Testigos de lo que creemos...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 13 de julio de 2003, XV Domingo del
Tiempo Ordinario. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas
bíblicas de la Misa del día:
- Amós respondió a Amasías: «Yo no soy profeta, ni hijo de profetas,
sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el Señor me sacó de detrás
del rebaño y me dijo: «Ve a profetizar a mi pueblo Israel» (Amós 7,
14-15).
- Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos
ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e
irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos
adoptivos por medio de Jesucristo... En él hemos sido constituidos herederos,
y destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las
cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en
Cristo, para alabanza de su gloria (Efesios 1, 3-5 y 11-12).
- Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles
poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el
camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran
calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan
en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no
los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí,
sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos» (Marcos 6,
7-11).
1.
A VECES TENEMOS POR DELANTE TAREAS QUE PARECEN IMPOSIBLES... Por ejemplo: ¿Como
hacemos hoy para que la familia vuelva a ser un valor incuestionable que, con
sus más y sus menos, todos respeten y custodien, como única célula básica sobre
la que se puede fundar una sociedad sana?
¿Cómo hacer para que se vuelva a descubrir la sexualidad como un profundo
valor, que es a la vez físico y espiritual, inherente a la naturaleza
humana, y que Juan Pablo II se animó a definir como la capacidad de
donación total de la persona, de modo que se la respete en toda su dimensión,
sin que se la degrade o instrumentalice sólo como una fuente de placer egoísta,
llevándola hacia las aberraciones que hoy vemos con tanta frecuencia y en tantas
formas?
¿Cómo hacer para que nuestra cultura vuelva a tener valor el principio de
autoridad, de modo que todos estén dispuestos a obedecer al que manda, y el que
manda lo haga bien?
¿Cómo lograr que la justicia y la caridad vuelvan a convertirse en las
virtudes rectoras de la vida social, de modo que la política no sea sólo "el
arte de lo posible", entendiendo por tal lo que sirve para alcanzar el poder en
orden a obtener ventajas personales o corporativas, sino una verdadera pasión
para construir el bien común, entendido como el conjunto de condiciones
necesarias para que sea posible el bien de cada uno?
La respuesta es muy fácil: todo esto se puede realizar, simplemente
impregnando todas las realidades humanas con la Buena Noticia que Jesús nos ha
anunciado, el Evangelio. Pero además, esta es con toda claridad nuestra
misión...
2.
POR LA FE SOMOS TESTIGOS ANTE TODOS LOS HOMBRES DE AQUELLO QUE CREEMOS... De la
misma manera que a los Apóstoles, la fe que creemos hace que nuestra vida sea
una misión. Como ellos, somos enviados para ser testigos de nuestra fe ante
todos los hombres de nuestros tiempo.
Ellos fueron enviados de dos en dos, porque para que fuera creíble un
testimonio en el tiempo y en la cultura de los Apóstoles, era un requisito
jurídico que fueran al menos dos los testigos coincidentes. Hoy podemos decir
que, en nuestra cultura, un testigo se hace creíble si demuestra con su vida que
realmente cree en lo que dice con la boca. Como decía Pablo VI: "El hombre
contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que
enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio" (Discurso a
los miembros del Consejo para los Laicos, 2 de octubre de 1974). Por lo tanto,
hoy somos enviados por Jesús a dar testimonio con nuestra vida, de aquello que
creemos, porque sólo de esta manera seremos verdaderamente creíbles...
San Pablo nos recuerda y nos resume hoy con toda claridad aquello que
creemos: Dios, nuestro Padre, nos ha bendecido en Cristo con toda clase de
bienes espirituales, nos los ha preparado en el Cielo. Nos ha elegido,
antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su
presencia, por el amor. Nos ha hecho herederos de su gloria, y por eso nos ha
llamado a vivir con nuestra esperanza puesta en Jesús.
Es posible, de todos modos, que para ser testigos de todo esto necesitemos
más fuerza que la que tenemos. Por eso, junto con la misión, Jesús nos deja,
igual que a los Apóstoles, precisas instrucciones:
3.
PARA SER TESTIGOS DE DIOS, CONTAMOS CON NUESTRA POBREZA Y SU FORTALEZA... Nada
de llevar pan, o dinero, o provisiones, le dice Jesús a los Apóstoles. Sólo un
bastón, porque hay que apoyarse y sostenerse en la marcha, como se hace en la
vida; un par de sandalias, porque a veces es áspero y pedregoso el
camino; y una túnica que abrigue y proteja, como también lo hacen las
virtudes. Es que a ellos, y a nosotros, nos basta nuestra pobreza, cuando
tenemos la fortaleza de Dios.
Pensemos en la Beata Juana Jugan, que empezó, en 1839, a fundar los Hogares
de Ancianos, y después las Hermanitas de los Pobres, que los atienden. No tenía
ni pan, ni dinero ni provisiones. Todo esto lo mendigaba en cada lugar donde lo
necesitaba para atender a los Ancianos. Y así siguen manteniendo hoy las
Hermanitas de los Pobres los cerca de 300 Hogares que atienden esparcidos por
todo el mundo. Ellas cuentan con su pobreza, y se apoyan en la fortaleza de
Dios. La presencia de Jesús en la Eucaristía, la firmeza de su oración
cotidiana, su confianza en la providencia, es suficiente para que den un
testimonio creíble de la fe que las anima.
Para la misión de testigos que todos tenemos por delante, no tenemos y
no necesitamos ni el poder ni la eficacia que pueden dar las potencias de este
mundo. Nosotros tenemos la eficacia que proviene de la Palabra y la Presencia de
Jesús, y es eso lo que nos hace sus testigos en todos los lugares donde nos
movemos y existimos, capaces no sólo de sostener, sino de transformar el
mundo...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: