Limpiar el corazón...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 7 de septiembre de 2003, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Oído1. TODO TIENE SU FUNCIÓN: LA BOCA SIRVE PARA HABLAR, LOS OÍDOS PARA OÍR... Si no nos funciona bien la boca (por ejemplo, el día que nos han sacado una muela de juicio, y la tenemos "paralizada" por el dolor), no podemos hablar. Si no nos funcionan los oídos, por grandes que sean, no nos permiten oír. Y así podríamos seguir con cada parte del cuerpo. Cada una de ellas tiene una función, y hace falta que todas anden bien, para que todo ande bien...
 
Sin embargo, aunque todas las partes corporales del cuerpo anden bien, con sólo eso no alcanza. Incluso, algunas se pueden suplir. Lo que no se puede suplir, y hace falta que funcione bien, porque si no, todo el resto está perdido y no sirve para nada, es el corazón. Pero no el que "palpita" y nos hace circular la sangre por todo el cuerpo, que, por supuesto, es necesario, ya que sin él se acaba la vida, sino ese corazón que está un poco más adentro, que es la sede de todos los sentimientos y las pasiones, del entendimiento y de la voluntad, ese "centro de la persona", al que también llamamos corazón...
 
Si no nos funcionan los oídos, nos quedamos sordos, pero los podemos suplir. Leyendo nos enteramos lo que los demás piensan, y podemos intercambiar con ellos. Si no nos funciona la boca, podemos escribir, y de esa manera y con señas, podemos hacernos entender. Pero si no nos funciona el corazón, si lo tenemos cerrado, no podemos recibir ni entender nada de lo que los demás dicen, ni puede salir pronunciado por nuestra boca algo que tenga sentido. Por eso dice el refrán, que "no hay peor ciego que el no quiera ver", y nosotros podríamos agregar que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor mudo que el que no quiera hablar...
 
Por eso Jesús, que nos trae la salvación que nos hace falta, viene a abrirnos los oídos y la boca, como hizo con el sordomudo que le presentaron, pero no sólo eso, ya que no nos alcanzaría, sino mucho más...
 
Jesús cura al sordo2. JESÚS NOS ABRE LOS OÍDOS Y LA BOCA, Y NOS LIMPIA EL CORAZÓN... Nos hacen falta los oídos para oír la Palabra de Dios, y la boca para poder anunciarla a otros y compartir con ellos la salvación que Jesús nos trae. Pero con ello no alcanza. Jesús mira, primer de todo, nuestro corazón, y allí quiere llegar con su salvación...
 
Como con el sordomudo que pusieron a sus pies, también a nosotros Jesús llega con signos sensibles de su poder de curación. A él le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Y a nosotros se nos acerca con los gestos sensibles de su amor redentor. Nos "toca" con cada uno de los Sacramentos, y en cada uno de ellos nos trae de la manera adecuada para un determinado momento de la vida, su salvación. Con el Bautismo nos engendra para la Vida del Cielo, con la Confirmación nos afianza en esta nueva condición de hijos de Dios, con la Eucaristía nos alimenta y fortalece en su Amor, con la Reconciliación nos persona, con la Unción de los enfermos nos une a Jesús en el lecho de la enfermedad y hace de nuestra cama un altar, con el matrimonio hace de nuestra familia una Iglesia doméstica y con el Orden sagrado nos hace servidores del Pueblo de Dios. También nos habla con su Palabra, pronunciada hace veinte siglos en Tierra Santa, y mantenida viva e íntegra, y pronunciada todo los días por la Iglesia, a través de sus ministros en su predicación.
 
Con su Palabra y sus Sacramentos, Jesús va limpiándonos el corazón todos los días, y va reparando en ellos la imagen de Dios, que es el modelo y la medida con la que nos ha hecho, y pacientemente nos va reconstituyendo, haciéndonos nuevamente a la medida de su amor.
 
Anunciador3. SI JESÚS ESTÁ EN NUESTRO CORAZÓN, SALDRÁ POR NUESTRA BOCA... Seguramente ya nos hemos dado cuenta, y en todo caso es bueno que lo hagamos, que Jesús está cada vez menos presente en la cultura en la que vivimos. Es posible que en un tiempo más, llegue a ser un ilustre desconocido, como decía ya Pablo VI del Espíritu Santo (¿o acaso hoy todos saben quién es verdaderamente Jesús, y por qué nos trae la salvación...?). Esto podría llenarnos de tristeza, pero nunca de desesperación. También en tiempos de Jesús nadie lo conocía. Cuando resucitó y le encargó a los Apóstoles que lo predicaran a todos los hombres por todos los rincones del mundo, Jesús también era un ilustre desconocido...
 
Podríamos elaborar muchos planes y muchas estrategias para darlo a conocer a Jesús, pero todas terminarán siempre concentrándonos en la única infalible: Si dejamos que Jesús nos limpie cada vez más el corazón con sus Sacramentos y su Palabra, y esté siempre presente dentro de cada uno de nosotros, seguramente saldrá por nuestra boca y lo haremos visible con nuestro ejemplo y nuestro testimonio, y con ellos estaremos dándolo a conocer hoy. Jesús podría hacerse ver y oír hoy en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras calles y en nuestros barrios. Bastará que dejemos que cada día nos limpie un poco más el corazón...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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