con el matrimonio hace
de nuestra familia una Iglesia doméstica y con el Orden sagrado nos hace
servidores del Pueblo de Dios. También nos habla con su Palabra, pronunciada
hace veinte siglos en Tierra Santa, y mantenida viva e íntegra, y pronunciada
todo los días por la Iglesia, a través de sus ministros en su predicación.
Con su Palabra y sus Sacramentos, Jesús va limpiándonos el corazón todos
los días, y va reparando en ellos la imagen de Dios, que es el modelo y la
medida con la que nos ha hecho, y pacientemente nos va reconstituyendo,
haciéndonos nuevamente a la medida de su amor.
3.
SI JESÚS ESTÁ EN NUESTRO CORAZÓN, SALDRÁ POR NUESTRA BOCA... Seguramente ya nos
hemos dado cuenta, y en todo caso es bueno que lo hagamos, que Jesús está cada
vez menos presente en la cultura en la que vivimos. Es posible que en un tiempo
más, llegue a ser un ilustre desconocido, como decía ya Pablo VI del Espíritu
Santo (¿o acaso hoy todos saben quién es verdaderamente Jesús, y por qué nos
trae la salvación...?). Esto podría llenarnos de tristeza, pero nunca de
desesperación. También en tiempos de Jesús nadie lo conocía. Cuando resucitó y
le encargó a los Apóstoles que lo predicaran a todos los hombres por todos los
rincones del mundo, Jesús también era un ilustre desconocido...
Podríamos elaborar muchos planes y muchas estrategias para darlo a conocer
a Jesús, pero todas terminarán siempre concentrándonos en la única infalible: Si
dejamos que Jesús nos limpie cada vez más el corazón con sus Sacramentos y su
Palabra, y esté siempre presente dentro de cada uno de nosotros, seguramente
saldrá por nuestra boca y lo haremos visible con nuestro ejemplo y nuestro
testimonio, y con ellos estaremos dándolo a conocer hoy. Jesús podría hacerse
ver y oír hoy en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras calles y en
nuestros barrios. Bastará que dejemos que cada día nos limpie un poco más el
corazón...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: